Hay títulos cuyo
impacto hace que el resto de una obra permanezca casi en el olvido. Así sucede
con el binomio formado por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, cuyo King
Kong parece haber sepultado la obra de estos grandes creadores del cine de aventuras.
Cooper, Shoedsack y la cámara Margaret Harris durante el rodaje de Hierba 1925
Pero la dinámica
pareja se forjó en un género que estaba en boga en la anterior década. Una
forma de hacer cine ya casi desaparecida que combinaba imágenes documentales,
con una historia fabulada y cuyo mayor exponente fue Robert J. Flaherty, cuyo
filme “Nanook el esquimal” supuso un gran éxito. Estaban contratados por el
mismo estudio “Paramount” quién financió dos estupendos filmes: Hierba (1925)
sobre la vida de los pastores nómadas en Siria e Irán y Chang (1927) donde
viajaron a la exótica Tailandia, con una historia más sentimental centrada en
la relación entre un cazador adolescente y un pequeño elefante.
Ruth Rose, hija de
un conocido dramaturgo, también tenía espíritu aventurero. Conoció a Schoedsack en una expedición a las Islas
Galápagos donde el director ejercía de director de fotografía, tras rodar
Hierba. Cuando se casó con el joven director, se unió a esta tribu aventurera,
cuyo último filme antes de acabar la década de los XX, fue su primera cinta de
ficción, “Las cuatro plumas”.
La importancia de
Rose como guionista surge cuando deciden llevar a la pantalla el inolvidable
King Kong. Rango, había sido el canto del cisne de sus docudramas filmados para
Paramount. Contratados ahora por RKO, comenzaran a hacer películas de diversos
géneros, donde predominará la aventura. A partir de entonces, abandonaran sus
expediciones alrededor del mundo y se centraran en el rodaje en estudios. Pero
volvamos, al gran gorila, cuyo guion encargado a James Ashmore Creelman, está
sobrecargado de diálogo lo que hace a la película demasiado pesada. Será así
como Rose se haga con el libreto al que someterá a una concienzuda poda y
eliminará el florido lenguaje de Creelman, por uno más llano y eficaz.
En los siguientes
dos años Ruth Rose se encargará de los guiones de cuatro títulos más,
terminando esta etapa precisamente con “Los últimos días de Pompeya”. Ella se
encargó de dialogar la historia de James Ashmore Creelman y Melville Baker,
autores de un relato que nada tenía que ver con la novela del mismo título
escrita un siglo antes por Edward Bulwer Lytton, exceptuando la destrucción de
la ciudad romana a causa de la erupción del Vesubio.
Poco he podido
averiguar sobre la vida de Creelman, algo que creía interesante pues el
argumento de “Los últimos días de Pompeya” realizado casi en su totalidad por
él, contiene una preocupación social, nada habitual en una película de
“romanos”. Así que tenían que hablar sus
películas. Creelman fue un guionista prolífico que incursionó en todos los
géneros, pero esa preocupación social es evidente en dos de los títulos que
firmó. Uno de ellos en la etapa muda “La bailarina de la ópera” de Raoul Walsh,
donde describía sin maniqueísmos la revolución rusa y por supuesto King-Kong
donde los efectos de la depresión hacen que Ann Darrow decida aceptar la
proposición de Carl Denham, pues prefiere una aventura incierta a morir de
hambre.
Las penurias
económicas también asedian a Marcus, un modesto herrero cuya adversa historia
familiar le hará convertirse en gladiador. Una sociedad despiadada, donde sólo
el dinero tiene valor. Como contraprestación aparecerá la figura de Cristo,
quién tendrá un papel decisivo en la historia. Un brillante argumento, con
referencias continuas al poder abusivo militar y económico, hacen que
perdonemos el que los personajes cuando el Vesubio entra en erupción, debieran
tener una edad mucho más avanzada de la que presentan en el filme. Es una pena
que Creelman solo escribiera la historia para un título más “East of Java”
dirigida por Georg Melford, director asimismo de la versión hispana de Drácula
rodada por el mismo estudio, Universal. Pese a que en diciembre de ese mismo
año 1935, Louella Parson anunciara que el guionista junto a su colega John
Colton, se encargarían de escribir la historia de una película titulada Journey
to Marte, finalmente no se llevó a cabo. No sólo sería una novedosa cinta de
ciencia ficción, también aseguraba la periodista que se rodaría en los estudios
Paramount con el nuevo sistema Technicolor.
Después el
silencio. Creelman aquejado de problemas personales, cuya naturaleza no hemos
podido averiguar, se trasladara a vivir a Nueva York con su hermana y su
cuñado. Un día que lo dejan sólo, decide acabar con su vida, arrojándose desde
el piso 18 del apartamento. Fue en 1941, tan sólo tenía 46 años.
Byron Crabbe con una maqueta del circo romano
Esta película fue
escala final de muchas asociaciones,
fundamentalmente del grupo de directores, guionistas, productores y por
supuesto, ¿Cómo podíamos olvidarlo?, del gran equipo de efectos especiales,
comandado por el gran Willis O'Brien
responsables de Kong. Sus magníficas aportaciones, junto al miniaturista Marcel
Delgado y Byron Crabbe, el decorador
Thomas Little, dieron un empaque a la producción, que no se correspondía con su
magro presupuesto.
Ya en la secuela
de King-Kong, El hijo de Kong, los directivos de RKO, habían decidido recortar
el presupuesto no pudiéndose llevar a cabo muchas de las ideas sugeridas por
O´Brien. También con Los últimos días de Pompeya, sucedió algo similar. Merian
C. Cooper que ejercía de productor, estuvo tentado en rodar la película en
Technicolor. Cooper era directivo Pioneer, una nueva productora que se había
formado con el objetivo de rodar cintas en el nuevo sistema de tres bandas.
Desconocemos los motivos que nos privaron de ver esta película a todo color,
quizás hubiera sido mucho más complicado utilizar los efectos especiales con el
nuevo sistema. Lo cierto es que O´Brien intervendría en el segundo y último
largometraje de Pioneer, la olvidada con justicia, “El bailarín pirata”.
No obstante como
hemos citado, la imaginación del equipo técnico, logró recrear con acierto, no
sólo la citada Pompeya, sino parajes de Tierra Santa, donde se desarrolla la
parte central de la película. A destacar la mansión de Marcus, el Palacio de
Pilatos y el Circo. Por supuesto que el climax será la violenta erupción
volcánica que acabará con la ciudad.
Si prestigiosos
son los técnicos que intervinieron en el filme, no puede decirse lo mismo del
reparto, en lo que atañe a los actores protagonistas. RKO tenía pocos actores
que fueran un referente en las taquillas. Sólo Katherine Hepburn y la pareja
Astaire-Rogers, siendo estrellas emergentes podían equipararse al nivel estelar
que tenían otros estudios. Así que se le dio el papel protagonista a Preston
Foster, un actor de buena presencia física, aunque algo envarado. Parece
encontrarse bastante mejor en las escenas de acción, que cuando tiene que
transmitir sus sentimientos. No obstante aunque hoy olvidado, Foster tuvo una
carrera bastante interesante, teniendo papeles estelares hasta la mitad de la
siguiente década, siendo dirigido además por directores tan famosos como John
Ford (El delator) o Cecil B. DeMille (Policía montada del Canadá),
Mejor a mi opinión
que Foster, está John Wood interpretando a Flavio su hijo adoptivo. Este
intérprete australiano, tuvo una vida plagada de anécdotas (estuvo internado
dos años en un campo de prisioneros japonés) pero su periplo en el cine fue
mediocre.
Como contraste, la
galería de secundarios está conformada por actores que han dejado una huella
indeleble en el cine. Empezando por Basil Rathbone, quién ya llevaba 14 años en
las pantallas, pero sería precisamente en 1935 cuando su nombre empezaría
hacerse familiar como villano, interviniendo en las dos adaptaciones de
Dickens, que David O´Selnizck produjo para MGM (David Copperfield e Historia de
dos ciudades) en Anna Karenina, donde era el pérfido marido de Greta Garbo y
sobre todo “El capitán Blood” donde pudo exhibir sus dotes de esgrimista, frente
a la nueva estrella Errol Flynn. Su Poncio Pilatos, es más ambiguo,
aprovechando el excelente guion consigue sin lugar a dudas la mejor actuación
de la película.
Muy bien también
está Ward Bond, habitual secundario de Ford, como el gladiador Burbex y Louis
Calhern como el odioso prefecto. Ambos con una trayectoria prestigiosa en
títulos de lo más variopinto. Los papeles femeninos, en esta película de poca
envergadura, recayeron en dos actrices que también al igual que Foster y Wood han caído en el olvido. Mientras
Gloria Shea, pasó la mayor parte de su carrera en películas de serie B, Dorothy
Wilson sí estuvo a punto de alcanzar la cima. Promocionada por Gregory La Cava,
de quién fue secretaria, interrumpió su carrera al casarse con el guionista Lewis
R. Foster, que ganó el oscar por Caballero sin espada.
Programa troquelado de su estreno en España
Después de esta
película, nuestro trío aventurero abandonaría RKO. Tomarán caminos diferentes,
aunque finalmente volverán a encontrarse en dos títulos más que interesantes:
Dr. Cyclops y El gran gorila. Pero esa ya es otra historia, a la que nuevamente
volveremos, hoy nos quedamos con esta más que estimable cinta, que se estrenó
en Madrid el día de Navidad de 1935. Narrando una catástrofe, de mucha menor
envergadura que la que acaecería en nuestro país en menos de ocho meses.
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