El 6 de junio
de 1926, llegaba a Nueva York un director húngaro que sería fundamental en la
historia del cine. No era un novato, llevaba ya catorce años realizando
películas, primero en su país natal y desde 1919 en Austria, donde sus
producciones, especialmente dos epopeyas bíblicas “Sodoma y Gomorra” y “Die Sklavenkönigin” conocida en Estados Unidos
como “Moon of Israel, habían llamado
la atención de la Warner, quién deseaba un nuevo Cecil B. DeMille para su
estudio. Su nombre era Manó
Kertész Kaminer y después de haber adoptado otros nombres menos
complicados, al llegar a Hollywood sería conocido como Michael Curtiz.
Ya en la
entrevista que mantuvieron en París, Harry
Warner y Curtiz, el tema de “El arca de Noé” había estado encima del
tapete, pero antes de enfrentarse a este reto, Harry lo puso a trabajar en “El tercer grado” un melodrama policial
con ambiente circense basado en una obra teatral escrita en 1908 por Charles Klein, previamente llevada al
cine en 1913 y 1919. El magnífico uso que hace de la cámara, especialmente en
las escenas circenses, le gana el respeto de la crítica y del propio estudio.
Warner Brothers
lleva pocos años en la élite de Hollywood, formada en 1918, se halla en una
carrera de fondo, compitiendo en prestigio y éxito, con la todopoderosa
Paramount y la nueva pero resplandeciente MGM. Por eso en 1924 habían firmado
al carismático galán John Barrymore y al director Ernst Lubitsch. Mientras el apolíneo actor si compensó a Warner con
sus actuaciones, las películas dirigidas por Lubitsch, no acabaron por atraer
al suficiente número de público que pudiera compensar los elevados costes de
producción. Tras realizar cuatro filmes, no se renovó su contrato y se buscó en
Curtiz, al hombre que pudiera aunar prestigio y comercialidad.
En una
plantilla de directores que no estaba sobrada de brillantez, la habilidad del
cineasta húngaro, rápidamente sobresalió. Después de su debut, Curtiz realizó
otros tres filmes, hasta “Tenderloin” su primera cinta con
diálogos. Una nueva experiencia que Warner había propiciado con “El cantante de Jazz”, logrando un
éxito sin precedente. Es posible que a las audiencias modernas, les despisten
estas películas semi-habladas, pero el complicado proceso de transición al
sonoro, donde la cámara se mantenía estática, propició que en un principio se
utilizaran de una manera parcial, dejando las imágenes de acción con una
partitura sincronizada.
Con este método
se filmó asimismo “El arca de Noé”, la
más ambiciosa de las producciones hasta el momento realizada por Warner. Con un
presupuesto de un millón de dólares, muy
por encima de lo habitual en el estudio, pretendía rivalizar con otros grandes
espectáculos y a decir verdad que lo logró. Una empresa destinada al tiránico
director cuyos malos modos, tanto con el personal técnico, como con los extras,
pronto se hicieron famosos. Si autoritario era DeMille, que decir de Curtiz, quién se negaba a parar el rodaje
hasta para comer. Su gran capacidad de trabajo, no obstante le dejaba tiempo
para tener numerosas aventuras amorosas con actrices principiantes.
Para
protagonizar una película de tal magnitud, el estudio colocó a Dolores Costello, esposa de John
Barrymore y primera dama de la Warner. Costello ya había coincidido con
Curtiz en tres de sus primeras cinco películas rodadas en Hollywood. En su
primera película americana (El tercer grado) y en su anterior proyecto
“Tenderloin” con “A million bild” entre
medias. También dirigió a la hermana de Dolores, Helene, en “Goodtime Charley” donde encabezaba el
reparto Warner Oland, el villano de
uno de los filmes más populares de Dolores Costello “Orgullo de raza”. (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2013/11/orgullo-de-raza-1927-en-el-viejo-san.html).
Su paternaire George O´Brian fue cedido por la Fox,
donde había intervenido en dos cintas tan importantes como “El caballo de hierro” y “Tres hombres malos” (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2014/05/tres-hombres-malos-1926-las-apariencias.html)
de John Ford, aunque su papel más
recordado fuera quizás en “Amanecer”
de Murnau. Un actor que era más un atleta que un
intérprete, dotado de un imponente físico, contrastaba con la delicadeza de
Dolores Costello, quién al lado de Curtiz había mejorado su ya depurada técnica
interpretativa.
Completaban el
elenco, Noah Beery el malvado de la
función, Mirna Loy y el simpático Guinn
'Big Boy' Williams, prolífico secundario que terminaría su carrera como
Curtiz con el western “Los comancheros”. El tono grave lo ponía Paul McAllister
, en el doble papel de ministro protestante y Noé. Un desempeño dual que
comparte buena parte del reparto ya que “El arca de Noé” presenta dos
historias, una contemporánea que comienza el día en que se declara la gran
guerra de 1914, siendo la otra el episodio bíblico del libro de Génesis.
Esta
combinación de historias, tiene su precedente en “Intolerancia” donde Griffith
enlazaba varias historias, una fórmula luego simplificada siendo “Los diez
mandamientos” de DeMille la más popular de todas, pero que Curtiz ya había
empleado en “Sodoma y Gomorra” un
año antes en 1922. El argumento fue escrito por Darryl F. Zanuck, un joven de
Nebraska que llegaría a ser un gran productor en los años dorados de la Twenty
Century Fox, y que hasta el momento había escalado peldaños dentro de la
Warner, desde que empezara escribiendo bajo pseudónimo guiones para las
películas del famoso can Rin-Tin-Tín.
En esta ocasión Zanuck escribió un alegato pacifista, donde los protagonistas
son dos jóvenes americanos de viaje por Europa y una bailarina de cabaret
alemana, cuando surja una situación límite que no deseo desvelar, un ministro
protestante evocará la historia bíblica del diluvio universal. Será en esta
narración donde Zanuck se tomará todo tipo de licencias, extrayendo situaciones
de otros lugares de la biblia, como cuando el hijo de Noé, Jafet, es condenado
a tirar de una piedra de molino, con sus ojos cegados, al igual que Sansón, o
que Dios se aparezca a Noé en forma de zarza ardiente y luego le dé la orden de
construir el arca en unas tablas como las de Moisés.
Los magníficos
decorados de la cinta, fueron diseñados por Anton Grot, un reputado director artístico que ya había trabajado
en producciones importantes con Douglas
Fairbanks y Cecil B. DeMille. Cuando estaba en plantilla de la empresa First National, esta fue absorbida por
Warner, siendo este su primer trabajo para el estudio donde continuaría toda su
carrera. Otro punto fuerte fueron los magníficos efectos especiales, siendo claro
está el más destacado el descomunal diluvio que se cierne sobre la ciudad
caldea y sus numerosos habitantes. El cámara Hal Morh, alertó a Curtiz sobre lo peligroso que era el plan de
rodaje para los extras, pero este no tenía la más mínima idea de cambiar su
planificación, así que Morh dejo la película siendo reemplazado por Barney McGill.
Michael Curtiz
deseaba que la escena fuera retratada con el mayor realismo. En la primera
versión de “Los diez mandamientos” rodada por DeMille, en la escena en que las
aguas ahogaban a las tropas de Faraón, se habían utilizado muñecos, empañando
la acción culminante de la película. Curtiz no estaba dispuesto a que le pasara
lo mismo y no le importó que una
tremenda tromba de agua, cayera sobre los actores que pululaban sobre el
inmenso set. Luego se ha dicho, que a consecuencia de esto, tres personas
perecieron ahogadas, que a un extra tuvo que amputársele la pierna, que Dolores
Costello contrajo una fuerte neumonía y un rosario similar de catástrofes. Lo
cierto es que los últimos biógrafos de Curtiz, han intentado encontrar pruebas fehacientes
de estas afirmaciones, sin hallar ninguna, por lo que quizás no debería
dárselas tan alegremente por ciertas.
Lo único cierto
es que el impasible y cruel trabajo de Curtiz, dio como resultado uno de los
momentos más impactantes rodados en el cine hasta la fecha. Una maestría que se
refleja a lo largo de toda la película, donde con brillantes imágenes nos narra
la primera analogía que la cinta demuestra, el culto al becerro de oro,
mostrando a los antiguos sosteniendo las joyas del preciado metal, que encadena
magistralmente con las delgadas tiras de papel de la cotización bursátil. Las
secuencias de acción están magníficamente rodadas y las escenas dialogadas que
corresponden a los momentos más íntimos, no desentonan. Eso es al menos lo que
conocemos de la película que tras estrenarse con una duración de 135 minutos,
se decidió expurgar en una media hora. Reestrenada en 1957 sin rótulos
explicativos y con una voz en off a modo de narrador que dejaba la cinta en 75
minutos, no fue hasta el siglo XXI en que fue restaurada devolviéndole el
metraje hasta los 100 minutos, más una obertura y un epílogo musical.
La versión que
hoy poseemos se acerca bastante a la que se estrenó mayoritariamente por todo
el mundo. Mientras en Estados Unidos tuvo un resultado discreto, ante las
nuevas películas completamente habladas que surgían, en Europa que todavía
apenas conocía el impacto del nuevo medio, tuvo muchos mejores resultados,
consiguiendo el que finalmente la película diera beneficios. Una cinta hermosa,
ágil, atractiva, en suma una película de Michael Curtiz.
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