Pese a que sus
obras puedan parecen un material excelente, el cine no ha frecuentado con
demasiada asiduidad las obras de Oscar Wilde. Quizás su final, caído en
desgracia por su homosexualidad, tuvo buena culpa de ello. Otro gran autor
británico Somerset Maugham, que
había asistido en su juventud, a los juicios que sufrió Wilde, guardo
celosamente su condición sexual, después de ver como la hipócrita sociedad de
la época destrozaba al brillante autor.
Desde luego
resulta desconcertante que la primera versión sonora de esta apasionante
novela, no se realizara hasta el año 1945. Anteriormente se habían producido un
cortometraje rodado en 1913 en Nueva York con Wallace Reid, y dos producciones
británicas, otro corto estrenado en 1915 y al año siguiente el primer
largometraje basado en la novela, protagonizado por Henry Victor una de las primeras estrellas del cine inglés.
Películas de escaso relieve, cuyo interés es meramente anecdótico. También el cine alemán en 1915 y 1917 se ocupó del tema con otros dos filmes que se creen perdidos.
El hombre que
hizo posible esta magnífica cinta, Albert
Lewin ofreció la posibilidad de realizar esta adaptación a MGM. El magnate Louis
B. Mayer tuvo que plegarse a la independencia que Lewin pidió para llevar el
proyecto a buen puerto. No era una decisión arriesgada puesto que Lewin había
sido durante muchos años un hombre del estudio. Su biografía cinematográfica
comienza cuando estando licenciado con las mejores calificaciones y con un
próspero futuro como profesor de universidad,
asiste a la proyección de “El gabinete del Doctor Caligari”. Esta experiencia
transformará su vida y decidirá adentrarse en el mundo cinematográfico, un
territorio hostil para intelectuales como él.
Desde su origen
como estudio, Albert Lewin estará vinculado a MGM, primero como guionista y
luego como asistente personal de Irving
Thalberg. Su participación en producciones del calado de “Rebelión a bordo” y “La buena tierra”
determinaran su pericia como productor. Pero la muerte de su protector hará que
decida abandonar la Metro y seguir produciendo películas en Paramount. Será
tras esa etapa, cuando decide con casi cincuenta años, involucrarse en la
dirección de sus propias películas, donde dará rienda suelta a todas sus
motivaciones estéticas.
Su primer filme
como director fue coproducido junto a David
L. Lowe y se tituló en nuestro país Soberbia.
Su base era también otra obra literaria en este caso de Somerset Maugham,
inspirada en la figura del pintor Paul
Gaugin. Al año siguiente 1943, filmó algunas escenas de Madame Curie, volvía a MGM que estaba
preparando otra adaptación de Oscar Wilde, “El
fantasma de Canterville” protagonizada por la nueva niña prodigio Margaret O´Brian y el gran Charles Laughton.
Claro que el
cuento infantil de Wilde, no tenía las aristas de la novela sobre Dorian Gray.
El estupendo guion obra del propio Lewin, supo soslayar con elegancia los
vaivenes de la censura. En cuanto a la concepción visual de la cinta,
importante en grado sumo, contó con la entregada colaboración de Cedric Gibbons, el director artístico
por antonomasia de MGM y un recién llegado, Hans Peters, quienes ayudaron mucho al director en la peculiar
atmósfera que emana la película.
Hombre de gran
cultura, Lewin utilizó numerosas referencias que acreditan esta afirmación.
Comenzando por la cubierta de “Las
flores del mal” de Baudelaire que George
Sanders está leyendo al comienzo de la película. Sanders interpreta a Lord Henry Wotton, un Mefistófeles victoriano
que inculcará sus maléficas ideas en el joven Dorian. Sanders debe mucho a
Lewin, puesto que le dio uno de sus primeros papeles protagonistas en su debut
como director en “Soberbia”. Anteriormente el actor británico había participado
en populares películas de serie B, con los personajes de “El Santo” y “El halcón” y como secundario en títulos de más fuste
como la inolvidable “Rebeca”.
Para encarnar a
Dorian Gray, se eligió a Hurd Hatfield, un joven actor cuya única experiencia
ante las cámaras había sido en “Estirpe
de dragón” haciendo de oriental. Tanto en la crítica que escribió The New
York Times, tras su estreno, como en la actualidad, se señala a su endeble
interpretación cómo lo menos logrado de la película. Lo cierto es que Hatfield
tras su intervención el año siguiente en “Memorias
de una doncella” de Jean Renoir,
pasó rápidamente a la incipiente televisión, interpretando en el cine sólo
papeles secundarios. Por el contrario sus compañeras femeninas de reparto Donna Reed y Angela Lansbury gozaron de
mucha mayor fortuna.
En el caso de Lowell Gilmore que interpretaba al
pintor Basil Hallward también era su segundo filme, después de intervenir en “Días de gloria” película que
glorificaba a los partisanos rusos, cuando la guerra fría todavía no había
hecho acto de presencia. Gilmore que estaba con un pie en los cuarenta, llevaba
tras de sí una larga experiencia teatral. Peter
Lawford que compone la pareja juvenil junto a Donna Reed, era una de las
estrellas emergentes del estudio, que aquí en este ambiente tan decadente, está
como un pez fuera del agua.
Salvo
algunas libertades, Lewin siguió fielmente el relato de Wilde. Donde el
director aportó su huella fue decididamente en el aspecto visual. Encuadres
artificiosos para los que empleaba mucho tiempo, unido a una iluminación muy
personal. La colaboración del gran cámara Harry
Stradling, fue providencial en el resultado final de la cinta. Stradling
natural de Nueva Jersey, curiosamente se había hecho un nombre en Europa,
siendo el fotógrafo habitual de las películas francesas de Jacques Feyder. Junto al director belga partió a Gran Bretaña, contratados
por Alexander Korda y posteriormente por Alfred Hichtcock en su postrera cinta de su etapa británica “La
posada de Jamaica”. Precisamente Stradling volvería a Hollywood para volverse a
poner a las órdenes del orondo director inglés. Cuando filma “El retrato de Dorian Gray” acababa de
terminar su primera cinta en Technicolor “Escuela
de sirenas”. En el filme de Lewin, utilizará el color en los planos en los
que se ve el cuadro. Ese uso parcial del color Lewin ya lo usó en su primera
cinta y volvería a hacerlo con la siguiente “Los amores de Bel ami”.
Si nos tomamos
el suficiente tiempo, podemos admirar ese abigarrado conjunto de raros objetos,
planos imposibles, referencias culturales, que constituyen el complejo mundo de
este creador todavía no suficientemente reivindicado que es Albert Lewin. Y
siempre nos quedará ese maravilloso cuento fantástico obra de uno de los
escritores más brillantes de todos los tiempos, Oscar Wilde.
P.D. Como curiosidad añadir que durante su etapa en Francia
el cámara Harry Stradling filmó dos películas rodadas por Carlos Gardel en los estudios de Joinville de la Paramount. “Espérame" y “Melodía de Arrabal”.