Para cuando
Barbara Stanwyck rueda “Soplo salvaje”, su condición de mala-malísima de la
pantalla, estaba más que cimentada. Ella se quejaba a menudo, que después de haber hecho tantas comedias en
la primera parte de su carrera, a raíz de su papel de Phyllis en “Perdición” de
Billy Wilder, le habían encasillado en papeles de malvada, que por cierto
bordaba.
Esta Marina
Conway, desde luego no le va a la zaga.
Casada al igual que en la mítica cinta de Wilder, con un hombre al que no
quiere, será capaz de poner todas sus viles artes en juego, con tal de
recuperar el amor perdido. Una determinación implacable, que era marca de la
casa.
Ambientada en
un hipotético país de América del sur, la cinta comienza con la quema de un
pozo de petróleo, por parte de unos bandidos. El propietario Jeff Dawson (Gary Cooper)
que ha perdido todo lo que poseía, se encuentra de una manera fortuita con Paco (Anthony Quinn) antiguo amigo y socio de
Dawson. Cuando este le ofrece trabajo, decide no aceptar al ver que está casado
con su viejo amor Marina, viendo los problemas que le puede acarrear. En esta
vorágine pasional, también habrá lugar
para Sal (Ruth Roman), una joven aventurera que pretende salir del país, de la
que Dawson acabará enamorándose.
Sin forma
alguna de obtener recursos, el fracasado buscador de petróleo, decide aceptar
la oferta de empleo ofrecida por su amigo. Este acosado por los bandidos,
requiere su apoyo para vencerlos. Pero la indisimulada atracción que Marina
siente por Dawson, desatará los salvajes celos de Paco.
El argentino
Hugo Fregonese, convierte hábilmente en imágenes,
la atormentada historia creada por Phillip Yordan. Este intenso drama, al que realza la brillante partitura musical
de Dimitri Tiomkin, contiene la suficiente dosis de acción propias de un western,
combinado con una apasionada historia de amor, a la que dan vida, tres excelentes
actores, de poderosa personalidad.
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