Earl Hamner tuvo una infancia dura y
entrañable en las montañas de Virginia. Hoy es una figura reverenciada en el
marco televisivo, al ser el creador de dos series tan dispares como exitosa “Falcon Crest” y “Los Walton”. Mientras
las peripecias de la familia Channing obtuvieron un gran éxito en la década de
los ochenta del pasado siglo, anteriormente la serie familiar “Los Walton”
había sido una de las más populares de la década de los setenta.
Los recuerdos
de infancia y primera juventud, ya habían sido abordados en su segunda novela “Spencer´s Mountain” publicada en 1961.
Sólo dos años más tarde el realizador Delmer
Daves la llevaría a la pantalla en una gran producción, con un estupendo
reparto. La crítica se ha cebado con esta última etapa del realizador, centrada
en los melodramas con personajes juveniles, a raíz del enorme éxito de “En una isla tranquila al sur”. Durante
catorce años Daves se convirtió en uno de los mejores guionistas de Hollywod,
desde su participación en ese delirio de Erich
Von Stroheim titulado “La reina
Kelly”. Fue un periodo con títulos tan memorables como “El bosque petrificado” y la primera versión de “Tu y yo” de McCarey. Su salto como
director en la estimable “Destino Tokio”
en 1943, fue el inicio de una estimulante carrera, donde abordó especialmente
películas de cine negro, de acción y especialmente western.
La dureza de
algunos de estas cintas del oeste como “La
ley del talión” o “El árbol del ahorcado” su última incursión en el género,
tuvo un drástico contraste con los amables guiones de sus vituperados
melodramas. Es muy fácil subirse al carro de los que atacan estas películas,
tratándolas casi de reaccionarias. Algo que me parece del todo injusto, si nos
fijamos en la moral imperante del Hollywood de la época. Por supuesto que Daves
tiene un tomo amable y paternalista en estas cintas, pero su denuncia constante
del puritanismo, lo aleja completamente de cualquier atisbo reaccionario a mi
entender.
Fuera de estas
consideraciones, para mí “Fiebre en la
sangre”, absurdo título español de la montaña de Spencer, es una fantástica
película familiar. Realizada visualmente con brillantez, la estupenda
fotografía de Charles Lawton jr., aprovecha las múltiples posibilidades que
ofrece el Parque Natural de Grand Teton
en Moose, Wyoming. Un extraordinario marco, que se erige como protagonista
de la acción, por otra parte bastante anodina de la cinta.
Al contrario
que lo sucedido en “Parrish” y en “Susan
Slade”, donde las pasiones se desataban, aquí el tono es mucho más atenuado,
afable, ocupando los momentos de comedia, un lugar destacado en el desarrollo
del filme. La línea argumental, centrada en los esfuerzos del mayor de los
hijos, para optar a una educación universitaria, apenas tiene aristas,
conformando un retrato bastante idílico de una pobre pero feliz familia. Un
grupo familiar que tiene el mismo nombre de la magnífica montaña protagonista
del título, a la que bautizó su abuelo.
A los que hemos
tenido la suerte de crecer en un ambiente sano y estable, no nos irrita para
nada, retratos como el que Daves nos ofrece. Parece como si sólo las familias
desestructuradas, conflictivas y violentas, serían las únicas merecedoras de
ser retratadas por el cine. Creo sinceramente que en el medio cinematográfico
hay lugar para todos, especialmente si esa familia esta encarnada por unos
magníficos intérpretes.
Pues si
importante es el subyugante paisaje, que decir de unos actores plenos de
convicción y naturalidad. Henry Fonda,
se hallaba muy cerca de cumplir los sesenta, cuando interpretó con su sobriedad
y exquisito talento el personaje de Clay Spencer, el más complejo de la
película. Un hombre que tiene muy en cuenta la importancia de la afirmación del
individuo ante la colectividad imperante. Por eso choca con sus vecinos, que no
pueden comprender su manera íntima de abordar su relación con Dios, rechazando
acudir a los oficios. Pese a ello, Clay es un hombre generoso que no duda en
ayudar a sus semejantes, pese a que tenga algún problema con la bebida. A su
lado el personaje de su esposa Olivia, encarnado por la siempre estupenda Maureen O´Hara, es mucho más
esquemático, reduciéndola casi al papel de madre y esposa, sin apenas opiniones
propias, uno de los aspectos más criticables de la cinta. Un ya octogenario Donald Crisp resuelve con su habitual
pericia el papel del abuelo Zubulon, en el que sería su última intervención
ante las cámaras. Desde 1908 estaba en el negocio y como actor apareció en 171
títulos entre largometrajes y cortos. También figuró como director en otros 72
títulos, todos durante la etapa muda, donde dirigió a Buster Keaton y Douglas Fairbanks.
Junto con el de
Fonda, el personaje principal del filme es el joven Clayboy, en la piel de James MacArthur, un rostro conocido con
un buen bagaje tras ocho años. Un buen actor que había intervenido en dos de
las mejores producciones de Disney: Fulgor en la espesura, donde interpretaba a
un chico blanco criado por los indios y en la divertida “Los robinsones de los mares del sur” atractiva cinta de aventuras
de índole familiar. MacArthur también era asiduo de la televisión, apareciendo
en series tan emblemáticas como “Los intocables” donde interpretó a un cruel
asesino. Su rendimiento en esta película es excelente, sabiendo transmitir los
conflictos internos de un joven, ante un cambio crucial en su vida.
Como curiosidad
anotar que nuestra estúpida censura, también se cebó en esta cinta, estrenada
justo un año después de la premier americana. Una escena donde se lleva a un
toro semental para cumplir con su función, absolutamente blanca sin ninguna
imagen explícita, fue totalmente eliminada por las tijeras de los ridículos
guardianes de la moral pública.
Las dos horas
de peripecias de esta peculiar familia, se ven con agrado. Un cine familiar en
precioso Technicolor, con una maravillosa música de Max Steiner en uno de sus últimos trabajos que bien merece conocer,
aunque sólo sea por tomarnos un trago con el bueno de Clay Spencer, encarnado
por el gran Henry Fonda.
Esta película
de la que hoy hablo era la preferida de mi madre, por eso este es un post muy
especial. Siempre recordaba cuando la vio por primera vez en su estreno en
Valladolid. Ese día le habían extirpado las amígdalas y como premio le llevaron
al Teatro Calderón donde se
proyectaba. Para una niña criada en el campo, pese a que iba habitualmente al
cine, debió de ser impactante la visión de esta gran epopeya, no había visto
nada parecido en su vida.
Sesenta años
después de su estreno en nuestro país, la espectacularidad de esta película
sigue impresionando. Fue una larga gestación que empezó a finales de la década
de los treinta cuando MGM, adquirió los derechos de la obra a los hijos del
autor Henry Sienkiewicz. A
diferencia de la otra gran obra pseudobíblica “Ben-Hur”, cuyo autor era Lew
Wallace un general norteamericano, el escritor polaco fue un reputado
novelista, cuyos logros fueron reconocidos con la obtención del prestigioso
premio Nobel en 1905. Pese a los valores de su narrativa, especialmente los
dedicados a su tierra natal, su mayor éxito fue una novela ambientada en Roma,
durante el reinado del emperador Nerón y publicada en 1896 con el nombre de
“Quo Vadis?”
En 1913 la
productora italiana CINES llevó por primera vez a la gran pantalla la obra bajo
la dirección de Enrico Guazzoni.
Proyectada en medio mundo, su triunfo en Estados Unidos fue crucial para que la
industria norteamericana se decidiera a embarcarse en proyectos de magnitud.
Doce años más tarde una coproducción Germano-Italiana pese a estar
protagonizada por Emil Jannings en
el papel de Nerón, no logró el éxito de su antecesora, algo que sí consiguió en
1932 Cecil B. DeMille con “El signo de la cruz”. Una obra de
teatro escrita por el actor británico Wilson Barrett contemporánea de “Quo
Vadis?”, que tiene tantas coincidencias con esta (el incendio de Roma, Nerón,
los amores de un centurión romano y una cristiana etc.) que para muchos bien
podría tratarse de una adaptación espuria de la novela de Sienkiewicz.
Lo cierto es
que los ejecutivos de MGM parecían dispuestos a dar forma a una nueva versión
de “Quo Vadis?” a comienzos de los años cuarenta, pensando en rodar los
exteriores en México, pero la entrada de Estados Unidos en el conflicto
mundial, cercenó aún más su mercado exterior, crucial para afrontar una
inversión de estas características. Así que otra vez se vuelva a meter en el
cajón el proyecto que se había pensado encabezara Robert Taylor quién acababa de protagonizar “El puente de Waterloo” junto a Vivien “Escarlata” Leigh.
Tras terminar
la guerra el ansiado proyecto de “Quo Vadis?” vuelve a estar sobre la mesa. Son
tiempos convulsos para el estudio, que después de encabezar año tras año los
mayores beneficios, ha ido reduciendo estos ante la competencia de la
televisión y de productoras que conectan más con el público. Esta situación
hace tambalear el hasta hace poco indiscutible reinado de Louis B. Mayer. Los propietarios deciden incorporar a un productor
joven que ha realizado una gran labor en RKO “Dore Schary”. La tensión entre ambos hace que el estudio de pasos
dubitativos entre las renovadoras ideas de Schary, a las que el viejo Mayer
intenta boicotear.
En 1949 se puso
de nuevo toda la maquinaria en acción. La cinta producida por Arthur Hornblow, la dirigiría John Huston y para los papeles de Marco
Vinicio y la cristiana Ligia, se pensó en Gregory
Peck y Elizabeth Taylor. Todo se fue al traste cuando Gregory Peck sufrió
una lesión ocular que le impedía actuar, motivo que adujo Huston para
desligarse de un proyecto que no acababa de satisfacerle, junto a Hornblow se
encargaría de hacer “La jungla de asfalto”. Por otro lado Elizabeth Taylor,
cada vez más enemistada con Mayer aceptó entusiasmada ser cedida a Paramount
para rodar “Un lugar en el sol” con
George Stevens.
Definitivamente
parecía que MGM nunca iba a producir “Quo Vadis?”. Entonces Louis B. Mayer dio
las riendas de la producción a Sam
Zimbalist quién llevaba en el estudio desde comienzos de la década de los
veinte, cuando era montador en la vieja productora METRO antes de que se
fusionara y convirtiera en la flamante MGM. Su carácter afable y la energía
quehabía demostrado estando al frente
de los más variopintos filmes, lehacía perfecto
para hacer frente a un desafío de ese calibre. Acababa de encargarse de la
producción de “Las minas del rey
Salomón”, rodada en escenarios naturales africanos (República Democrática
del Congo) todo un desafío para la época.
Los altos
costos que tendría la película, hacían aconsejable el realizar el rodaje fuera
de los estudios de Culver City. En un principio se pensó realizarla en las
instalaciones que MGM tenía en Borehamwood, Inglaterra. Estos estudios habían
sido adquiridos y ampliados por la productora en 1947, que así retomaba sus
producciones en la isla británica interrumpidas por la guerra. Pero finalmente
la cinta sería rodada en los renovados estudios Cinecitta de Roma. Nacidos del
megalómano régimen de Mussolini quien quería dotar al nuevo cine fascista de
unas instalaciones adecuadas, los bombardeos y ocupaciones durante el conflicto
armado, degradaron de tal forma el conjunto que fueron necesarios dos años para
que pudieran ser nuevamente utilizados en toda su plenitud.
Los beneficios
fiscales propulsados por la ley Andreotti, unidos al menor costo de producción,
hicieron que MGM desembarcara con toda su maquinaria en la ciudad eterna, donde
comenzaría el rodaje el 22 de mayo de 1950. Ahora estaba al mando Mervin Le Roy, un director que llevaba
muchos años en el oficio y que había sido reclutado por MGM con la intención de
suplir a Irving Thalberg. Pero pese
a dirigir títulos tan emblemáticos como “El
mago de Oz” Le Roy, lo que deseaba era dirigir por lo que volvió a su
antigua ocupación. Al igual que Zimbalist se había enfrentado a una gran
variedad de temas a lo largo de toda su filmografía, pero lo cierto es que
nunca se había enfrentado a una producción de estas proporciones.
Ante las dudas
que le surgían, decidió pedir consejo a DeMille, el máximo especialista en
superproducciones. El veterano director le animó a que se aventurara “No puedes
desperdiciar dos mil años de propaganda” le respondió socarrón. Así que se puso
manos a la obra junto a Zimbalist, lo primero era confeccionar el reparto. Para
interpretar al joven Marco Vinicio se eligió a Robert Taylor, algo mayor para
el papel y que había sido la primera opción diez años atrás. En cuanto a la
virginal Ligia, Le Roy quería que la interpretara una actriz desconocida,
recientemente le habían hablado de una chica que tenía un gran talento Audrey Hepburn, pero la Metro se negó
en redondo. Al final el papel recayó en una bella actriz británica que llevaba
casi una década delante de las pantallas y que acababa de protagonizar la
última producción de Zimbalist “Deborah
Kerr”. Aunque firmó su contrato con MGM en 1947, ninguno de los títulos hasta
entonces protagonizados le habían elevado al estatus de estrella. La cinta de
aventuras africana y sobre todo “Quo Vadis?” finalmente lo consegurian.
Pero al que
haya leído la novela, no se le escapará que los personajes que vertebran la
acción no son la joven pareja, sino dos figuras históricas que el escritor
polaco dibujo de forma tan precisa, que sólo podían ser encarnados por dos
actores de grandes cualidades. Para interpretar a Petronio “Arbitro de la
elegancia” se eligió a Leo Genn. El
actor londinense tenía un gran bagaje tanto en el teatro como en el cine (Pigmalyon, Cesar y Cleopatra, Enrique V),
pese al lapsus de la guerra donde llegó al rango de Teniente Coronel y le fue
otorgada la Cruz de Guerra, su carrera siguió en orden ascendente. Y a decir
verdad que Genn estuvo perfecto en su cometido, recreando un Petronio de
referencia.
Si inolvidable
fue la encarnación de Leo Genn, como el autor del célebre Satiricon, que decir
de la de Peter Ustinov en la piel
del emperador Nerón. Pese a que con anterioridad lo habían interpretado actores
del prestigio de Emil Jannings y Charles
Laugthon en “El signo de la cruz” de DeMille, Ustinov dejó para siempre
grabada la imagen del tiránico monarca en el cine. Ante las dudas que el
estudio tenía para otorgarle el papel, el actor envió a MGM un telegrama en que
les decía: Nerón falleció con 31 años, sino se dan prisa, seré mayor para poder
interpretarlo. El estudio respondió: Hemos comprobado quelos datos que nos ha dado son ciertos, el papel
es suyo.
Sin lugar a
dudas Ustinov era un hombre de una gran cultura. Polifacético y políglota, fue
calificado por sus múltiples habilidades como “Hombre del renacimiento”. El
único lunar fue la carrera militar, donde fracasó ostensiblemente, si tenemos
en cuenta la opinión de sus superiores. Pero en todo lo demás que se propuso,
siempre logró el éxito. Descendiente de nobles de varias nacionalidades, tuvo
una educación cosmopolita, que influyó decisivamente en su consideración de
“ciudadano del mundo”. Notable autor de obras teatrales, poeta, embajador de la
UNICEF, político, una somera semblanza biográfica excedería con mucho los
límites de este post.
Lo cierto es
que supo utilizar sus innumerables recursos expresivos, para darnos una
fascinante, compleja y divertida composición de tan contradictorio personaje.
Su deliberado histrionismo, al servicio de una actuación sin fisuras, es sin
duda lo más memorable de la película. Una broma final, fue incluida a petición
del director. Cuando Nerón va a morir exclama: Entonces, ¿Es este, el fin de
Nerón? Donde se parodia a una de las cintas más famosas de Le Roy “Hampa dorada” donde Edward G. Robinson
exclama al ser abatido ¿Es este, el fin de Rocco”.
En un reparto
predominantemente británico, también destacan Patricia Laffan como la bella y cruel Popea y Finlay Currie en el papel de San Pedro. Con 72 años a sus espaldas
Currie tenía una gran reputación como actor de carácter en su Inglaterra natal,
aunque ya había intervenido en producciones norteamericanas como “La rosa negra”. En la siguiente década
seguiría apareciendo en películas de gran formato como “Ivanhoe” y “Ben-Hur”.
Una de las
pocas diferencias entre la novela y la película, en el ágil guion obra de John Lee Mahin, S.N. Behrman y Sonya
Levien, es la nacionalidad de Eunice, la esclava griega enamorada de
Petronio, que en el cine se transmutó en hispana. La encarnó con convicción la
hermosa Marina Berti, una actriz británica
de ascendencia italiana, que tuvo una discreta pero larga carrera, su último
filme fue “Amen” de Costa Gavras, el
mismo año de su fallecimiento en 2002.
Mientras otras
producciones de estas características, tuvieron un rodaje conflictivo, siendo
la “Cleopatra” de Mankiewicz la más
caótica de todas, la filmación de “Quo Vadis?” fue ejemplar. Pese a los
mastodónticos recursos empleados (35.000 extras, 100 decorados, 63 leones, 7
toros, 450 caballos, 32.000 trajes diseñados por Herschel McCoy de los cuales 11.000 eran diferentes) la buena
sintonía entre Zimbalist y Le Roy permitieron que no hubiera ningún percance
reseñable durante su filmación. Entre los asistentes de dirección, Sergio Leone
tuvo su primera oportunidad y entre los miles de extras italianos, hubo dos que
realizarían carreras bien distintas, “Bud
Spencer” y “Sophia Loren”. También hizo un cameo “Liz Taylor” quien como
hemos afirmado, en un principio iba a interpretar a Ligia.
La dirección
artística recayó principalmente en Edward
C. Carfagno, que empezó en MGM como dibujante en “El mago de Oz”. Fue
director artístico en MGM desde 1943 a 1970. En esta película colaboró con el
sempiterno Cedric Gibbons y William A.
Horning en quien recaía la parte más técnica del diseño de producción. Horning
fue compañero de viaje de Carfagno en la epopeya más famosa del estudio “Ben-Hur”
falleciendo durante su rodaje al igual que el productor Zimbalist.
Otro de los
aspectos más importantes de esta grandiosa película, es el de la música que
corrió a cargo de Miklos Rozsa. El
compositor ya había firmado 13 partituras para la MGM con la que estaba
trabajando desde 1948. “Quo Vadis?” será la primera de tipo épico que realizara
para el estudio, dando rienda suelta a su sentido de la espectacularidad, algo
que ya había demostrado en sus inicios, cuando escribió las bandas sonoras de “Las cuatro plumas” y “El ladrón de Bagdad.
Después de una intensa labor de documentación, dio la luz a una de sus más
bellas partituras, después de los primeros ensayos en Hollywood, grabaría el
score final en Londres junto a la Royal
Philarmonic Orchestra el mes de abril de 1951.
Tras dos años
de preparación y rodaje, la película se estrenó el 8 de Noviembre de 1951 en
Nueva York. La cinta fue estrenando sucesivamente en las siguientes ciudades,
logrando que estos eventos fueran todo un acontecimiento. El merchandising de
la época, promocionó la cinta con todo tipo de productos, incluyendo ropa
interior. Pese a no igualar, las fabulosas recaudaciones que años más tarde
lograría “Ben-Hur” los beneficios fueron cercanos a los cinco millones de
dólares, tan sólo contando con la recaudación en Estados Unidos.
En cuanto a su
reconocimiento artístico, la película corrió peor suerte. Pese a que las
críticas de la mayor parte de los periódicos de la época fueron satisfactorias,
algo poco habitual tratándose de cintas de este género, en la carrera de los
oscar sufrió una derrota hasta entonces sin precedentes. Nominada hasta en 8
categorías: Mejor película, Mejores actores secundarios Leo Genn y Peter
Ustinov, Mejor fotografía en color, Mejor vestuario, Mejor dirección artística,
Mejor montaje y partitura, no ganó ninguno de ellos. Lo cierto es que la
academia no tenía por costumbre premiar este tipo de cintas, ese mismo año
competía con cinco nominaciones otro título bíblico de la FOX “David y Betsabé” que tampoco consiguió
ninguna estatuilla. Pero para el estudio del león todo quedó en casa, pues la
ganadora fue “Un americano en París” que
se alzó con el oscar a la mejor película, pese a que el mayor número de
nominaciones lo encabezaban dos títulos del peso de “Un tranvía llamado deseo” y “Un lugar en el sol”.
Durante el rodaje de Quo Vadis? Robert Taylor hizo un tour por Italia junto a su esposa Barbara Stanwick.
Galardones
aparte, “Quo Vadis?” quedó como referente de película de gran espectáculo. Una
cinta que fue emulada en los siguientes años, por otras faraónicas
producciones, que intentaban así hacer frente al desafío de la televisión. Las
hubo más pretenciosas, más rigurosas, pero creo que pocas lograron ser tan
espectaculares y sobre todo entretenidas. Un exótico mundo creado, para deleite
del espectador. ¿Se puede pedir más?
Todavía a
comienzos de la década de los ochenta del pasado siglo, un puñado de actores
del Hollywood clásico, seguían apareciendo en películas, como venerables
secundarios que aportaban su talento a las nuevas producciones. Uno de los más
asiduos era el actor británico Ralph
Richardson, quién había debutado ante las cámaras un lejano 1933 con “El resucitado”. Se trataba de una
producción inglesa hecha a mayor gloria de Boris
Karloff, donde interpretaba a un egiptólogo que regresaba desde el mundo de
los muertos, para vengarse de sus enemigos.
Tras ese
modesto inicio siguió alternando sus intervenciones en el teatro donde era toda
una referencia, con la cada vez más asidua presencia en la pantalla. Consagrado
como actor de carácter intervino a lo largo de su carrera en títulos tan
memorables como “Las cuatro plumas”, “Ricardo
III” y “Doctor Zhivago”por citar a
tres de los más populares. Fue nominado al oscar como mejor actor de reparto en
dos ocasiones, en 1949 por el papel del severo padre de Olivia de Havilland en “La Heredera” y de forma póstuma por su
intervención en la desmitificadora “Greystoke”.
Si en la cinta
de Hugh Hudson, se ponía en solfa el
personaje de Tarzán, “El dragón del lago de fuego” se despegaba de las
habituales cintas de espada y brujería que por entonces comenzaban a surgir en
el mundo del cine. Una moda que aún continúa de manera cada vez más
desnaturalizada, ahogada por los excesivos efectos digitales auténticos
protagonistas de la función en detrimento de un guion coherente.
La película que
hoy nos ocupa tiene unos excelentes efectos especiales de la época, a cargo de ILM la empresa que hizo posible que se
pudiera rodar “Star Wars”, pero están
al servicio de una historia que huye en todo momento del tono épico, realizando
una reinterpretación del mito de San Jorge y el dragón. El guion corrió a cargo
del realizador Matthew Robbins y Hal
Barwood, el primero acreditado escritor de cintas célebres como Mimic pero que en la dirección sólo “El
dragón de lago de fuego” puede considerarse como un filme de primera fila. En
cuanto a Barwood solo dirigió la estimable “Señal
de alarma” dedicándose desde finales de los ochenta a la realización de
videojuegos para Lucasfilms.
La joven pareja
protagonista, formada por el aprendiz de mago y una joven doncella disfrazada
de varón, para escapar al salvaje
tributo al que estas son sometidas para aplacar al dragón, la interpretaron dos
jóvenes actores que debutaban ante las cámaras y cuyas carreras se han
desarrollado fundamentalmente en la televisión: Caitlin Clarke fallecida con tan sólo 52 años en 2004 y Peter McNicol.
Pero como
apuntaba en el inicio del post si hay una actuación destacada es la de Ralph
Richardson en la piel del viejo mago Ulrich, grandioso y ridículo a la par. Un
personaje que es inicio y final de una estimable historia que nos habla de la
magia, del valor yhasta de la
introducción del cristianismo. Una película que aunque coproducida por Disney
no escatima la dureza, rodada en maravillosos escenarios naturales de Gales y
Escocia, que merece ser conocida.