Cuando el prestigioso jurado de la Mostra de Venecia,
decidió otorgar la Copa Volpi a Bourvil, por su interpretación del
estraperlista Marcel Martin, su carrera cinematográfica alcanzó un prestigio,
que muy pocos hubieran creído pudiera lograr. Ni siquiera el propio actor que
no acompañó al resto de la expedición al festival veneciano.
Este
cómico francés, nacido como André Raimbourg, desde muy joven tuvo inclinación
por el mundo del espectáculo. Ya durante el servicio militar se convirtió en animador
de las tropas, utilizando su primer nombre artístico “Andrel” en homenaje de su
actor preferido, el ya muy popular “Fernandel”.
Desmilitarizado
tras la derrota ante Alemania, Raimbourg actuará en infinidad de locales de
todo tipo, junto a un viejo conocido de la mili el acordeonista Etienne Lorin,
acompañando a Bordas la célebre mujer barbuda. Pero llega el amor, el actor y
cantante se casa y decide formar una familia. Es la época en la que trabaja en
multitud de oficios, según sus propias afirmaciones, siendo plomero estuvo a
punto de causar más daños que las dramáticas inundaciones de París en 1910.
Poco
a poco empieza a entrar en los cabaret, donde interpretando a los sencillos
campesinos normandos, logrará el triunfo. Aquí adoptará el pseudónimo que le
hará famoso “Bourvil”, el nombre del pueblo de la Normandia donde se crió
siendo niño. Acaba la guerra y su carrera va en ascenso, registra sus primeros
discos y debuta en el cine donde interpreta una de sus canciones más populares “Le
Crayon”.
Encasillado
en papeles bufonescos, siendo el personaje cómico imprescindible en las
operetas más famosas de la época, junto a figuras del calibre de Luis Mariano y
su amigo Georges Guetary, el cine al que sigue siendo asiduo, le dará la
oportunidad de cambiar de registro. Muchos de sus admiradores ignoran que pese
a interpretar con frecuencia a personajes de psicología básica, Bourvil es un
hombre culto, que tiene una buena amistad con el pope de la cultura de la época
Jean Paul Sartre y sobre todo con el cantautor George Brassens, quién le
asesora sobre sus lecturas.
Sería
el empeño del director Claude Autant-Lara el que posibilitara el que finalmente
se filmara está película. Todo tiene su
origen en “Le Vin de París” una colección de relatos publicados en 1947,
salidos de la pluma de Marcel Aymé. Concretamente Le traversée de París es el
segundo de los relatos, donde nos cuenta la historia de dos personajes tan
dispares como el exchofer Martin y el pintor Grandgil que tienen que atravesar
el París ocupado con unas maletas llenas de carne de cerdo, con destino al
mercado negro.
Autant-Lara
estaba empeñado en llevar a la pantalla este relato, fueron seis años hasta que
el proyecto tomó cuerpo. Con todo, la contratación de dos estrellas como
Gabin y Bourbil, hicieron que el
desconfiado productor no se decidiera a aumentar el presupuesto, por lo que
finalmente acabó siendo una producción en blanco y negro, rodada íntegramente
en estudio.
Aquí no terminaron las piedras en el camino. El
escritor Aymé, se escandalizó cuando supo que Bourvil iba a interpretar el
papel de Martin. Pero el director se mantuvo en sus treces y logró que
posteriormente Marcel Aymé le confesara que era la mejor adaptación llevada al
cine de una de sus obras. El novelista, dramaturgo y poeta, llevaba más de dos
décadas ligado al cine, no sólo fueron adaptadas a la pantalla sus novelas y
relatos, también participó en la escritura de muchos guiones. En esta ocasión
fueron los guionistas habituales de Autant-Lara, Jean Aurenche y Pierre Bost,
quienes lograron un guion ágil y preciso, en un tema que nunca había sido
tratado hasta ahora en el cine de esa forma.
Hasta
ese momento, las películas que trataban la época de la ocupación, o bien
versaban sobre héroes, o sobre víctimas como la exitosa “Juegos prohibidos”. Este
retrato donde los personajes sobreviven, con amoralidad o cinismo, sólo podía
ser digerible bajo el barniz de la comedia que la adaptación cinematográfica
potenció.
Mientras
la química entre Bourvil y el director funcionó a las mil maravillas, las
disensiones entre este y Jean Gabin se prolongaron durante todo el rodaje.
Gabin que había firmado el contrato para poder rodar con su amigo Bourvil,
acabó detestando la película. Él pensaba que sabía perfectamente cómo debía
interpretar al famoso pintor, por eso le irritaba las continuas indicaciones de
Autant-Lara. Pese a todo su presencia se hace imprescindible en la película lo
mismo que otras dos actuaciones más breves pero que brillan con luz propia.
Por
un lado Jeanette Batty que interpreta a la mujer de Martin, una actriz
marsellesa de la que apenas se guarda recuerdo y que aquí está realmente bien.
El otro, que encarna al carnicero Jambier, es nada menos que Louis de Funés quien
pese a su magnífica intervención, todavía no alcanzó el status de gran estrella
que conseguiría unos pocos años más tarde.
La
película se estrenó con poco bombo, en dos salas parisinas. Fue el boca a boca,
la mejor publicidad. De esa forma consiguió ser la cuarta película más
taquillera del año en Francia y se exportó a medio mundo. Hoy en día está considerada
entre las mejores películas del cine francés. Para el director fue su último
gran momento de gloria, ahogado por los críticos de Cahiers que vituperaron su
obra. Afortunadamente, el tiempo pone a cada uno en su sitio y hoy podemos ver
como el tiempo no ha hecho mella sobre esta tragicomedia parisina, mientras que
otros proyectos considerados en su tiempo novedosos, hoy aburren mortalmente.