Otra vez nos
topamos con una novela del siglo XIX, gran caladero del medio cinematográfico
desde sus inicios. Algo lógico pues la novela durante ese siglo, fue en gran
medida, el vehículo de esparcimiento por antonomasia. Publicadas muchas de
ellas, en forma de entregas periódicas, tuvieron una enorme difusión,
manteniendo muchas de ellas su fama hasta la actualidad.
La lengua rusa,
durante muchos años subestimada por sus élites, que preferían expresarse en
francés, empezó a ser utilizada por una magnífica generación de escritores que
a lo largo del siglo, lograron ponerla en primera línea de la literatura
mundial. Pudovkin, Gogol, Dostoievsky,
Chejov, por citar algunos de los más célebres, escribieron obras maestras
que han sido frecuentadas por el cine. A todos los he leído, pero sigo
prefiriendo a Tolstoi, el ambiguo y
contradictorio aristócrata, autor de magníficas novelas.
Novela de gran
envergadura, sobrepasando las mil quinientas páginas., “Guerra y paz” escrita a
partir de 1863 durante casi cinco años, es una obra titánica, de gran
complejidad que suma los momentos intimistas y los más espectaculares, formando
un gran fresco historico que tiene como telón, las guerras napoleónicas entre
Rusia y Francia a comienzos del siglo XIX. Desde 1915 ha contado con varias
adaptaciones al cine, televisión y ópera. La película que hoy propongo ha sido
denostada por numerosos críticos, acusándola de mil y uno defectos, algo que
pretendo rebatir desde este modesto blog.
Esta
animadversión hacía el filme, sinceramente no la entiendo. Es un maravilloso
espectáculo, magníficamente concebido, que logra mantener su interés a lo largo
de las casi tres horas y media de proyección. Sus instigadores fueron los productores Carlo Ponti y Dino de Laurentis, quienes venían trabajando juntos
desde 1949. En ese periodo habían logrado escalar a lo más alto de la
cinematografía trasalpina, mezclando cintas comerciales con obras maestras como
Europa 51 de Rossellini y La Estrada de
Fellini. Con el apoyo financiero de la Paramount, dedicaron casi dos años a
poner en pie este colosal filme, tan de moda en su época. No hay que olvidar
que ese año de 1956, fue el de la apoteosis del cine de gran formato con
títulos tan emblemáticos como “Gigante”,
“La vuelta al mundo en ochenta días” y “Los diez mandamientos”.
Para encargarse
del proyecto, se requirieron los servicios de King Vidor, un cineasta de gran experiencia, autor tanto de dramas
intimistas (“Stella Dallas” y “Cenizas
de amor”) como de otros que requerían escenas de acción (Paso del noroeste,
Duelo al sol), por lo que parecía el director adecuado para trasladar a
imágenes la inmortal obra rusa. Vidor había rodado en su Galveston (Texas)
natal en1913, su primer largometraje en el cine y acababa de cumplir los
sesenta cuando se le ofreció la oportunidad de llevar al cine su novela
favorita. Por supuesto que no se iba a arredrar, tras la tumultuosa filmación
de “Duelo al sol” casi diez años
antes, estaba curado de espanto y los jóvenes productores italianos por muy
insufribles que fueran, seguro que no tendrían parangón con David O´Selznick.
En adaptar, las
más de mil quinientas páginas del libro se empleó un nutrido equipo de
guionistas. En el heterogéneo grupo destacaba Bridget Boland, esta escritora era hija de un célebre político
irlandés que en su juventud se dedicó al deporte, ganando una medalla en los
primeros juegos olímpicos modernos John Pius Boland. Artista versátil autora de
novelas y obras de teatro, su segundo trabajo para el cine “Luz de gas” fue uno de los grandes éxitos del cine británico de
los años 40, hasta el punto de llegar a volverse a rodar en Hollywood con Ingrid Bergman y Charles Boyer. En 1955
acababa de adaptar al cine una de sus mejores piezas de teatro “El prisionero”, con Alec Guinness en
el papel de un Cardenal húngaro represaliado por los comunistas, por lo que se
hallaba en su mejor momento. El también británico Robert Westerby llevaba casi diez años escribiendo guiones, en
cintas de aventuras por lo general menores. También contribuyeron a elaborar el
extenso guion otros cinco escritores de nacionalidad italiana: Ennio De Concini, Ivo Perilli, Gian Gaspari
Napolitano, Mario Soldati y Mario Camerini. Este último más conocido por su
faceta de director, acababa de rodar para Ponti y De Laurentis una de sus
cintas más populares “La bella campesina” (basada en El sombrero de tres picos
de Alarcón) con tres de las estrellas más famosas de Italia: Sophia Loren, Vittorio De Sica y Marcello
Mastroianni.
Aunque si
hablamos de estrellas, la película contaba con la más prometedora de Hollywood.
Ganadora del oscar a la mejor actriz por su primera cinta en la meca del cine, Audrey Hepburn había refrendado con “Sabrina” todas las esperanzas que en
ella había depositado la Paramount. En “Guerra y paz” se enfrentaba a su primer
papel dramático encarnando a la joven y ensoñadora Natasha. Su presencia
cautiva desde el primer instante y es uno de los mejores valores del filme. A
su lado, el Andrei representado por el marido de Audrey “Mel Ferrer” empalidece, pese a que intenta adaptarse al torturado
personaje. Lo que es evidente, era lo muy enamorados que estaban ambos durante
el rodaje, algo que se traslada a la pantalla.
Los tres
actores principales venían después de haber intervenido en una gran película, Audrey
en la anteriormente citada “Sabrina”, Mel Ferrer acababa de trabajar a las
órdenes de Renoir en “Helena y los
hombres” y Fonda de interpretar quizás su personaje más popular “Mr. Roberts” que tanto brilló dio
sobre los escenarios de Broadway. Es cierto que quizás era demasiado mayor para
encarnar a Pierre, el personaje más complejo de la novela, lo que no implica
que su interpretación ralle a gran altura, insuflando la bondad y la grandeza
que tiene la criatura nacida del genio de Tolstoi.
En roles
secundarios, podemos disfrutar de la apostura de un joven Vittorio Gassman en el papel del seductor Anatol y de la belleza de
Anita Ekberg como Helena, la
caprichosa esposa de Pierre. Todos ellos se movían por los magníficos decorados
de Cinecitta diseñados por Mario Chiari,
un estupendo director artístico que como otros en Italia había comenzado su
tarea en el mundo de la ópera. Después de este filme trabajaría en otras
importantes producciones como Barrabás,
La Biblia y Ludwig. El lujoso vestuario fue ideado por Maria De Matteis, la florentina
había empezado en el mundo del cine con la épica “Escipión el Africano”,
donde fue asistente del diseñador de vestuario Vittorio Nino Novarese. Como
titular del vestuario intervino en 87 filmes, entre ellos varios de los famosos
péplum italianos.
Dejo para el
final la reseña de dos nombres que intervinieron en el filme. Hablar de Jack Cardiff, es de uno de los magos de
la fotografía en color. Durante años recorrió medio mundo filmando las más
bellas imágenes en numerosos documentales, lo que le permitió experimentar con
el sistema Technicolor. En el momento de incorporarse al rodaje de Guerra y
paz, ya contaba con una magnífica trayectoria, con títulos memorables como “Las zapatillas rojas”, “La reina de
África” y “La condesa descalza”. La hermosa e inolvidable partitura es obra
de Nino Rota. El compositor milanés
ya había sido un niño prodigio escribiendo sus primeras partituras con menos de
doce años. Autor de óperas y ballets su contribución al cine es legendaria,
comenzó en 1933 su larga trayectoria con filmes tan notables como “El gatopardo” y “El padrino”.
Muchos afirman
que la interminable versión rusa dirigida en 1968 por Sergei Bondarchuk, es la mejor adaptación de la obra de Tolstoi. Para gustos los colores, yo
prefiero el sencillo arte de narrar de Vidor, junto a la presencia de Audrey,
en un gran espectáculo de masas en suntuoso Vistavision, que junto a brillantes escenas bélicas, guarda
exquisitos momentos sentimentales, como cuando Pierre en medio del fragor de la
batalla, recoge ensimismado una pequeña flor amarilla. Un instante de belleza,
en un campo regado de sangre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario