viernes, 24 de febrero de 2017

La máscara de Hierro(1939) La nostalgia a veces no engaña



Que desilusión cuando después de volver a ver ciertas películas que en nuestra niñez nos causaron sensación, comprobamos como los años nos han hecho cambiar de opinión sobre ellas. Pero afortunadamente muchas de ellas, curiosamente las más antiguas, consiguen mantener ese espíritu mágico que nos fascinó en nuestra infancia. La Película de la que vengo a comentar hoy está en esa maravillosa categoría. Un estupendo clásico del cine de aventuras, que aunque menos conocido que otros, para mi se haya a la misma altura e incluso supera a títulos más reconocidos.
Uno de los grandes aciertos del filme es que esté dirigido por un gran maestro como fue el británico James Whale. El autor está en esa penosa lista de directores que tuvieron una carrera demasiado corta. En apenas una década nos dejó una serie de magníficas películas, siendo especialmente recordadas las del género fantástico y de terror. Whale dirigió las magníficas "El hombre invisible", "El caserón de las sombras" y "El doctor Frankenstein" y "La novia de Frankenstein" donde conseguía superar la cinta original, añadiéndole un delicioso sentido del humor del que muchos años más tarde se servirían Mel Brooks y Gene Wilder para su hilarante aunque mucho más burda cinta.
Pero Whale no sólo dirigió películas de miedo, filmó alguna comedia más que notable, también estuvo a cargo de la primera y mucho más descarnada adaptación de "El puente de Waterloo" e igualmente estuvo con creces a la altura de llevar a la pantalla el musical por antonomasia "Show Boat" de la que hablamos ampliamente en otro post.
Todos estos logros fueron posibles gracias a la colaboración de Carl Laemme Jr., vástago del fundador de los estudios Universal, una productora que pese a fundamentarse su producción en películas de bajo presupuesto, siempre tuvo la ambición de realizar filmes de prestigio pese a el desembolso que esto pudiera suponer. Desgraciadamente esta benemérita política no acabó por tener el respaldo unánime del público lo que acabó con que los Laemme perdieran el control sobre el estudio que paso a manos menos creativas, sumiéndolo durante una década hasta su fusión con International Pictures, en una producción de títulos mayoritariamente de serie B.
Whale que era junto a John M. Stahll el director estrella de Universal, vio como los nuevos dueños pensaban destinarlo a producciones de serie B, por lo que abandono la seguridad de la hasta entonces su casa, trabajando para diferentes estudios. En 1937 rodó en Warner un biopic sobre la vida del actor inglés Garrick, con Brian Aherne y una encantadora Olivia De Havilland, donde dio buena muestra de su talento para el decorativismo recreando una época tan fascinante como el siglo XVIII. Esa recreación histórica no era la primera del director inglés pues en el prólogo de "La novia de Frankenstein" hacía aparecer a Mary Shelley, su esposo y Lord Byron en los albores del romanticismo.
Cuando se encargó del proyecto de El hombre de la máscara de hierro, recargó al máximo los decorados, proporcionando un mundo irreal pero adecuado para el mundo de fantasía que intentaba crear. Esos lujos decorativos fueron los únicos que le permitió el productor de la película Edward Small que hacía honor a su apellido, intentando cercenar todos los gastos que el creía excesivos.
Ya Small se había especializado en llevar a la pantalla las criaturas de Dumas. En 1935 había producido una adaptación de El conde de Montecristo que gozó de gran popularidad, merced especialmente al desempeño del gran Robert Donat como Edmundo Dantés. Este era el mayor acierto del filme, que por lo demás queda empequeñecido al compararlo con la versión francesa que unos años antes rodara Pierre Frescourt, con magníficos escenarios naturales y grandes decorados.
La leyenda del hombre de la máscara de hierro era harto conocida cuando Alejandro Dumas decidió combinarla en la postrera aventura de los tres mosqueteros titulada El Vizconde de Branguelone. El mismo año que Frescourt dirigía su Montecristo, Douglas Fairbanks con el ya veterano Allan Dwan tras la cámara protagonizaba la versión hasta entonces más conocida de la Máscara de Hierro, en la que la acción era por supuesto parte principal de la película.
Uno de los pocos peros que se le pone al filme de Whale es que abunden poco los momentos de acción, siendo además el director británico famoso por su ágil pulso narrativo. El problema fue una vez más económico, Small se negaba como hemos referido a realizar nuevos desembolsos. Era un hombre práctico, en las antípodas de un David O´Selznick que no había reparado en medios para llevar a la pantalla otro clásico de aventuras como El prisionero de Zenda.
Así que Whale fue paulatinamente perdiendo interés por el filme, cumpliendo con su oficio, pero sin poner toda su alma en él. No obstante escenas como las románticas, o las que se refieren a la tenebrosa máscara, nos devuelven al mejor Whale que además conto con un estupendo guion a cargo de George Bruce.
Otro de los encontronazos que tuvo Whale con Small tuvo que ver con el reparto. Cuando en 1938 el director firmó su contrato se le aseguró que contaría con un gran elenco. El tenía pensado en Douglas Fairbanks jr. para el doble papel protagonista y a John Barrymore como el anciano D´Artagñan. Pero Small tenía bajo contrato a un joven actor llamado Louis Hayward que finalmente impuso. En este punto creo que la actitud de Whale fue injusta pues Hayward recreó estupendamente tanto al noble Felipe como a su malvado hermano gemelo Luis. Con este papel Hayward ha pasado a la historia del cine, desgraciadamente su carrera no alcanzó el vuelo que seguramente merecía.
Años después Hayward protagonizó esta curiosa secuela de serie B o C
 
Por el contrario Warren William quien se encarga de interpretar a D´Artagnan se hallaba al final de una década durante la cual había gozado de papeles de gran enjundia. El advenimiento de nuevas figuras como Bogart, Cagney, Gable o Robert Taylor iban desplazándole de la parte superior de las marquesinas a un actor injustamente olvidado que dejó abundantes ejemplos de su buen hacer. Como muestra podemos citar su elegante Julio Cesar en la celebérrima Cleopatra de DeMille, el gangster de buen corazón en la primera versión de Dama por un día de Frank Capra, o su encarnación del famoso abogado Perry Mason, en un tono deliberadamente cómico, en las antípodas de la creación de Raymond Burr en su célebre serie televisiva y del que dimos cuenta en otra entrada de nuestro blog.
En el filme que hoy nos ocupa, William saca un gran partido a su personaje de veterano mosquetero. Gallardo en las escenas de capa y espada, utiliza su maravillosa vis cómica en una escena donde se hace pasar por un criado, creando uno de los mejores momentos del filme.
La heroína de la película fue una bella Joan Bennett, radiante con su magnífico vestuario de infanta española. Para la actriz era uno de sus primeros grandes papeles en una carrera que en la década siguiente la llevaría por los senderos del cine negro de la mano de Fritz Lang en un par de títulos inolvidables como son La mujer del cuadro y Perversidad, ambas junto a un notable Edward G. Robinson. Ya en esta temprana producción Bennett no sólo proporciona su hermosa presencia, también hace gala de un arrojo y personalidad incuestionable. Un año más tarde volvería a compartir cartel con Hayward en otra divertida cinta de aventuras titulada El hijo de Montecristo, con un estupendo George Sanders en uno de sus primeros papeles de malvado.
Joan anunciando cosméticos en 1947
 
En esta ocasión el papel de villano recayó en otro de esos actores caídos en el olvido con la misma injusticia, sino mayor que el caso de Warren William. Nos referimos al elegante Joseph Schildkraut, galán del cine austríaco que debutó en Hollywood en la minusvalorada y estupenda Las dos huérfanas de Griffith, aunque su papel más famoso en el cine mudo se lo proporcionaría Cecil B. DeMille componiendo el Judas Iscariote más apuesto de la historia del cine, en la mítica Rey de Reyes. Su carrera al contrario que muchos otros actores europeos no se vino abajo con el advenimiento del sonoro y en 1937 ganó el oscar al mejor secundario por su participación en La vida de Emilio Zola. En esta ocasión compone un exquisito malvado, Fouquet consejero del rey. Aunque para el productor Small, su interpretación pecaba de afeminamiento, cualquier espectador con buen juicio considerará brillantísima su composición. Huyendo de esos malvados de aspecto brutal y obscena apariencia, nos retrata como el mal bien puede estar disfrazado de elegancia y buenas maneras.
Todo el resto del reparto cumple estupendamente con su función, de entre todos ellos el más conocido es sin duda Allan Halle que acompañó a Errol Flynn en varias de sus más conocidas cintas, siendo su personaje más recordado, el de Little John de Robin de los bosques. En un brevísimo papel debutó ante las cámaras el luego famosísimo Peter Cushing. Resulta cuando menos premonitorio, que el que luego sería actor fetiche de la Hammer junto a Cristopher Lee, se iniciara de la mano del más excelso director de la etapa terrorífica de la Universal, de la cual dos décadas después la productora Hammer tomaría el testigo.
Quien acabó dejando el cine fue Whale, El hombre de la máscara de hierro sería su último gran éxito. Privado de su anterior libertad, decidió volcar sus inquietudes artísticas en el campo de la pintura. Los pingues beneficios que recibió al tener una participación en el porcentaje de la recaudación le ayudaron a poder dar este paso. Un año más tarde volvería con Joan Bennett y esta vez si Douglas Fairbanks jr. pero en esta ocasión Infierno verde hizo honor a su nombre y fue un gran fracaso tanto comercial como artístico. Sería la última película completada por uno de los grandes estilistas del cine de su época. Versátil como pocos, no sólo regalo miedos, ni canciones, también uno de las grandes películas de un género que cuando se muestra en todo su potencial nos hace por un rato volver a ser esos niños que luego tras ver la película, reproducíamos torpemente sus lances de esgrima.
 

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