martes, 29 de abril de 2014

Tovarich (1937) Las vueltas que da la vida

 
Mi madre que Dios tenga en su gloria, siempre decía un viejo refrán: “De mal a bien, se va muy bien, pero de bien a mal, se va muy mal”, esto es precisamente lo que les suceda al matrimonio formado por la Gran Duquesa Tatiana Petrovna Romanov y el Príncipe Mikail Alexandrovitch Ouratieff, exiliados en París y sin recursos. Nacidos de la imaginación del dramaturgo  Jacques Deval, Tovarich tuvo un gran éxito desde la primera función  el 13 de octubre de 1933, en el Théâtre de Paris.
 
Deval hoy es un autor prácticamente desconocido, pero tuvo  una larga y fructífera carrera teatral, si exceptuamos el periodo comprendido entre 1935 y 1946 en los que permaneció vinculado al cine. Como muchos de sus colegas franceses quiso experimentar con las posibilidades que ofrecía el cine sonoro, adaptando precisamente Tovarich que fue la primera de las tres películas que realizó. Después de rodar “Club de femmes” una de las primeras cintas que abordaba el tema de la homosexualidad femenina, Deval marchó a Estados Unidos donde firmó el guion de “Café Metropol” una agradable comedia para mayor lucimiento de la nueva estrella de la Fox, Tyrone Power.
La acción se desarrollaba en Paris, al igual que “Tovarich” que ese mismo año fue llevada a la pantalla tras el éxito de la versión teatral en inglés realizada por el prestigioso Robert E. Sherwood. La Warner había comprado los derechos y pidió a Paramount la cesión de Claudette Colbert auténtica reina de la comedia, tras descartar otras opciones como Miriam Hopkins, Kay Francis e incluso Bette Davis. La Colbert se trajo consigo a su diseñador habitual Travis Benton, que tanto había contribuido a lograr su glamurosa imagen.
Colbert había nacido en Francia al igual que su paternaire “Charles Boyer”. Una estrella atípica por muchas razones, la primera su licenciatura en filosofía por la Sorbona, otra de las más notables su único matrimonio con la también actriz Pat Patterson, suicidándose dos días después de que ella falleciera. Inició su carrera en el cine mudo de su país, con el advenimiento del sonoro se trasladó a Hollywood donde poco a poco fue haciendo una carrera, pero fue precisamente una cinta rodada en Francia quién le elevó a la categoría de estrella. La película que se tituló en España “Sueños de príncipe” narraba la trágica historia de amor acaecida en Mayerling, entre el archiduque Rodolfo de Austria y María Vetsera. La cinta fue un gran éxito en toda Europa y llevó también a Hollywood a su director Anatole Litvak , un ucraniano de origen judío que había llegado a Francia después de huir de la Alemania nazi donde había comenzado a destacar primero como montador y más tarde realizador.
 
Firmó un contrato con Warner Brothers que le encargó en su segunda película rodar esta deliciosa adaptación de la obra de Deval, donde volvía a reunirse con Boyer. La cinta que sigue al pie de la letra el original teatral, cuenta además de con su famosa pareja protagonista, con un elegante Basil Rathbone, interpretando al comisario Dimitri Gorotchenko y con los estupendos secundarios Anita Louise y Melville Cuper como el matrimonio Dupont que contrata como empleados de servicio a la aristocrática familia.
 
Treinta años después he vuelto a volver a ver esta exquisita comedia, disfrutando de sus hábiles diálogos y sus acertadas interpretaciones, que bien merece la pena conocer.
 
P.D. Jacques Deval tuvo una agitada vida sentimental casándose hasta en cinco ocasiones. El filme es también famoso por ser el primero en que sonara la fanfarria introductoria de Max Steiner que durante años acompañará las películas de la Warner. Tovarich como tantas obras se convirtió en 1963 en un musical con el que Vivien Leigh ganó un premio Tony. No era la primera de las obras de Deval trasladadas a ese género, en 1934 el mismo había adaptado su novela María Galante, ocupándose de la música Kurt Weill.
 
 
 
 
 
 

 

domingo, 27 de abril de 2014

Dos en el cielo (1943) La maestría de Dalton Trumbo

 

Aparte de los filmes puramente terroríficos o de suspense, cuyo personaje más emblemático puede ser “El Conde Drácula”, los fantasmas o espíritus han sido personajes habituales del cine, tanto en comedias como en melodramas sentimentales. Desde la screwball comedy “Topper”, donde un matrimonio de fantasmas (Cary Grant y Costance Bennett), hacían la vida imposible al nuevo propietario de su antigua residencia (Roland Young), hasta la comedia romántica “El difunto protesta” donde el boxeador Joe Pendleton (Robert Montgomery) moría antes de tiempo y debía buscar un nuevo cuerpo, hay toda una gama de cintas que se extienden a lo largo del tiempo y cuyo último gran éxito puede que sea “Ghost” de Jerry Zucker que convirtió en estrellas a su pareja protagonista Patrick Swayze y Demi Moore.


Uno de los grandes hitos de este llamado subgénero, es esta cinta realizada en plena segunda guerra mundial, y que nos cuenta una historia de amor frustrada por la muerte en acción de guerra de Pete, un piloto que al llegar al cielo se le destina a la misión de ayudar a los jóvenes pilotos que comienzan su carrera. En ese periplo verá como su antiguo amor, empieza a enamorarse del pupilo que tiene a su cargo.

 

Así a grandes rasgos es la historia ideada por  Chandler Sprague y David Boehm. Un cuento fantástico cuya principal misión debía ser el servir de consuelo y elevar la moral de la población civil que se enfrentaba a las aterradoras cifras de mortandad, a consecuencia de una guerra de dimensiones hasta entonces desconocida. Un ideal propagandístico que si hubiera sido encarado de una manera simplona, probablemente se hallaría en el limbo en que se encuentran tantos filmes producidos con esa intención. Una afirmación que también serviría para el más emblemático de los filmes clásicos de Hollywood “Casablanca”.

 

Mientras en el filme de Warner, la talentosa dupla de guionistas formada por los hermanos Epstein, lograban transformar una obra de teatro mediocre en un filme imperecedero. “Dos en el cielo” permanece en la memoria de los aficionados, en gran parte gracias al talento de Dalton Trumbo. El guionista norteamericano, había tenido anteriormente una actitud contraria a la participación de Estados Unidos en la guerra. Su novela “Johnny cogió su fusil” publicada en 1939, había sido acogida como libro de cabecera por organizaciones contrarias al intervencionismo. Simpatizante del partido comunista norteamericano (al que no llego a afiliarse hasta 1943) seguía las directrices de Moscú, que había hecho un pacto de no agresión con la Alemania nazi. En ese momento era contrario a ayudar a las democracias liberales, criticando la actitud pro británica del presidente Roosvelt. Más con la agresión nazi sobre la “Unión Soviética” empezó a cambiar de opinión, algo que se agudizó tras el ataque japonés sobre Pearl Harbor. Entonces mandó a su editor que retirara su exitosa novela del mercado, tomando parte activa en la propaganda bélica.
 


La calidad artística del guion de Trumbo, logra dar una profundidad a los personajes que los hace cercanos y complejos. Utilizando con especial sabiduría el humor con la trascendencia, logra salir exitoso de ambos, transmitiendo un mensaje de amor a la libertad que sigue conmoviendo. El tacto con que aborda las relaciones humanas, el duelo de la persona que ha perdido a su pareja y el significado del amor como sentimiento infinito, son abordados con un romanticismo diáfano que excluye en todo momento la cursilería. El combate de la solidaridad frente al egoísmo y la libertad frente a la esclavitud, se tratan de forma amena pero nítida, sin entorpecer en ningún momento una narración que se sigue con interés en todo momento.

 

Estrenada la nochebuena de 1943 en Nueva York, la cinta era una gran apuesta de Metro-Goldwyn-Mayer al contar encabezando su reparto con dos grandes estrellas del calibre de Spencer Tracy e Irene Dunne. Mientras Dunne era una extraña en los estudios de Culver City, Spencer Tracy tenía un rango en MGM solo superado por el rey “Clark Gable”, eso si nos referíamos a popularidad, porque en cuanto a prestigio Tracy era el auténtico monarca de la Metro. Protagonista absoluto de la cinta, suyas son las mejores frases, que el gran actor desliza con su habitual naturalidad. Prototipo del artista intuitivo, vuelve a darnos otra de sus habituales lecciones interpretativas sin que nos demos cuenta. A su lado palidecen el resto de los protagonistas que cierra un novel “Van Johnson” cuyo accidente automovilístico paralizó la producción de la cinta durante tres meses. Pese a que el estudio pensó en sustituirlo, la oposición de Tracy fue decisiva para que así no se cercenara la carrera de uno de los actores más populares de la MGM durante la década de los cuarenta.

 
 

Quienes están realmente espléndidos son dos grandes secundarios, cuya intervención es decisiva para el éxito del filme: Ward Bond y James Gleason. Bond, en un papel más largo de lo habitual esta magnífico como Yackey, el mecánico que es el mejor amigo de Pete. Su superior el  Teniente Coronel “Nails” es interpretado a la perfección por Gleason. También cabe destacar a Lionel Barrymore metido en la piel del jefe de los aviadores en el cielo.

 

La película fue dirigida por Victor Fleming, uno de los más avezados directores de la Metro. Fleming había demostrado su fama de director todo terreno encargándose de dos títulos tan dispares y complicados en su realización como fueron “Lo que el viento se llevó” y “El mago de Oz”. Amigo y especialista en dirigir a las dos grandes estrellas del estudio “Gable y Tracy”, con este último acababa de coincidir en la estupenda, pero mal recibida por el público, adaptación de la novela de Steinbeck “Tortilla flat”. Algo que no sucedería con “Dos en el cielo” un gran éxito que permanecería en la memoria de muchos espectadores, uno de ellos un niño que con el paso de los años se convertiría en uno de los directores más populares de la historia “Steven Spielberg”, que cuarenta y seis años después rodaría un remake de la misma con el título de “Always”.

 

P.D. En un pequeño papel aparece una bellísima Esther Williams, en uno de sus primeros papeles en el cine antes de convertirse en la sirena de la MGM. También cabría destacar la magnifica fotografía de Karl Freund, cuando con la imagen del avión entre brumas, anuncia el fatal desenlace de Pete.
 

 
 
 
 

viernes, 25 de abril de 2014

El gato y el violín (1934) Una encantadora opereta Pre-code

 

Tenía curiosidad por ver este filme, ya que con la excepción de “Mata Hari”, no había visto ninguna película sonora de Ramón Novarro. A diferencia de otras muchas estrellas del periodo silente, la carrera del astro mexicano todavía estuvo un lustro en la cresta de la ola. Es probable que su frágil aspecto y su interpretación demasiado extrovertida, no casaran bien con los oscuros días de la depresión, además que la irrupción de nuevos actores, muchos de los cuales han quedado como iconos del cine, fueran una competencia demasiado fuerte para él. No obstante sus aproximadamente catorce años de carrera en lo más alto, ya los firmarían muchos otros actores que apenas tuvieron un instante de gloria.

 
Lo cierto es que “El gato y el violín”, basada en la opereta homónima de Jerome Kern y Otto A. Harbach estrenada tres años antes, es una dinámica opereta que compite e incluso supera a la mayoría de las cintas de igual signo estrenadas a comienzos de los años treinta. Tan solo las interpretadas por el dúo Chevalier-McDonald dirigidas por directores de la talla de Lubitsch, Cukor y Maoumulian la superan en calidad.
 
 
Precisamente con este título, Jeanette McDonald comenzaba su gloriosa etapa en Metro Goldwyn Mayer. Después de haber terminado su segundo contrato con Paramount, McDonald coincidió durante un viaje por el continente europeo con Irving Thalberg y su esposa Norma Shearer. El brillante productor, consiguió que Jeanette se mudara a los estudios de Culver City, con el fin de ampliar la nómina de artistas musicales, un género que en aquel momento lideraba  Warner Brothers.
 
 
De la dirección se encargó William K. Howard, un brillante cineasta que desgraciadamente no a merecido el reconocimiento a su obra. Forjado en los western durante la etapa muda, fue en los primeros años del cine hablado donde alcanzó el cenit de su maestría, siendo uno de los primeros realizadores en utilizar la técnica del flash back en varios de esos filmes. Su última película con Fox “Poder y gloria” protagonizada por Spencer Tracy y con guion original de Preston Sturges, es considerada hoy por los historiadores como un claro precedente de la innovadora “Ciudadano Kane” de Welles.
 
Sus problemas con el alcoholismo le hicieron derivar por varios estudios de Hollywood hasta recalar en Inglaterra, donde filmó la apreciable “Fire over England” famosa sobre todo por emparejar por primera vez a Laurence Olivier y Vivien Leigh. Pese a que “El gato y el violín” no deja de ser una opereta convencional, con todo lo que eso conlleva, no impide el que podamos disfrutar de un imaginativo uso de la cámara, ayudando a la fluidez del relato.
 
 
Hay otros dos elementos de la película que cabe resaltar, uno de ellos es que cuando se realizó el “Codigo Hays” no había cobrado en vigencia. De otro modo hubiera sido imposible que los protagonistas convivieran juntos sin estar casados y como en una divertida escena casi al final de la cinta, Jeanette McDonald se cambia de ropa sin pudor alguno, delante de sus dos pretendientes. El segundo elemento y es el motivo por lo que actualmente se recuerda la cinta es por ser la primera de imagen real que utilizó el definitivo procedimiento a tres bandas de Technicolor en la última escena de la película. Resulta irónico que fuera Ramón Novarro, una estrella en declive que pronto cedería su puesto, fuera el primer actor fotografiado en tan novedosa técnica.
Una vez apuntado todo esto, tan sólo me queda decir que he pasado hora y media muy divertida. La estupenda e irreal ambientación europea de la película, el magnífico vestuario de Adrian, la convincente actuación de Frank Morgan como tercero en discordia, y la simpática actuación de sus protagonistas, cantando estupendamente la hermosa partitura de Jerome Kern, logran un estupendo espectáculo, que merece ser conocido.
P.D. Quisiera también recordar al imperturbable Charles Butterworth, magnífico actor secundario que aquí interpreta a un excéntrico personaje cuya máxima aspiración es tocar el arpa. Butterworth ya había coincidido con Jeanette McDonald en “Ámame esta noche”.
 

lunes, 21 de abril de 2014

El demonio y la carne (1926) Así surge una leyenda

 

Hay películas que convierten a un actor en “estrella” y sin duda “El demonio y la carne” es la cinta que convirtió en estrella a la divina “Greta Garbo”, la más enigmática y sofisticada de cuantas criaturas habitaron el celuloide. La actriz sueca que ya había aparecido en dos títulos inspirados en sendas novelas del valenciano Blasco Ibañez, para su tercera película norteamericana cambiaba de autor pero no de personaje, la vampiresa, esa mujer fatal que es la perdición de los hombres.

 

Unos rasgos que en cada filme se habían acentuado. Si peligrosa pudiera ser como la otrora famosa soprano Leonora de “El torrente” y suscitar pasiones desbordantes con la Elena de “La tierra de todos” el personaje de Felicitas, superaba con mucho en maldad a los anteriores. Cuando leyó el papel justo al final del rodaje de su segundo filme, se negó en redondo a interpretarlo.


La película que iba a consagrar a Garbo, era un vehículo a mayor gloria de John Gilbert, quien es el auténtico protagonista de este melodrama. Gilbert en ese momento era la estrella principal del estudio, tras el colosal éxito de “El gran desfile”. En poco más de dos años había pasado de su condición de ídolo de “matinees” en la Fox, al estatus de gran estrella en el nuevo gigante de Hollywood “Metro Goldwyn Mayer”. Precisamente Louis B. Mayer, con el que luego tendría un gran enfrentamiento y al que muchos acusan de ser la causa de su posterior declive, fue quién le dio la oportunidad de dar un salto de calidad, al contratarlo en su pequeña pero prestigiosa compañía y ser dirigido por un gran director como era King Vidor. De la mano de Vidor había aparecido en sus tres últimos títulos, el mencionado “Gran desfile”, “Vida bohemia” basada en la sentimental ópera de Puccini con Lillian Gish y una divertida cinta de aventuras basada en una novela de Sabatini “El caballero del amor”.

 
 

Nadie parecía entender la negativa de la actriz sueca a intervenir en un filme con la mayor de sus estrellas. De nada sirvieron las palabras de Mayer y Thalberg para convencerla. Tuvo que ser su abogado personal, que le informó de las desastrosas consecuencias que supondrían incumplir su contrato, el que consiguiera que Garbo finalmente apareciera en el plató el 17 de Agosto de 1926. Allí se vieron por primera vez Garbo y Gilbert, que se presentó personalmente a la actriz a sugerencia del director Clarence Brown. Todos los que estaban en el set pudieron comprobar el amor a primera vista que surgió entre ambos. Una pasión que su hábil director supe explotar en beneficio del filme.

 
 

Brown tenía ya una sólida reputación como realizador habiendo dirigido a estrellas tan famosas como Ronald Coldman, Norma Taldmage y Rodolfo Valentino. Aquí empezaba su relación con MGM, donde tendría una larga y fructífera carrera hasta su retiro en 1953 con “La nave del destino”. Su tacto fue esencial para lograr la mejor actuación hasta ese momento de Greta Garbo, dispensándola toda la atención necesaria, para que ella pudiera sentirse a gusto durante el rodaje. El junto al operador William Daniels, lograron forjar la imagen de Garbo de forma definitiva. Pese a ser dirigida por directores de la talla de Sjöström, Cukor, Maomulian y Lubitsch, fue con el director de Massachusetts, con el que se sintió más cómoda y más veces coincidió.

 

Famosa por las escenas de amor de la glamurosa pareja, la película es ante todo un canto a la camaradería masculina, que se ve truncada por la aparición de la devastadora Felicitas. Así al menos redujo el argumento Benjamin Glazer, de la novela “Es War” de 1894. Su autor Hermann Sudermann, fue muy popular en la primera mitad del siglo veinte, dando abundante material al cine, como muestra diremos que uno de sus relatos localizados en su Lituania natal, fue la inspiración para la mítica “Amanecer” de Murnau. Esa zona de la actual Lituania, pertenecía en otros tiempos a Prusia, un ambiente militar y aristocrático que está magníficamente recreado gracias a los decorados de Cedric Gibbons y Fredric Hope.

 
 

Ayer después de muchos años volví a ver esta estupenda película, que además de los valores antes apuntados, cuenta con la excelente interpretación de Lars Hanson, un actor sueco que tuvo una breve pero exitosa carrera en Norteamérica con títulos tan memorables como “La letra escarlata” y “El viento” junto a Lillian Gish y la desgraciadamente perdida (tan sólo se hallaron nueve minutos) “La mujer divina” con Garbo. Un inolvidable melodrama que merece la pena descubrir, perfecto ejemplo de la maestría que había alcanzado el cine mudo, poco antes de desaparecer.

 

P.D. Para satisfacer a las audiencias menos sofisticadas del medio oeste se filmó un final más extenso del que abominaba su director.


La versión que suele visionarse actualmente cuenta con el maravilloso acompañamiento de la partitura compuesta por el gran Carl Davis, que realza el romanticismo del filme.