lunes, 22 de diciembre de 2014

La gran pasión (1946) Una obra de arte sin consumar.

 

         'I've Always Loved You' título original de la película, era la primera de un total de tres, que el ya veterano Frank Borzage rodaba para la productora Republic Pictures. Para ello contaría con amplios medios y libertad artística total. La productora había nacido en 1935 fruto de la fusión de seis modestos estudios (Monogram Pictures, Mascot Pictures, Liberty Pictures, Majestic Pictures, Chesterfield Pictures e Invincible Pictures), todos en deuda con el laboratorio de revelado propiedad de Herbert J. Yates, quién se hizo con el control de la producción.

 
         Después de muchos años especializada en seriales y películas de relleno, poco a poco fue puliendo sus producciones, animada por el éxito que tenía su principal estrella John Wayne. Esta nueva situación económica propició que el modesto estudio se embarcara en producciones de mayor calado. “La gran pasión”  fue además su primera película rodada en Technicolor.
 
         En diciembre de 1939, aparecía en las páginas de American Magazine, una de las más populares publicaciones de la época, un relato titulado “Concerto”, cuyo autor era Borden Chase, inspirándose en la vida de su primera esposa Lee Keith, pianista de cierto éxito. Una práctica  habitual a lo largo de su carrera, siendo “Rio Rojo” su mejor exponente. En este caso el tono melodramático de la tensa relación amorosa entre profesor y alumna, con la música clásica de fondo, y un tercer personaje en discordia que representa a el amor pleno, sin ningún tipo de egoísmo, daba como resultado un argumento perfecto para un artista especializado en el melodrama como Borzage. El estudio pagó 100.00 dólares a petición de Borzage, superando la oferta de otros dos estudios que también estaban interesados.
 
 
         La concepción visual de la película contó con uno de los mejores directores artísticos de la época Ernst Fegté, nacido en Berlín, estuvo trabajando durante muchos años en Paramount. Dos años antes había recibido el oscar, por la poética cinta de Mitchell Leisen “El pirata y la dama”, siendo también nominado por “Cinco tumbas al cairo” y “La princesa y el pirata”, tan sólo la cinta de Wilder estaba realizada en blanco y negro, mostrando sus aptitudes para el Technicolor que aquí adquiere sorprendentes tonalidades, de la mano de ese gran cámara llamado Tony Gaudio. Gaudio fue el encargado de filmar la primera cinta en Technicolor a tres bandas del estudio con el que siempre se le relaciona, Warner Brothers. Se tituló “God´s country and the woman” y estaba protagonizada por George Brent. Juntos recrearon en Hollywood el devenir cosmopolita de la cinta que recorría lugares tan dispares como Nueva York, Filadelfia, Londres o Rio de Janeiro.
 
         En una escena de la película, el solista se permitía acallar al director de la orquesta. Arthur Rubinstein le dijo al director que ningún músico haría una cosa así. Cuando dejó el estudio después de tres días de grabaciones, por las que recibió 85.000 dólares, el pianista polaco se dispuso a grabar el Concierto Nº 2 de Rachmaninoff, con la orquesta del Hollywood Bowll dirigida Leopold Stokowsky. Fue una sesión llena de tensión, ya que donde el director quería tocar con más rapidez, era respondido por el pianista con más lentitud. El resultado no se publicó porque ninguno de los dos intérpretes dio su aprobación. Esto sucedió el 1 de Agosto de 1945, poco después Rubinstein volvió a la Republic, donde se disculpó con el director Frank Borzage, diciéndole “No necesita cambiar nada del guion, estaba equivocado”. Precisamente este segundo concierto de Rachmaninoff, una de las obras más populares del siglo XX, es de gran importancia en la línea argumental del filme. Curiosamente Rubinstein, no era un gran aficionado a su música, apreciando más a Rachmaninoff como el eminente pianista que era. En su inmensa discografía, exceptuando el famoso concierto que nos ocupa, que volvió a grabar en 1946, 1956 y 1971, creo que solo hay dos piezas más del compositor ruso.
 
 
         Si para los aspectos técnicos y artísticos Borzage contaba con profesionales de gran reputación, para el reparto eligió a actores poco conocidos que estaban bajo contrato del estudio. Al fin y al cabo el ya veterano productor, había convertido en estrellas a Janet Gaynor y Charles Farrell, y en los años treinta durante su estancia en MGM, había dado a un joven llamado James Stewart uno de sus primeros papeles de relieve en “El ángel negro”. Desgraciadamente en esta ocasión, no sucedió lo mismo y ese es el principal déficit que tiene la película.
 
         Quién está mejor sin duda es la menuda actriz rusa Maria Ouspenskaya, una reputada actriz de teatro, discípula del célebre Stanislavsky, creador del conocido método interpretativo. Su actuación como la abuela del egocéntrico músico Lepold Goronoff, está medida y llena de empaque. Una de sus mejores intervenciones en la pantalla, a la altura de sus composiciones en “Tu y yo” primera versión de McCarey interpretando a la abuela del protagonista y “El puente de Waterloo” (1940) donde era una  cruel profesora de baile. Otro actor que responde bastante bien es Philip Dorn, actor holandés que había gozado de fama en su país natal y Alemania, donde encarnó al Maharaná en la versión de 1938 de “El tigre de Esnapur. Al declararse la segunda guerra mundial, marchó a Hollywood, donde cambió su nombre Frits van Dongen, por el de Philip Dorn. Su composición del arrogante pianista, celoso, caprichoso etc. está bastante lograda aunque se echa en falta a un actor menos rígido y elegante como James Mason o George Sanders.
 
         Peor resultado dieron la pareja romántica. Empezando por el guapo Bill Carter. Un actor británico que llevaba un par de años intentando hacerse un hueco en el mundillo de las películas. Debutando en una comedia protagonizada por Chales Coburn, también había intervenido aunque sin figurar en los créditos, en la estupenda “El castillo de Dragonwyck”. Borzage decidió apostar por él, creyendo haber encontrado un nuevo Charles Farrell, pero su plana interpretación, acaba de echar por tierra, un papel de por si con pocos matices, como es el de George, amigo de la infancia de la pianista Myra Hassam. Su intérprete la californiana Catherine McLeod, tan sólo había aparecido en un puñado de películas como artista secundaria, durante su contrato para MGM. Aquí en su primera cinta para Republic, demostró no estar capacitada para un personaje con tantos matices, además de resultar poco creíble físicamente, para encarnar a una jovencita aficionada a la música. McLeod tuvo una carrera bastante más amplia que Carter, quién tardaría quince años en volver a aparecer en la gran pantalla, pero aun así acabo como muchos otros, trabajando de actriz secundaria en muchos telefilmes. De todos los participantes en el filme, el que más celebridad alcanzaría sería el pianista, compositor y director de orquesta André Previn, como uno de los jóvenes que acuden a una audición en la escena inicial. Previn quién estuvo durante años al frente del departamento de música de MGM, ha escrito decenas de bandas sonoras y hoy a sus ochenta y cinco años, sigue ocupando un lugar privilegiado para los aficionados a la música clásica.
 
 
 
 
         La película originalmente se iba a titular igual que el relato “Concerto”, pero se decidió cambiar su nombre, según explica Borzage en las páginas de Los Ángeles Times de octubre de 1945, porque muchos espectadores no conocían que significaba esa palabra. Aunque se esperaba estrenarla en Febrero de 1946, problemas con el laboratorio de Technicolor, retrasaron su estreno hasta el 2 de Diciembre. Pese a la gran inversión realizada, cercana a los dos millones de dólares, la cinta no tuvo la repercusión que el estudio esperaba. El resultado final es una sombra de lo que realmente pudiera haber sido. Por supuesto que nos queda una estupenda dirección artística, con unos colores sorprendentes y el pulso narrativo de Borzade. Desgraciadamente, nos cuenta empatizar con el reparto, que salvo honrosas excepciones, en las que había que incluir la breve aparición de Felix Bressart, inolvidable secundario de Ernest Lubitsch en tres de sus grandes filmes (Ninochtka, El bazar de las sorpresas y Ser o no ser), no está a la altura. Pese a ello, “La gran pasión” es un bello  melodrama, salpicada por hermosa música, interpretada por uno de los pianistas más geniales y mundanos que ha dado la música Arthur Rubinstein.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

lunes, 15 de diciembre de 2014

Como robar un millón y...(1966) La elegancia hecha cine.

 
 

         El origen de esta película se remonta diez años atrás, cuando el director William Wyler piensa en rodar una nueva comedia que utilizara a la pareja protagonista de “Vacaciones en Roma”, Gregory Peck y Audrey Hepburn. Para ello pensó en adaptar un breve relato de George Bradshaw, que cuatro años antes había creado la historia que dio pie a la magnífica “Cautivos del mal” de Minnelli. Se pensó titularla “Venus rising” tras lo que          Wyler buscó los servicios de un nuevo genio cinematográfico llamado Stanley Kubrick para desarrollarla cinematográficamente.
         Al final el proyecto no llegó a buen puerto y estuvo en barbecho durante una década hasta que finalmente el veterano director se decidió a darlo forma, buscando a Harry Kurnitz para que se ocupara del guion. Kurnitz que llevaba un cuarto de siglo escribiendo guiones, había dado lo  mejor de sí mismo en los últimos años, colaborando en filmes tan exitosos como “Testigo de cargo”, “Hatari” y “El nuevo caso del inspector Clouseau”, generalmente considerada como la mejor de las películas de la Pantera rosa. Una saga de filmes que unían humor, intriga detectivesca y que reflejaban a la perfección la nueva década de los sesenta.
 
         “Como robar un millón y…” sigue sin duda esa nueva ola de producciones, cuyo mejor exponente es precisamente otro título protagonizado por  Audrey Hepburn “Charada”. Si en las películas de Edwards y Donen, era Henry Mancini el encargado de poner la música, en esta ocasión Wyler decidió apostar por un joven compositor que sería uno de los más importantes en las siguientes décadas John Williams. El carácter burlesco con que dibujó la partitura, fue del agrado de Wyler, con el que colaboró estrechamente.
 
 
         Otro de los puntales de la exquisita producción, fue la magnífica dirección artística de Alexandre Trauner. Con una brillantísima carrera a sus espaldas, participando en los mejores filmes de autores tan dispares y geniales como Marcel Carné y Billy Wilder, aquí creo el interior del inexistente museo Kleber-Lafayette, una de sus obras cumbres. Inspirado en el museo Jacquemart-André, el decorado fue erigido en los estudios Boulougne-Billancourt. Se cuenta que utilizó a conocidos falsificadores para que recrearan las diferentes obras de autores clásicos y contemporáneos, que el ficticio museo exhibe. Como exterior del museo se  utilizó la entrada del Museo Carnavalet parisino.
 
         Si en su anterior comedia, Roma había sido otro personaje más, aquí fue París quien tomaba el relevo. Aunque no dispuso de las facilidades con que había contado para rodar en la ciudad eterna, buena parte del París de la época puede apreciarse bajo la elegante lente del cámara  Charles Lang. En este excelente blog pueden verse con detenimiento las diferentes localizaciones de la película: http://movie-tourist.blogspot.com.es/2014/04/how-to-steal-million-1966.html.
 
 
 
 
         A todo ello se reunió un excelente reparto, que se hallaba en su mejor momento. La ya aludida Audrey Hepburn que seguía en el proyecto, había conseguido éxitos tan rotundos como “Desayuno con diamantes, Charada y My fair Lady” volviendo por quinta vez a rodar en la capital francesa. Peter O´Toole era por fin un galán más joven que ella. Nacido cuatro años antes, se hallaba en la cúspide de su fama tras protagonizar la épica epopeya de David Lean “Lawrence de Arabia”. Se han vertido ríos de tinta sobre la poca complicidad de la pareja en el filme, yo personalmente no estoy de acuerdo con esa afirmación, creo que su actuación es deliciosa y equilibrada pero para gustos los colores.
 
 
 
         Rodeando a la pareja, unos estupendos secundarios, comandados por Hugh Griffith. El actor galés ha pasado a la historia del cine por dos papeles memorables, el Jeque Ilderín de “Ben-Hur” y el lascivo “Squire Western” en Tom Jones. Aquí interpreta al amoral padre de Hepburn, un brillante falsificador que acepta a regañadientes dejar su lucrativo oficio. Otro destacado es Eli Wallach, recientemente desaparecido y que se hizo inmortal gracias a su colaboración con Sergio Leone. Aquí lo vemos haciendo gala de su vis cómica, algo menos habitual. También destacaría la intervención de Fernand Gravay, en la década de los treinta, galán del cine francés, que en Hollywood interpretó a Johan Strauss en "El gran vals”. Un actor galo mucho más popular Charles Boyer también tiene una pequeña intervención.
 
 
 
 
         Poco apreciada por la crítica y con una tibia acogida por parte del público, “Como robar un millón” aunque diste de ser la comedia perfecta, con un ritmo que no acaba de ser redondo, sigue siendo un estupendo divertimento, elegantemente realizado y con unos magníficos actores,. Y sobre todo está Audrey Hepburn esa maravillosa criatura, maravillosamente vestida por Givenchy.
 
 
 
 
 
 

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Les inconnus dans la maison (1942) La represión no puede con el arte

 
         En nuestra penúltima entrada, dedicada a la adaptación que Maurice Tourneur hizo de la comedia de Ben Johnson “Volpone”, dejábamos a Francia, a punto de capitular ante las tropas alemanas. La película que hoy presentamos, realizada en plena ocupación, es un claro exponente de cómo pese a tan dramáticos sucesos, la cinematografía francesa siguió dando obras maestras, pese a que muchos de los grandes realizadores, guionistas y actores habían abandonado el país.
         Para cuando se estrena “Les inconnus dans la maison” se cumple una década desde la primera adaptación de una novela de George Simenon al cine, estoy hablando de “Le nuit du Carrefour” dirigida por uno de los más célebres exiliados del cinema francés “Jean Renoir”, donde su hermano Pierre interpretaba por primera vez en la pantalla el personaje más popular del escritor belga, el comisario Maigret. Pero para cualquiera que esté mínimamente relacionado con la obra de Simenon, sabe que además de las entretenidas peripecias detectivescas del agudo detective, hay otras excelentes narraciones donde el autor donde se ocupa de temas de más profundo calado.

         Esta novela publicada en las páginas de Paris Match el 2 de noviembre de 1939, es una de las primeras que tratan sobre el abismo generacional. Esa fractura entre las nuevas generaciones y sus progenitores, es la base sobre la que se edifica el argumento. Jóvenes y mayores parecen vivir en mundos diferentes, una sensación que se irá acrecentando con los años, pero que esta novela escrita hace  tres cuartos de siglo ya denuncia.
         Simenon es uno de los más célebres invitados, en el banquete celebrado el 28 de mayo de 1941, en el prestigioso “Chez Ledoyen”, en plenos Campos Eliseos. Allí asiste invitado por la productora “Continental Films”, una iniciativa del ministro de propaganda alemán Joseph Goebbels, con la intención de controlar el cine autóctono de cada país ocupado. Para ello pone al frente a Alfred Greven, un hombre culto que intentará eludir en lo posible las directrices marcadas desde Berlín, rodeándose de los mejores actores, directores, guionistas etc. que aún quedaban en el país galo.
 
         Para cuando se rueda “Les inconnus dans la maison”, la Continental Films ya ha estrenado otros dos filmes menores basados en las obras de Simenon: Annette et la dame blonde y La Maison de sept jeunes filles. Pero este tercer proyecto era de otra envergadura, primero por la calidad de la novela original, segundo por estar dirigido por un hábil director, tercero por la impresionante interpretación de uno de los actores más geniales que ha dado Francia y por último el portentoso guion de uno de los talentos más creativos del cine posterior en Francia.
         Empezaremos por este último, Henri-Georges Clouzot, quién había forjado su oficio de guionista haciendo versiones francesas de las películas alemanas en la primera mitad de la década de los treinta. Despedido de la UFA, por su amistad con productores judíos, a su regreso a Francia fue aquejado por la tuberculosis, que le tuvo años postrado en la cama. Acechado por la miseria, no tuvo más remedio que aceptar la oferta de Alfred Greven, pese a los malos recuerdos que guardaba de los nazis.  En su  primer trabajo para la productora “Le duel” coincidirá por primera vez con dos de los artífices de la película que hoy nos ocupa Raimu y Pierre Fresnay.
         Tras escribir la adaptación de “Le dernier de six”, elaborará la adaptación y los diálogos de esta obra. Clouzot que será muy pronto uno de los mejores directores franceses, escribe un memorable guion donde utiliza elementos tan sugerentes como la cámara subjetiva que nos lleva en un sublime inicio por las calles de una triste ciudad de provincias, con la fantástica voz en off de Pierre Fresnay como narrador omnisciente. La película se segmenta en dos grandes secciones en la primera se narra un crimen y su posterior investigación. La segunda parte que se desarrolla íntegramente, salvo una leve escena, en el Palacio de Justicia, también tiene una introducción similar a la del comienzo, con la penetrante cámara y voz al unísono poniéndonos en situación. Si en la primera parte asistimos a la disección de la pequeña ciudad, con sus miserias, en la segunda nos encontraremos con una de las mejores escenas de tribunales jamás rodada. Ágil, rápida, divertida y conmovedora, todo a la vez.
 
         Sería injusto no rescatar la figura de su director Henry Decoin, un hábil realizador que merece un mayor reconocimiento y que en la década de los treinta dirigió especialmente comedias románticas a mayor gloria de su entonces esposa Danielle Darrieux, de la que se divorciaría coincidiendo casi con el rodaje de Les inconnus…, su segunda película para La Continental. Aquí plasma con brillantez el formidable guion, dándole en ocasiones un tono cercano a la comedia, que redime el penoso drama de trasfondo.
 
         Ese difícil equilibrio entre la tragedia y un humor de sabor amargo, tiene su mayor exponente en la interpretación del legendario Raimu. Aquí encarna al licenciado Loursat, un prestigioso abogado que lleva un par de décadas relegado al ostracismo, por culpa de su adicción alcohólica. La miseria y grandeza del personaje, son dibujadas por Raimu con una caligrafía de primer nivel. Por muy brillantes que sean el guion y la dirección del filme, el resultado no hubiera sido el mismo, sin el carisma que desprende al actor galo. Intérprete ocasional en películas cómicas durante la segunda década del siglo XX, el advenimiento del sonoro, vino a potenciar sus excelentes dotes de actuación, que le habían hecho ya muy popular en el teatro francés. Sería precisamente la adaptación de la popular pieza de Marcel Pagnol “Marius”, donde recreaba su interpretación del marsellés César Olivier, el que le hiciera una estrella de la pantalla. Famoso por su colaboración con Pagnol, donde además de la trilogía de Fanny (Marius, Fanny y César) intervino en filmes tan memorables como “El pan y el perdón” y “Tempestad de almas”. También trabajó con Duvuvier (Carnet de baile) Sacha Guitry (Las perlas de la corona, Faisons un réve) entre muchos otros.
 
 
         La película obtuvo un éxito inmediato, aunque luego fue quitada de la circulación tras la liberación, acusada de apología del régimen de Petain. Pocos años después, las aguas volvieron a su cauce y se le concedió el lugar que merece. Una estupenda película, que nos devuelve a una época oscura, donde pese a todo el talento lograba emerger. El poder del arte es mayor de lo que muchos creen.