Cuando mi amigo
Luis Ramón Sánchez en sus estupendos
post, publicados en el maravilloso grupo de Face “Cineastas amateurs”, nos trae
el recuerdo de estrellas hoy lamentablemente olvidadas, me viene a la memoria
uno de los casos más notorios. Una actriz que fue una auténtica estrella,
compartiendo cartel con actores de la talla de Cary Grant, William Powell, George Brent y Errol Flynn y que
protagonizó junto a Miriam Hopkins y
Herbert Marshall, una de las comedias capitales en la historia del cine “Un ladrón en la alcoba” de Ernst Lubitsch.
En 1937 estaba
en el punto crucial de su carrera. El momento en que estaba en su punto más
álgido, desde el que se despeñaría para acabar en producciones de serie b. Todo
se debió en gran parte al auge de estrellas nuevas como Bette Davis, y a su complicada relación con los estudios. Algo que
venía padeciendo desde que comenzó su andadura en los estudios Astoria, donde
la Paramount rodaba sus cintas en Nueva York. Una de esas cintas fue su debut y
el de los Hermanos Marx ante las
cámaras con “Los cuatro cocos”.
Después de ser cedida una y otra vez a diferentes estudios, acabó firmando un
contrato con la Warner, donde sería la actriz mejor pagada del estudio.
En aquellos
primeros años de la década de los treinta, Kay Francis con su espléndida figura
era la musa de los mejores diseñadores de moda de Hollywood, con los que
colaboraba estrechamente. Su fama iba en aumento, pese a las zancadillas que
Warner Brothers le ponía, para que reconsiderara su salario. Pese a todo, el
estudio transigió para que la actriz descansara después de que se iniciara el
rodaje de la cinta a finales de septiembre de 1936. Unas vacaciones que la
estrella pasó por Europa a lo largo del otoño e invierno.
Cuando regresó
al set de rodaje en febrero de 1937, había sucedido algo que cambiaría el
devenir de la película. Concebida desde un principio como un vehículo para
Francis, el resonante triunfo de la segunda película de Errol Flynn “La carga de la brigada ligera”, daría mayor
protagonismo al actor australiano, modificando el final de la cinta, para que
se quedara con la chica. Esta circunstancia hizo que la cinta tuviera una
conclusión mucho más acorde con los estándares actuales, que las rígidas
convenciones habitualmente usadas por el código moralista imperante y no cuento
más, porque este blog huye en todo momento de spoiler.
Lo cierto es
que pese a la paralización del rodaje durante casi medio año, la cinta no se
resintió en absoluto en su estructura. Algo que hay que agradecer
principalmente al escritor Laird Doyle
quién es el responsable de la historia (inspirada en un relato de Somerset Maugham “La mujer del embajador”)
y el guión. Doyle falleció antes de que volviera a reanudarse el rodaje el 2 de
noviembre de 1936, a causa de un accidente del avión que el mismo
pilotaba. Precisamente un aeroplano
cruzando un fuerte enclavado en las exóticas tierras de Arabia, es el inicio de
este filme, que se desarrolla desde un principio con gran agilidad, diálogos
brillantes y coherencia en su desarrollo. El guionista pese a fallecer con tan
sólo 29 años, nos dejó excelentes muestras de su talento en títulos como “Jimmie the gent” con James Cagney, “La que
apostó su amor” protagonizada por Bette Davis y “Príncipe y mendigo” la
anterior cinta de Errol Flynn.
A los mandos de
la nave, un capitán del talento de William
Dieterle, dio muestras de un talento que aún hoy no es suficientemente
reconocido. Dieterle que había comenzado de galán en su Alemania natal,
interviniendo en películas remarcables como “El hombre de los muñecos de cera” de Paul Leni y “Fausto” de Murnau,
se inició en el mundo de la dirección en 1923, emigrando a Estados Unidos al
comenzar la década de los treinta, para dirigir versiones alemanas de las
cintas de la Warner. Poco a poco fue ganando peso en el estudio, hasta el punto
que su siguiente película “La vida de
Emilio Zola” ganaría el oscar al mejor filme de 1937.
Lo mismo que sucedió
con Francis, “Another Dawn” cayó
progresivamente en el olvido. Al igual que esta tubo un excelente rendimiento
en la taquilla, consiguiendo más de un millón de dólares de beneficio. Por eso
es de justicia reivindicar este filme más que estimable, con doble ambientación
en casa de campo británica y exóticos parajes del desierto. Una magnífica
partitura de Erich Wolfgang Korngold
y una fantástica fotografía de Tony
Gaudio, ambos junto a Errol Flynn y al estupendo actor secundario de gran
vis cómica Herbert Mundin,
coincidirían el año siguiente en “Las
aventuras de Robin Hood”, una de las cintas más famosas de todos los
tiempos. Hoy sin embargo nos quedamos, con esta estimulante película a caballo
entre la comedia ligera, el melodrama y la aventura colonial, que os recomiendo
efusivamente.
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