“Llámeme
Freya. Es un nombre de Wagner. Significa la tierra y al mismo tiempo la
libertad.”
Así se presenta la heroína de la novela
que Blasco Ibáñez publicó en 1917, Freya según la mitología nórdica es la
capitana de las vírgenes que sirven a Odín, pero también tiene un singular
parecido con el cuadro que el protagonista del relato Ulises, observa siendo un
niño, en la casa de su tío marino apodado Tritón. En la lámina se representa a
Anfitrite, o como se le llama en la novela Anfitrita, directora del coro de las
nereidas y al casarse con Poseidón reina del mar.
Visión de Anfitrita en el prólogo del filme
El cuadro que aparece representándola
Pero ante todo “Yo soy una mujer fatal”
confiesa a su amante. Ese término tan en boga en la época, es sinónimo de
mujeres independientes, de vida licenciosa y en ocasiones como Freya, espías.
Su físico voluptuoso, de amplias curvas, carnes blancas y pelo dorado, está
inspirado en el gran amor de Blasco, Elena Ortúzar, Dama de la alta sociedad
chilena a quién conocerá en el estudio de su común amigo Joaquín Sorolla en
1906.
Cuadro de Elena Ortúzar por Sorolla
Han pasado casi dos décadas de ese
primer encuentro. Tras enviudar de sus respectivos cónyuges, ambos han
contraído matrimonio y viven en la lujosa villa Fontana Rosa, en la elitista
Costa Azul. Allí reciben la visita de un viejo amigo, el director irlandés Rex
Ingram, quién había conocido al escritor valenciano en Hollywood cinco años
atrás durante el rodaje de “Los cuatro jinetes del apocalipsis”. Esta era la
única adaptación rodada en América que había satisfecho a Don Vicente,
espantándole la versión que Fred Niblo rodara al año siguiente de Sangre y
arena, con la misma estrella Rodolfo Valentino, empezando por la ceremonia de
su estreno en el Teatro Rialto, donde los acomodadores iban disfrazados de
charros.
Antonio Moreno, Rex Ingram y Blasco Ibáñez en el rodaje del filme
Ingram por el contrario era un hombre
culto, que intentaba cuidar hasta el más mínimo detalle de sus películas. Ese
afán de perfeccionismo, cuadraba poco con los estándares de Hollywood, que cada
vez tendía a cercenar la independencia de los directores. Así en la misma época
en que DeMille se había independizado de la Paramount tras su enésimo choque
con Adolph Zukor, Ingram hasta entonces director estrella de la Metro, se chocó
con la nueva administración de Louis B. Mayer. En una decisión insólita para su
época, se trasladó a Europa para rodar sus películas que sólo llevarían el
encabezamiento de Metro Goldwyn. Algunos
afirman que fue la negativa de Mayer en darle las riendas de la suntuosa
producción de Ben-Hur, la que terminó por acabar con la paciencia del director.
Era tal la inquina que Ingram le procesaba que se refería al magnate como Louis
B. Merde, cuando charlaba con sus amigos. Para poderse permitir esa actitud
Ingram tenía un as en la mano, su amistad con Nicholas Schenck quién compartía
la misma antipatía por Mayer, vicepresidente y desde 1927 presidente de Loew,
la empresa propietaria de MGM.
Alice Terry y Rex Ingram durante el rodaje de El prisionero de Zenda
Terry, Moreno y Blasco Ibáñez posando con el cuadro de Anfitrita
Pese a todo, Ingram y Mayer se
necesitaban. Ingram era uno de los directores punteros de la industria,
importante para mantener el prestigio de la nueva productora. Por su parte el
cineasta necesitaba una organización tras de sí, que le garantizara los medios
con que realizar sus nunca baratas películas. Como hemos dicho antes, el
realizador irlandés se caracterizaba por el rigor con que acometía la puesta en
escena. Para ello se documentaba al máximo, cuidando hasta los más nimios
detalles como la botella de Anís del Mono en la vivienda de Tritón, en el
prólogo del filme.
El 15 de septiembre de 1924, MGM había
adquirido los derechos de la novela por 30.000 dólares, una suma realmente
importante para la época. Ingram decidió rodarla en los escenarios naturales
donde transcurre la trama. Resulta reconfortante ver un filme de la época donde
Barcelona es Barcelona, igual que Nápoles es Nápoles. El rodaje llevó casi
quince meses entre la preparación y su filmación efectiva a caballo entre
Francia, España e Italia, aunque a decir verdad en nuestro país fue el cámara John
F. Seitz, el encargado de rodar las escenas, liberando a Ingram acuciado ante
tanto trabajo. Por cierto que las autoridades españolas no acogieron muy
favorablemente al equipo, después que Blasco Ibáñez hubiera protagonizado una
campaña de desprestigio a nivel mundial contra Alfonso XIII, al haber permitido
el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera.
Ingram en el rodaje de Los cuatro jinetes del apocalipsis
Ingram en el rodaje de Mare Nostrum
El director adquirió unos estudios en
Niza llamados Victorine, donde rodó algunos interiores, pero siempre que pudo,
prefirió utilizar escenarios reales. Eso da un gran aire de autenticidad a la
película, que por contraste está insuflada de un marcado aire poético. Ingram
era un ser tan polifacético y complejo que podía ser un gran técnico y a la par
un sensible artista. Alguno de sus discípulos como el joven Michel Powell,
abundan en su enigmática personalidad. Tendía a ser distante con sus
colaboradores, por poner un ejemplo
Ramón Novarro, quien fue después de Valentino el mayor descubrimiento de Ingram
y protagonista de la mayoría de sus grandes filmes, siempre se refirió a él
como Señor Ingram. En cambio, el actor mexicano, encontraba mucha mayor
complicidad con Alice Terry, esposa del director.
Terry con Novarro en Scaramouche
Alice Terry, musa del cineasta, pidió
expresamente a su marido que dirigiera Mare Nostrum, para así encarnar a la
pérfida Freya, harta como estaba de representar a damas angelicales. Para ambos
era su filme preferido y sin duda su actuación es convincente. Resulta
memorable en la escena en que va a ser fusilada, ataviada con sus mejores galas
y rodeada de toda la pompa del ejército galo. Un momento luego rememorado por las
dos vampiresas más famosas del cine, Greta Garbo en Mata-Hari y Marlene
Dietrich en Fatalidad.
La magnífica escena del fusilamiento de Freya
Para interpretar al marino Ulises
Ferragut, se contó con los servicios de Antonio Moreno, ya que Novarro estaba
en esos momentos en Hollywood interpretando a Judá Ben-Hur. Antonio Moreno,
nacido en Madrid pero criado en su niñez en Los Barrios, localidad gaditana, de
la que eran naturales sus padres, había llegado como Ingram muy joven a Estados
Unidos. En la década de los diez se convirtió en una estrella de los seriales,
algunos al lado de la famosa Pearl White, llegando a ser conocido como el rey
del suspense, pero al contrario que otros actores que perdieron su fama al
decaer las películas de episodios, se instaló con firmeza en el star sistem de
la década siguiente, siendo una estrella referencial en la Paramount.
Se cuenta que Moreno había sido la
primera elección de Ingram para el papel de Julio Desnoyers en Los cuatro
jinetes del apocalipsis, pero que la postura de la guionista June Mathis fue
decisiva para que el papel recayera finalmente en el aquel momento casi
desconocido Rodolfo Valentino. La asociación del director con actores
homosexuales como Novarro y Moreno, junto a la mirada homoerótica que muchos
han visto en su lenguaje visual, dieron como resultado el que crecieran los
rumores sobre la supuesta ambigüedad sexual de Ingram, algo que nunca se confirmó
ni nos importa lo más mínimo.
Lo realmente importante es descubrir a
un autor inclasificable, cuya influencia fue reconocida por autores tan dispares
como el anteriormente mencionado Michael Powell, David Lean y Orson Welles. Hay
una escena, tomada además directamente de la novela, en la que Freda lleva a
Ulises al acuario de Nápoles, donde observa como un gran calamar engulle a un
pez espada, imagen que Welles utilizará en La Dama de Shanghai.
Desgraciadamente esta imagen que describe el alma depredadora de Freya,
actualmente se encuentra perdida, quedándonos sólo alguna instantánea tomada
durante su rodaje.
Pompeya
Marsella
Nápoles
La película adolece de algunos fallos
como las escenas bélicas rodadas en el mar, pese a que el director contó con un
submarino alemán de la época. Por el contrario el rodaje en las calles de
Marsella o las ruinas de Pompeya están resueltos con gran brillantez. Lo que es
evidente es la sensación de misticismo, fatalismo y ante todo romanticismo que
llena toda la película. El gran escritor barcelonés Terenci Moix, calificó a
Rex Ingram como “El gran romántico del cine” en las páginas de su maravillosa
“Gran historia del cine” publicadas en las páginas de Blanco y Negro hace ya
más de veinte años. Suya fue la primera referencia que tuve de este genial
director, es por eso que dedico esta entrada, sobre una de las más bellas
películas que he podido ver, al estupendo novelista y gran amante del cine, que
nos dejó tan pronto. Va por ti, Terenci.
Agradecimientos:
Además de revisar la estupenda semblanza que hizo del director Terenci Moix, me
ha sido de gran utilidad la reciente biografía del escritor valenciano: Blasco
Ibáñez el último conquistador de Javier
Varela y Rex Ingram visionary director of the silent screen de Ruth Barton
publicada el año pasado.