Resulta al menos curioso como en 1957 se estrenaron dos
películas que intentaban emular el éxito de “Lo que el viento se llevó”. Hace unas semanas hablamos de “El
árbol de la vida” (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2014/06/el-arbol-de-la-vida-1957-lo-que-no-se.html) la apuesta de MGM. Seis meses antes
se estrenó “La esclava libre” una
producción de Warner Brothers que guarda varios puntos de contacto con esta
última. Aunque su diseño de producción no podía compararse con la cinta de Dmytryk, también estaba basada en una
novela de un prestigioso autor.
En este caso
hablamos de Robert Penn Warren, cuya
obra más famosa “Todos los hombres del
rey” había sido llevada a la pantalla con singular éxito. Estrenada en
nuestro país con el título de “El
político”, narraba la historia de un dirigente populista, en el profundo
sur de los años treinta del siglo pasado. Otra obra inspirada en el mismo tema
y que el posterior éxito de la novela de Penn Warren dejara en el olvido, fue
adaptada por Raoul Walsh con el título de “Un
león en las calles” de la que también nos hemos ocupado (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2014/01/un-leon-en-las-calles-1953-walsh.html).
Robert Penn
Warren, hizo de su sur natal el marco de la mayoría de su extensa producción.
Estimable poeta, en la narrativa se ocupó tanto del pasado reciente, como de la
época tumultuosa de la guerra civil y la reconstrucción. Aunque siempre se negó
a tildar a sus novelas como históricas, lo cierto es que se preocupó porque sus
ficciones se desarrollaran en un marco histórico lo más fidedigno posible. En
este caso utilizó un episodio real, la venta de dos hijas de un terrateniente
sureño, al morir este y no poder satisfacer sus deudas. Tratadas como
posesiones, esas muchachas educadas en la alta sociedad se vieron reducidas a
la esclavitud. En la novela, por motivos en palabras de su autor de “comodidad”
quedo en una sola.
“Band of
angels” título de la novela publicada en 1955 (y original de la cinta) es a
decir de los críticos una magnífica novela, donde el escritor nacido en
Kentucky, intenta reflexionar sobre temas como la violencia y la crueldad, por
encima de razas o posicionamientos políticos. Aunque para algunos intenta
justificar en parte la actuación de las gentes del sur, señalando los numerosos
yanquis implicados en el comercio de esclavos y la crueldad de ciertas tribus
africanas, cuyos jefes comerciaban con sus propios hermanos, vendiéndolos a los
temibles negreros.
Uno de ellos, Hamish
Bond, convertido ahora en honorable potentado, rescatará a la bella Mandy de la
terrible vida a la que se veía abocada. Un personaje al que da vida un Clark Gable en el ocaso de su carrera,
pero que todavía mantenía su subyugante presencia. Mientras la novela gira en
torno al personaje de Amanda que relata su experiencia en primera persona, la
cinta está dominada de principio a fin por el veterano actor. Después de
concluir su contrato con MGM, Gable como estrella free lance, ya había
trabajado en sus dos últimas películas con Raoul
Walsh. “Los implacables” y “Un rey
para cuatro reinas” dos títulos más que estimables, compartiendo cartel con
dos actrices de gran belleza e impactante carácter: Jane Russell y Eleanor Parker respectivamente.
En esta ocasión
su pareja de reparto sería Ivonne De Carlo, otrora reina del Technicolor en los
estudios Universal. Su actuación como Sephora la esposa de Moisés, había sido
hasta entonces su única cinta de gran presupuesto, en una filmografía en la que
las películas menores constituían el eje central de esta. Su rendimiento en un
papel bastante complejo como el de Mandy, es más que aceptable, aunque quizás
hubiera sido deseable una intérprete de mayor calado para el personaje. Lo que
es innegable es su belleza, que la brillante fotografía de Lucien Ballard resalta en todo su esplendor. Un cámara que en la
década siguiente de la mano de Sam
Peckinpah, alcanzara las más altas cotas.
Otro de los
puntales del filme es sin duda Sidney
Poatier encarnando a Rau-Ru, un personaje que al igual que Mandy vive
desubicado. Criado por Bond casi como un hijo, se rebela ante su condición de
esclavo. Y es que poco a poco Hollywood iba modificando la imagen de los
afroamericanos en el cine, desde los bufos mozos de tren o siervos, poco a poco
irán adquiriendo sus papeles la dignidad necesaria. Uno de los primeros casos
es el personaje de Delilah en “Imitación
de la vida” dirigida en 1934 por John
M. Stahl, cuya hija Jessie con aspecto de blanca pero con sangre negra, se
verá en una situación muy similar a la de Amanda Starr. Injustamente acusado
por parte de la sociedad de color, como domesticado por la sociedad blanca, lo
cierto es que Poatier luchó muy
duramente para lograr una carrera cinematográfica que resultaba en ese tiempo
impensable para un actor afroamericano. Su compromiso con la causa de los
derechos civiles prueba su honestidad y la calidad de sus interpretaciones su
categoría como actor, más allá de su magnífica presencia de galán.
Quizás la ambigüedad
con que la cinta trata el tema de la esclavitud, contraponiendo dueños de
plantación buenos, con otros malos, sea una de las causas por las que la cinta
ha recibido críticas adversas. Algo totalmente injusto, cuando hay otras
películas, empezando por la celebérrima “Lo que el viento se llevó” donde el
tema es tratado de una manera mucho más simplista y políticamente incorrecto.
De otro lado como hemos contado al principio de la entrada, la novela en que
está basada es proclive a los juicios que se exponen en la película. No hay que
olvidar que es una historia contada desde la perspectiva de un autor del sur,
cuyos dos abuelos participaron como oficiales en el ejército confederado.
Lo que no se
puede cuestionar, es la maestría de Walsh una vez más, narrando esta apasionada historia. Porque ante todo es una historia de
amor, por encima de épocas y condicionamientos sociales. Una película que
respira clasicismo del bueno, rodada con abundantes medios y que consigue
durante más de dos horas atrapar la
atención del espectador. Mucho y bueno hemos hablado de Walsh en este blog, y
seguiremos haciéndolo porque nunca nos defrauda. Porque nos cuenta hermosas
historias sin alambicamientos innecesarios, con un estilo franco, directo y
divertido.
P.D. Los ataques contra esta película han llegado hasta el
extremo de criticar la hermosa banda sonora de Max Steiner, otro ataque injusto
ciertamente.
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