jueves, 22 de enero de 2015

La travesía de París (1956) Bourvil llega al olimpo

 
       Cuando el prestigioso jurado de la Mostra de Venecia, decidió otorgar la Copa Volpi a Bourvil, por su interpretación del estraperlista Marcel Martin, su carrera cinematográfica alcanzó un prestigio, que muy pocos hubieran creído pudiera lograr. Ni siquiera el propio actor que no acompañó al resto de la expedición al festival veneciano.
 
       Este cómico francés, nacido como André Raimbourg, desde muy joven tuvo inclinación por el mundo del espectáculo. Ya durante el servicio militar se convirtió en animador de las tropas, utilizando su primer nombre artístico “Andrel” en homenaje de su actor preferido, el ya muy popular “Fernandel”.
 
       Desmilitarizado tras la derrota ante Alemania, Raimbourg actuará en infinidad de locales de todo tipo, junto a un viejo conocido de la mili el acordeonista Etienne Lorin, acompañando a Bordas la célebre mujer barbuda. Pero llega el amor, el actor y cantante se casa y decide formar una familia. Es la época en la que trabaja en multitud de oficios, según sus propias afirmaciones, siendo plomero estuvo a punto de causar más daños que las dramáticas inundaciones de París en 1910.
 
       Poco a poco empieza a entrar en los cabaret, donde interpretando a los sencillos campesinos normandos, logrará el triunfo. Aquí adoptará el pseudónimo que le hará famoso “Bourvil”, el nombre del pueblo de la Normandia donde se crió siendo niño. Acaba la guerra y su carrera va en ascenso, registra sus primeros discos y debuta en el cine donde interpreta una de sus canciones más populares “Le Crayon”.
 
       Encasillado en papeles bufonescos, siendo el personaje cómico imprescindible en las operetas más famosas de la época, junto a figuras del calibre de Luis Mariano y su amigo Georges Guetary, el cine al que sigue siendo asiduo, le dará la oportunidad de cambiar de registro. Muchos de sus admiradores ignoran que pese a interpretar con frecuencia a personajes de psicología básica, Bourvil es un hombre culto, que tiene una buena amistad con el pope de la cultura de la época Jean Paul Sartre y sobre todo con el cantautor George Brassens, quién le asesora sobre sus lecturas.
 
       Sería el empeño del director Claude Autant-Lara el que posibilitara el que finalmente se filmara está película.  Todo tiene su origen en “Le Vin de París” una colección de relatos publicados en 1947, salidos de la pluma de Marcel Aymé. Concretamente Le traversée de París es el segundo de los relatos, donde nos cuenta la historia de dos personajes tan dispares como el exchofer Martin y el pintor Grandgil que tienen que atravesar el París ocupado con unas maletas llenas de carne de cerdo, con destino al mercado negro.
       Autant-Lara estaba empeñado en llevar a la pantalla este relato, fueron seis años hasta que el proyecto tomó cuerpo. Con todo, la contratación de dos estrellas como Gabin  y Bourbil, hicieron que el desconfiado productor no se decidiera a aumentar el presupuesto, por lo que finalmente acabó siendo una producción en blanco y negro, rodada íntegramente en estudio.
 
       Aquí  no terminaron las piedras en el camino. El escritor Aymé, se escandalizó cuando supo que Bourvil iba a interpretar el papel de Martin. Pero el director se mantuvo en sus treces y logró que posteriormente Marcel Aymé le confesara que era la mejor adaptación llevada al cine de una de sus obras. El novelista, dramaturgo y poeta, llevaba más de dos décadas ligado al cine, no sólo fueron adaptadas a la pantalla sus novelas y relatos, también participó en la escritura de muchos guiones. En esta ocasión fueron los guionistas habituales de Autant-Lara, Jean Aurenche y Pierre Bost, quienes lograron un guion ágil y preciso, en un tema que nunca había sido tratado hasta ahora en el cine de esa forma.
 
       Hasta ese momento, las películas que trataban la época de la ocupación, o bien versaban sobre héroes, o sobre víctimas como la exitosa “Juegos prohibidos”. Este retrato donde los personajes sobreviven, con amoralidad o cinismo, sólo podía ser digerible bajo el barniz de la comedia que la adaptación cinematográfica potenció.
 
 
       Mientras la química entre Bourvil y el director funcionó a las mil maravillas, las disensiones entre este y Jean Gabin se prolongaron durante todo el rodaje. Gabin que había firmado el contrato para poder rodar con su amigo Bourvil, acabó detestando la película. Él pensaba que sabía perfectamente cómo debía interpretar al famoso pintor, por eso le irritaba las continuas indicaciones de Autant-Lara. Pese a todo su presencia se hace imprescindible en la película lo mismo que otras dos actuaciones más breves pero que brillan con luz propia.
 
       Por un lado Jeanette Batty que interpreta a la mujer de Martin, una actriz marsellesa de la que apenas se guarda recuerdo y que aquí está realmente bien. El otro, que encarna al carnicero Jambier, es nada menos que Louis de Funés quien pese a su magnífica intervención, todavía no alcanzó el status de gran estrella que conseguiría unos pocos años más tarde.
 
       La película se estrenó con poco bombo, en dos salas parisinas. Fue el boca a boca, la mejor publicidad. De esa forma consiguió ser la cuarta película más taquillera del año en Francia y se exportó a medio mundo. Hoy en día está considerada entre las mejores películas del cine francés. Para el director fue su último gran momento de gloria, ahogado por los críticos de Cahiers que vituperaron su obra. Afortunadamente, el tiempo pone a cada uno en su sitio y hoy podemos ver como el tiempo no ha hecho mella sobre esta tragicomedia parisina, mientras que otros proyectos considerados en su tiempo novedosos, hoy aburren mortalmente.
 
 
 
 
 

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