viernes, 25 de septiembre de 2015

Mare Nostrum (1926) En memoria de Terenci Moix

 
 

       Llámeme Freya. Es un nombre de Wagner. Significa la tierra y al mismo tiempo la libertad.”

         Así se presenta la heroína de la novela que Blasco Ibáñez publicó en 1917, Freya según la mitología nórdica es la capitana de las vírgenes que sirven a Odín, pero también tiene un singular parecido con el cuadro que el protagonista del relato Ulises, observa siendo un niño, en la casa de su tío marino apodado Tritón. En la lámina se representa a Anfitrite, o como se le llama en la novela Anfitrita, directora del coro de las nereidas y al casarse con Poseidón reina del mar.

Visión de Anfitrita en el prólogo del filme
 
El cuadro que aparece representándola
 

         Pero ante todo “Yo soy una mujer fatal” confiesa a su amante. Ese término tan en boga en la época, es sinónimo de mujeres independientes, de vida licenciosa y en ocasiones como Freya, espías. Su físico voluptuoso, de amplias curvas, carnes blancas y pelo dorado, está inspirado en el gran amor de Blasco, Elena Ortúzar, Dama de la alta sociedad chilena a quién conocerá en el estudio de su común amigo Joaquín Sorolla en 1906.

Cuadro de Elena Ortúzar por Sorolla
 

         Han pasado casi dos décadas de ese primer encuentro. Tras enviudar de sus respectivos cónyuges, ambos han contraído matrimonio y viven en la lujosa villa Fontana Rosa, en la elitista Costa Azul. Allí reciben la visita de un viejo amigo, el director irlandés Rex Ingram, quién había conocido al escritor valenciano en Hollywood cinco años atrás durante el rodaje de “Los cuatro jinetes del apocalipsis”. Esta era la única adaptación rodada en América que había satisfecho a Don Vicente, espantándole la versión que Fred Niblo rodara al año siguiente de Sangre y arena, con la misma estrella Rodolfo Valentino, empezando por la ceremonia de su estreno en el Teatro Rialto, donde los acomodadores iban disfrazados de charros.

 
Antonio Moreno, Rex Ingram y Blasco Ibáñez en el rodaje del filme
 
 
 
 
 

         Ingram por el contrario era un hombre culto, que intentaba cuidar hasta el más mínimo detalle de sus películas. Ese afán de perfeccionismo, cuadraba poco con los estándares de Hollywood, que cada vez tendía a cercenar la independencia de los directores. Así en la misma época en que DeMille se había independizado de la Paramount tras su enésimo choque con Adolph Zukor, Ingram hasta entonces director estrella de la Metro, se chocó con la nueva administración de Louis B. Mayer. En una decisión insólita para su época, se trasladó a Europa para rodar sus películas que sólo llevarían el encabezamiento de Metro  Goldwyn. Algunos afirman que fue la negativa de Mayer en darle las riendas de la suntuosa producción de Ben-Hur, la que terminó por acabar con la paciencia del director. Era tal la inquina que Ingram le procesaba que se refería al magnate como Louis B. Merde, cuando charlaba con sus amigos. Para poderse permitir esa actitud Ingram tenía un as en la mano, su amistad con Nicholas Schenck quién compartía la misma antipatía por Mayer, vicepresidente y desde 1927 presidente de Loew, la empresa propietaria de MGM.

Alice Terry y Rex Ingram durante el rodaje de El prisionero de Zenda
 
Terry, Moreno y Blasco Ibáñez posando con el cuadro de Anfitrita
 

         Pese a todo, Ingram y Mayer se necesitaban. Ingram era uno de los directores punteros de la industria, importante para mantener el prestigio de la nueva productora. Por su parte el cineasta necesitaba una organización tras de sí, que le garantizara los medios con que realizar sus nunca baratas películas. Como hemos dicho antes, el realizador irlandés se caracterizaba por el rigor con que acometía la puesta en escena. Para ello se documentaba al máximo, cuidando hasta los más nimios detalles como la botella de Anís del Mono en la vivienda de Tritón, en el prólogo del filme.

 
 
 

         El 15 de septiembre de 1924, MGM había adquirido los derechos de la novela por 30.000 dólares, una suma realmente importante para la época. Ingram decidió rodarla en los escenarios naturales donde transcurre la trama. Resulta reconfortante ver un filme de la época donde Barcelona es Barcelona, igual que Nápoles es Nápoles. El rodaje llevó casi quince meses entre la preparación y su filmación efectiva a caballo entre Francia, España e Italia, aunque a decir verdad en nuestro país fue el cámara John F. Seitz, el encargado de rodar las escenas, liberando a Ingram acuciado ante tanto trabajo. Por cierto que las autoridades españolas no acogieron muy favorablemente al equipo, después que Blasco Ibáñez hubiera protagonizado una campaña de desprestigio a nivel mundial contra Alfonso XIII, al haber permitido el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera.

Ingram en el rodaje de Los cuatro jinetes del apocalipsis
 
Ingram en el rodaje de  Mare Nostrum
 

         El director adquirió unos estudios en Niza llamados Victorine, donde rodó algunos interiores, pero siempre que pudo, prefirió utilizar escenarios reales. Eso da un gran aire de autenticidad a la película, que por contraste está insuflada de un marcado aire poético. Ingram era un ser tan polifacético y complejo que podía ser un gran técnico y a la par un sensible artista. Alguno de sus discípulos como el joven Michel Powell, abundan en su enigmática personalidad. Tendía a ser distante con sus colaboradores, por poner  un ejemplo Ramón Novarro, quien fue después de Valentino el mayor descubrimiento de Ingram y protagonista de la mayoría de sus grandes filmes, siempre se refirió a él como Señor Ingram. En cambio, el actor mexicano, encontraba mucha mayor complicidad con Alice Terry, esposa del director.

 
Terry con Novarro en Scaramouche
 
 
 

         Alice Terry, musa del cineasta, pidió expresamente a su marido que dirigiera Mare Nostrum, para así encarnar a la pérfida Freya, harta como estaba de representar a damas angelicales. Para ambos era su filme preferido y sin duda su actuación es convincente. Resulta memorable en la escena en que va a ser fusilada, ataviada con sus mejores galas y rodeada de toda la pompa del ejército galo. Un momento luego rememorado por las dos vampiresas más famosas del cine, Greta Garbo en Mata-Hari y Marlene Dietrich en Fatalidad.

 
 
 
La magnífica escena del fusilamiento de Freya
 

         Para interpretar al marino Ulises Ferragut, se contó con los servicios de Antonio Moreno, ya que Novarro estaba en esos momentos en Hollywood interpretando a Judá Ben-Hur. Antonio Moreno, nacido en Madrid pero criado en su niñez en Los Barrios, localidad gaditana, de la que eran naturales sus padres, había llegado como Ingram muy joven a Estados Unidos. En la década de los diez se convirtió en una estrella de los seriales, algunos al lado de la famosa Pearl White, llegando a ser conocido como el rey del suspense, pero al contrario que otros actores que perdieron su fama al decaer las películas de episodios, se instaló con firmeza en el star sistem de la década siguiente, siendo una estrella referencial en la Paramount.

 

         Se cuenta que Moreno había sido la primera elección de Ingram para el papel de Julio Desnoyers en Los cuatro jinetes del apocalipsis, pero que la postura de la guionista June Mathis fue decisiva para que el papel recayera finalmente en el aquel momento casi desconocido Rodolfo Valentino. La asociación del director con actores homosexuales como Novarro y Moreno, junto a la mirada homoerótica que muchos han visto en su lenguaje visual, dieron como resultado el que crecieran los rumores sobre la supuesta ambigüedad sexual de Ingram, algo que nunca se confirmó ni nos importa lo más mínimo.

 



         Lo realmente importante es descubrir a un autor inclasificable, cuya influencia fue reconocida por autores tan dispares como el anteriormente mencionado Michael Powell, David Lean y Orson Welles. Hay una escena, tomada además directamente de la novela, en la que Freda lleva a Ulises al acuario de Nápoles, donde observa como un gran calamar engulle a un pez espada, imagen que Welles utilizará en La Dama de Shanghai. Desgraciadamente esta imagen que describe el alma depredadora de Freya, actualmente se encuentra perdida, quedándonos sólo alguna instantánea tomada durante su rodaje.

Pompeya
 
 
 
Marsella
 
Nápoles
 

         La película adolece de algunos fallos como las escenas bélicas rodadas en el mar, pese a que el director contó con un submarino alemán de la época. Por el contrario el rodaje en las calles de Marsella o las ruinas de Pompeya están resueltos con gran brillantez. Lo que es evidente es la sensación de misticismo, fatalismo y ante todo romanticismo que llena toda la película. El gran escritor barcelonés Terenci Moix, calificó a Rex Ingram como “El gran romántico del cine” en las páginas de su maravillosa “Gran historia del cine” publicadas en las páginas de Blanco y Negro hace ya más de veinte años. Suya fue la primera referencia que tuve de este genial director, es por eso que dedico esta entrada, sobre una de las más bellas películas que he podido ver, al estupendo novelista y gran amante del cine, que nos dejó tan pronto. Va por ti, Terenci.

 
 
 

Agradecimientos: Además de revisar la estupenda semblanza que hizo del director Terenci Moix, me ha sido de gran utilidad la reciente biografía del escritor valenciano: Blasco Ibáñez el  último conquistador de Javier Varela y Rex Ingram visionary director of the silent screen de Ruth Barton publicada el año pasado.
 
 

 
 
 
 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Trafalgar (1929) El final de una época

 
 

       Acabo de ver “Trafalgar” curioso título español para “The divine lady”, parece que  los distribuidores de la época pensaron que para el público español era más familiar el nombre de la batalla naval, que los amores de Eva Hamilton y el Almirante Nelson.

 

       Tampoco hacía demasiado tiempo que había revisitado la versión de Korda con Vivien Lehig y Laurence Oliver, así que me resultaba estimulante visionar este filme, del que tuve noticia hace más de una década de la manera más extraña.

 
 
 
Página del catálogo de Odeón de Julio de 1930 donde se anuncia la versión de Marcos Redondo
 

       Resulta que soy un gran aficionado a la ópera y la zarzuela, sería el año 2.002 cuando adquirí un estuche de cinco cd´s dedicado al insigne barítono Marcos Redondo. El último de ellos venía dedicado a canciones populares, algunas de ellas provenían del cine, entre ellas estaba Divina mujer de Trafalgar, aunque a decir verdad no indicaba el estuche que perteneciera a la banda sonora de algún filme. Ese fue mi primer contacto con esta película.

 

       Por cierto que esta versión originalmente se encuentra en la sección titulada: “Películas sonoras”, Divina mujer de Trafalgar ocupaba la cara A de uno de los discos, siendo la cara B la popular canción Pagan love song aquí convertida en “El pagano de Tahití”, tal como refleja el catálogo de Odeón de julio de 1930.


 
       Aunque estaba catalogada en esa sección, donde también aparece otro título mucho más conocido como es “El desfile del amor”, Trafalgar, no es realmente una película con diálogos, pertenece a ese género de filmes que se realizaron en los inicios del sonoro,  que cuenta sólo con partitura y efectos sonoros más algunas canciones.



       Una experiencia de transición pero que en poco más de dos años dio como fruto filmes tan maravillosos como Amanecer, El séptimo cielo y Soledad por poner sólo algunos ejemplos. Mucho menos conocida que estos, la película que hoy nos ocupa es un título más que estimable, realizado a mayor gloria de una de las actrices más populares de su época.

 
Fotografiada por el gran Edwin Bower Hesser
 

       Aunque hoy está totalmente olvidada Corinne Griffith, fue una de las mayores estrellas del cine mudo. Tenía una legión de admiradores y todo el mundo resaltaba su belleza. Pero el no  haber participado en ninguna película memorable del periodo silente le ha llevado al más injusto de los olvidos. Porque Corinne no era sólo una cara bonita, era una actriz diferente en muchos aspectos, tanto por su modesta forma de vida, como por el cuidado y control que tuvo de su carrera.

 
 

       King Vidor recordaba en su autobiografía como conoció a la luego famosa estrella, en un popular balneario de Texas, el estado natal de ambos. Allí comenzaron a hablar de su afición en común por el mundo del cine, en un futuro los dos serían primeras figuras de esa nueva industria que iniciaba sus primeros pasos.

 
 

       Con todo fue Corinne la primera en llegar a Hollywood, en esa época de continuos cambios, donde predominaban las cintas de dos bobinas y cuyo mayor exponente era D.W. Griffith de quién Corinne adoptó su apellido de estrella. Poco a poco fue escalando la cumbre hasta convertirse en la máxima estrella de la Firts National en 1923.

 
 

       Mientras otros actores se compraban mansiones de gran lujo y llevaban una vida tan extravagante como onerosa para sus finanzas, Corine se limitó a adquirir una estupenda casa en Hollywood, cómoda y elegante pero razonablemente cara. Su modo de vida, carente de excentricidades le permitió ir acumulando una fortuna en bienes raíces, la cual siguió aumentando una después de su prematura retirada del cine.
 

 

       Otra de sus características, fue el control que tuvo una vez llegado al estrellato sobre su carrera. No sólo tenía voz y voto sobre el tema, director y reparto de sus películas, también asistía a las proyecciones diarias sobre el material filmado y podía opinar sobre el montaje final.




       Ese afán de perfeccionismo, derivaba en ocasiones en una actitud colérica, seguramente esa sería la razón por lo que se decidió encargar a Frank Lloyd la dirección de la película. Pues una de las virtudes del realizador era conseguir domesticar a sus estrellas. Se cuenta que sin él, hubiera sido imposible rodar “Rebelión a bordo”, debido a la mala relación que existía entre los dos actores protagonistas, Charles Laughton y Clark Gable. Ese clásico de 1935, sin duda su filme más famoso, tiene en común con Trafalgar el épico mundo del mar. Otra de sus especialidades, filmar batallas marítimas como ya demostró en la adaptación muda de “El halcón del mar”.

Frank Lloyd durante el rodaje del filme
 

       Las principales virtudes del filme, son por un lado la excelente interpretación de Corinne Griffith, tanto en las escenas más divertidas como en las románticas, un idilio bellamente fotografiado por John F. Seitz, en la primera de sus siete nominaciones a este galardón nunca concedido y eso que fue el responsable de filmar las primeras obras maestras de Billy Wilder durante su etapa en la Paramount incluyendo la mítica “El crepúsculo de los dioses”. Seitz que se había hecho un nombre al principio de la década, gracias a su colaboración con el gran Rex Ingram, culminaba su etapa muda con este título que es una magnífica muestra del extraordinario nivel que había alcanzado el lenguaje del cine.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

       El historiador cinematográfico Anthony Slide, autor del único libro dedicado a Frank Lloyd del que tengo conocimiento, considera a “Trafalgar” como su mejor obra, destacando además de la lírica emanada de su protagonista, el virtuosismo técnico del que hace gala, prodigándose en movimientos de cámara y excelencias de montaje, que se utilizan al servicio de la narración, no como un ejercicio de megalomanía. Pues Lloyd era un hombre sencillo, que huía de la publicidad, puede que esa humildad sea una de las causas por las que su figura no obtenga la rehabilitación que si han tenido otros colegas de menos méritos.

Frank Lloyd recibiendo su primer oscar
 

En esta película Lloyd recibió su primer oscar al mejor director, luego lograría otra estatuilla por “Cabalgata” que también sería galardonada como la mejor película dos años, al igual que Rebelión a bordo. Pero hoy os invitaría a que conocierais esta bella película, que cuenta además de Corinne Griffith con la participación de dos estupendos actores como Marie Dressller y H. B. como la madre y el esposo de Emma Hamilton. También me parece estimable la actuación de Victor Varconi, quien interpreta a Nelson. Varconi precisamente había sido Pilatos en Rey de Reyes donde Warner interpretaba a Cristo. Este actor nacido en la actual frontera entre Hungría y Rumanía, había triunfado en el cine austríaco antes de que DeMille le trajera a Hollywood.

Marie Dresller
 
H. B. Warner
 
Victor Varconi
 

Mientras H. B. Warner seguiría trabajando habitualmente durante el nuevo periodo de cine sonoro y Marie Dressller llegaba incluso a ser cabeza de cartel, las estrellas de la película Corinne Griffith y Victor Varconi, quedaran arrinconados como vestigio de una época pasada. Pero la magia del cine les da de nuevo vida y uno no puede menos que emocionarse cuando escuchamos a Corinne, cantar con triste voz Loch Lomond mientras Victor se aleja en busca de su destino.