jueves, 27 de noviembre de 2014

El retrato de Dorian Gray (1945) Dos estetas unidos: Oscar Wilde y Albert Lewin

 
         Recuerdo que “El retrato de Dorian Gray” la leí de un  tirón una noche de hace casi un cuarto de siglo. Aparte de algunos cuentos y poemas, esta era la primera obra que leía de Oscar Wilde. Tenía poco más de veinte años y me fascinó este novela fantástica, que trata de la belleza de la juventud y del precio que hay que pagar por ella. A partir de entonces me empeñé en leer todo lo escrito por el famoso escritor irlandés, incluyendo varias biografías, pero aunque al final su comedias teatrales me parecen lo mejor de su producción, nunca olvidaré que Dorian Gray fue la puerta que me abrió el  universo de Wilde.

         Pese a que sus obras puedan parecen un material excelente, el cine no ha frecuentado con demasiada asiduidad las obras de Oscar Wilde. Quizás su final, caído en desgracia por su homosexualidad, tuvo buena culpa de ello. Otro gran autor británico Somerset Maugham, que había asistido en su juventud, a los juicios que sufrió Wilde, guardo celosamente su condición sexual, después de ver como la hipócrita sociedad de la época destrozaba al brillante autor.
 

 
 
         Desde luego resulta desconcertante que la primera versión sonora de esta apasionante novela, no se realizara hasta el año 1945. Anteriormente se habían producido un cortometraje rodado en 1913 en Nueva York con Wallace Reid, y dos producciones británicas, otro corto estrenado en 1915 y al año siguiente el primer largometraje basado en la novela, protagonizado por Henry Victor una de las primeras estrellas del cine inglés. Películas de escaso relieve, cuyo interés es meramente anecdótico. También el cine alemán en 1915 y 1917 se ocupó del tema con otros dos filmes que se creen perdidos.

         El hombre que hizo posible esta magnífica cinta, Albert Lewin ofreció la posibilidad de realizar esta adaptación a MGM. El magnate Louis B. Mayer tuvo que plegarse a la independencia que Lewin pidió para llevar el proyecto a buen puerto. No era una decisión arriesgada puesto que Lewin había sido durante muchos años un hombre del estudio. Su biografía cinematográfica comienza cuando estando licenciado con las mejores calificaciones y con un próspero futuro como profesor de  universidad, asiste a la proyección de “El gabinete del Doctor Caligari”. Esta experiencia transformará su vida y decidirá adentrarse en el mundo cinematográfico, un territorio hostil para intelectuales como él.
 
         Desde su origen como estudio, Albert Lewin estará vinculado a MGM, primero como guionista y luego como asistente personal de Irving Thalberg. Su participación en producciones del calado de “Rebelión a bordo” y “La buena tierra” determinaran su pericia como productor. Pero la muerte de su protector hará que decida abandonar la Metro y seguir produciendo películas en Paramount. Será tras esa etapa, cuando decide con casi cincuenta años, involucrarse en la dirección de sus propias películas, donde dará rienda suelta a todas sus motivaciones estéticas.
 
         Su primer filme como director fue coproducido junto a David L. Lowe y se tituló en nuestro país Soberbia. Su base era también otra obra literaria en este caso de Somerset Maugham, inspirada en la figura del pintor Paul Gaugin. Al año siguiente 1943, filmó algunas escenas de Madame Curie, volvía a MGM que estaba preparando otra adaptación de Oscar Wilde, “El fantasma de Canterville” protagonizada por la nueva niña prodigio Margaret O´Brian y el gran Charles Laughton.
 
 
         Claro que el cuento infantil de Wilde, no tenía las aristas de la novela sobre Dorian Gray. El estupendo guion obra del propio Lewin, supo soslayar con elegancia los vaivenes de la censura. En cuanto a la concepción visual de la cinta, importante en grado sumo, contó con la entregada colaboración de Cedric Gibbons, el director artístico por antonomasia de MGM y un recién llegado, Hans Peters, quienes ayudaron mucho al director en la peculiar atmósfera que emana la película.
 
         Hombre de gran cultura, Lewin utilizó numerosas referencias que acreditan esta afirmación. Comenzando por la cubierta de “Las flores del mal” de Baudelaire que George Sanders está leyendo al comienzo de la película. Sanders interpreta a Lord Henry Wotton, un Mefistófeles victoriano que inculcará sus maléficas ideas en el joven Dorian. Sanders debe mucho a Lewin, puesto que le dio uno de sus primeros papeles protagonistas en su debut como director en “Soberbia”. Anteriormente el actor británico había participado en populares películas de serie B, con los personajes de “El Santo” y “El halcón” y como secundario en títulos de más fuste como la inolvidable “Rebeca”.
 
         Para encarnar a Dorian Gray, se eligió a Hurd Hatfield, un joven actor cuya única experiencia ante las cámaras había sido en “Estirpe de dragón” haciendo de oriental. Tanto en la crítica que escribió The New York Times, tras su estreno, como en la actualidad, se señala a su endeble interpretación cómo lo menos logrado de la película. Lo cierto es que Hatfield tras su intervención el año siguiente en “Memorias de una doncella” de Jean Renoir, pasó rápidamente a la incipiente televisión, interpretando en el cine sólo papeles secundarios. Por el contrario sus compañeras femeninas de reparto Donna Reed y Angela Lansbury gozaron de mucha mayor fortuna.
 
 
         En el caso de Lowell Gilmore que interpretaba al pintor Basil Hallward también era su segundo filme, después de intervenir en “Días de gloria” película que glorificaba a los partisanos rusos, cuando la guerra fría todavía no había hecho acto de presencia. Gilmore que estaba con un pie en los cuarenta, llevaba tras de sí una larga experiencia teatral. Peter Lawford que compone la pareja juvenil junto a Donna Reed, era una de las estrellas emergentes del estudio, que aquí en este ambiente tan decadente, está como un pez fuera del agua.
 
         Salvo algunas libertades, Lewin siguió fielmente el relato de Wilde. Donde el director aportó su huella fue decididamente en el aspecto visual. Encuadres artificiosos para los que empleaba mucho tiempo, unido a una iluminación muy personal. La colaboración del gran cámara Harry Stradling, fue providencial en el resultado final de la cinta. Stradling natural de Nueva Jersey, curiosamente se había hecho un nombre en Europa, siendo el fotógrafo habitual de las películas francesas de Jacques Feyder. Junto al director belga partió a Gran Bretaña, contratados por Alexander Korda y  posteriormente por Alfred Hichtcock en su postrera cinta de su etapa británica “La posada de Jamaica”. Precisamente Stradling volvería a Hollywood para volverse a poner a las órdenes del orondo director inglés. Cuando filma “El retrato de Dorian Gray” acababa de terminar su primera cinta en Technicolor “Escuela de sirenas”. En el filme de Lewin, utilizará el color en los planos en los que se ve el cuadro. Ese uso parcial del color Lewin ya lo usó en su primera cinta y volvería a hacerlo con la siguiente “Los amores de Bel ami”.
 
 
         Si nos tomamos el suficiente tiempo, podemos admirar ese abigarrado conjunto de raros objetos, planos imposibles, referencias culturales, que constituyen el complejo mundo de este creador todavía no suficientemente reivindicado que es Albert Lewin. Y siempre nos quedará ese maravilloso cuento fantástico obra de uno de los escritores más brillantes de todos los tiempos, Oscar Wilde.
 
 
P.D. Como curiosidad añadir que durante su etapa en Francia el cámara Harry Stradling filmó dos películas rodadas por Carlos Gardel en los estudios de Joinville de la Paramount. “Espérame" y “Melodía de Arrabal”.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

lunes, 17 de noviembre de 2014

Volpone (1941) Una maravillosa adaptación.


         Como dicen los evangelios, nadie es profeta en su tierra. Así debió de pensar Maurice Tourneur cuando regreso a Francia en 1928. Había sido despedido de MGM al poco de iniciarse el rodaje de “La isla misteriosa”, su última cinta en América. Con ese sinsabor concluía una etapa que comenzaba en 1914 cuando la empresa Eclair, le mandaba a los estudios que poseía en Estados Unidos, ya que poseía un inglés fluido, fruto de giras como actor teatral en el Reino Unido.

 

         En poco tiempo, se situó a la cabeza de los mejores directores, donde pudo dirigir a las estrellas más populares como Mary Pickford y realizar brillantes filmes como “El pájaro azul” y “El último de los mohicanos”. Pero el poder cada vez mayor de los productores, que cercenaban su independencia artística, unido al divorcio de su primer esposa, le llevaron a tomar la decisión de regresar a su país.


         Como bien dije al principio de esta entrada, a Tourneur no se le recibió precisamente con los brazos abiertos. Su ausencia durante la gran guerra, donde tantos franceses habían fallecido, fue censurada por los círculos más conservadores quienes tampoco le perdonaban el que hubiera adquirido la nacionalidad americana en 1922. Pese a esas reticencias iniciales, poco a poco Tourneur fue revertiendo la situación, hasta convertirse en uno de los realizadores más prolíficos del cine francés durante la década de los treinta.

 

         Un periodo de gran efervescencia artística, que además coincidió con una gran generación de actores, provenientes en su inmensa mayoría del teatro, y que ahora aportaban su talento al recién nacido cine sonoro. Fue una etapa donde el cine francés se convirtió en uno de los más interesantes y comerciales del mundo. En 1938 Jacques De Baroncelli, empezó el rodaje de “Volpone” basado en la famosa pieza teatral de Ben Johnson. De Baroncelli hoy es un director prácticamente olvidado, pero en aquel momento era uno de los más reputados profesionales del cine francés. Desgraciadamente la producción tiene que pararse por falta de financiación. Casi dos años después se reanudará, un 23 de marzo de 1940, un momento de gran agitación, cuando Francia lucha desesperadamente contra las tropas alemanas.

 
 

         En ese instante tan crítico, es cuando Tourneur se hace cargo del proyecto, encargándose de una de sus especialidades, la adaptación literaria. En este caso se utilizó como base la adaptación que en 1928 escribieran Jules Romain y Stefan Zweig, cuyo nombre no aparece en los títulos de crédito debido a su ascendencia judía, ya que la película se estrena en mayo de 1941, en plena ocupación nazi.

 

Ambientada en la Venecia renacentista, la película cuenta con unos cuidados decorados y lujoso vestuario, en una producción digna de enfrentarse con sus coetáneas de Hollywood. Los chispeantes diálogos son ejecutados por una pléyade de buenos artistas entre los que sobresalen claro está los dos protagonistas Harry Baur como Volpone y Louis Jouvet en el papel de su fiel criado Mosca. A Harry Baur ya lo recordamos con motivo de su interpretación del comisario Maigret en “La cabeza del hombre” (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2014/02/la-cabeza-del-asesino-1933-homenaje-al.html), para muchos la mejor adaptación del célebre personaje de Simenon. En 1940 Baur era el actor de carácter más famoso de toda Francia, tan sólo Raimu tenía tantos adeptos. Su interpretación guiñolesca del astuto mercader veneciano, queda salvaguardada por su impecable técnica actoral. Al igual que el personaje de Johnson, Harry Baur era un actor ávido de gloria y riquezas, por lo que no le importó pactar con el diablo, de ahí su trágica muerte a causa según parece de los tormentos sufridos a manos de la cruel Gestapo.
 

         En cuanto a Louis Jouvet, decir que al igual que Baur, antes de dedicarse al cine tenía tras de sí una magnífica carrera teatral. En el cine había debutado con Topaze (1933) basada en la obra de Marcel Pagnol, brillando en varias de las mejores películas de la década de los treinta como “La kermesse heroica” y “Un drama singular” donde interpretó con singular acierto papeles de clérigo y “Hotel du Nord” en la que encarnaba al misterioso Monsieur Edmond, por solo citar algunos títulos, bajo la experta batuta de directores de la talla de Carné, Renoir Y Duvivier. Su aguda creación del sibilino mosca, sigue atrayendo al espectador, como los estupendos secundarios que aparecen.

 
 

         La bella Jacqueline Delubac, ya divorciada de su mentor Sacha Guitry está encantadora en el papel de la bella Colomba, esposa del celoso Corvino un estupendo Fernand Ledoux. Pero de todo el amplio reparto, el que mejor capta la esencia de la farsa de Ben Johnson es seguramente Charles Dullin, como el anciano Corbaccio. Dullin había formado precisamente con Jouvet y Jean-Louis Barrault y Jean Vilar, el célebre Cartel des Quatre que renovó el teatro francés de la época. Este sensacional Corbaccio que nos dejó para la posteridad, es una de sus mejores contribuciones al cine, donde en una filmografía no muy extensa destaca también su intervención al lado de Harry Baur, en la mejor adaptación sonora de “Los miserables” de Victor Hugo.

 
 

         Merece la pena ver esta atinada adaptación de Volpone, filmada en un momento tan crítico para Francia. La mayoría de los principales actores junto al director, permanecerían en esa Francia ocupada, Jouvet haría giras por América Latina representando al gobierno de Vichy, todo estaba en proceso de transformación, pero el talento seguía inmutable, como hoy más de setenta años después puede comprobarse.

 
 

 
 
 
 

viernes, 7 de noviembre de 2014

El arca de Noé (1928) "Noah's Ark". Un diluvio como Dios manda.

 

         El 6 de junio de 1926, llegaba a Nueva York un director húngaro que sería fundamental en la historia del cine. No era un novato, llevaba ya catorce años realizando películas, primero en su país natal y desde 1919 en Austria, donde sus producciones, especialmente dos epopeyas bíblicas “Sodoma y Gomorra” y “Die Sklavenkönigin” conocida en Estados Unidos como “Moon of Israel, habían llamado la atención de la Warner, quién deseaba un nuevo Cecil B. DeMille para su estudio. Su nombre era   Manó Kertész Kaminer y después de haber adoptado otros nombres menos complicados, al llegar a Hollywood sería conocido como Michael Curtiz.

 
 
         Ya en la entrevista que mantuvieron en París, Harry Warner y Curtiz, el tema de “El arca de Noé” había estado encima del tapete, pero antes de enfrentarse a este reto, Harry lo puso a trabajar en “El tercer grado” un melodrama policial con ambiente circense basado en una obra teatral escrita en 1908 por Charles Klein, previamente llevada al cine en 1913 y 1919. El magnífico uso que hace de la cámara, especialmente en las escenas circenses, le gana el respeto de la crítica y del propio estudio.
         Warner Brothers lleva pocos años en la élite de Hollywood, formada en 1918, se halla en una carrera de fondo, compitiendo en prestigio y éxito, con la todopoderosa Paramount y la nueva pero resplandeciente MGM. Por eso en 1924 habían firmado al carismático galán John Barrymore y al director Ernst Lubitsch. Mientras el apolíneo actor si compensó a Warner con sus actuaciones, las películas dirigidas por Lubitsch, no acabaron por atraer al suficiente número de público que pudiera compensar los elevados costes de producción. Tras realizar cuatro filmes, no se renovó su contrato y se buscó en Curtiz, al hombre que pudiera aunar prestigio y comercialidad.
 
         En una plantilla de directores que no estaba sobrada de brillantez, la habilidad del cineasta húngaro, rápidamente sobresalió. Después de su debut, Curtiz realizó otros tres filmes,  hasta “Tenderloin” su primera cinta con diálogos. Una nueva experiencia que Warner había propiciado con “El cantante de Jazz”, logrando un éxito sin precedente. Es posible que a las audiencias modernas, les despisten estas películas semi-habladas, pero el complicado proceso de transición al sonoro, donde la cámara se mantenía estática, propició que en un principio se utilizaran de una manera parcial, dejando las imágenes de acción con una partitura sincronizada.
         Con este método se filmó asimismo “El arca de Noé”, la más ambiciosa de las producciones hasta el momento realizada por Warner. Con un presupuesto de un millón de dólares,  muy por encima de lo habitual en el estudio, pretendía rivalizar con otros grandes espectáculos y a decir verdad que lo logró. Una empresa destinada al tiránico director cuyos malos modos, tanto con el personal técnico, como con los extras, pronto se hicieron famosos. Si autoritario era DeMille, que decir de Curtiz, quién se negaba a parar el rodaje hasta para comer. Su gran capacidad de trabajo, no obstante le dejaba tiempo para tener numerosas aventuras amorosas con actrices principiantes.
 
 
 
         Para protagonizar una película de tal magnitud, el estudio colocó a Dolores Costello, esposa de  John Barrymore y primera dama de la Warner. Costello ya había coincidido con Curtiz en tres de sus primeras cinco películas rodadas en Hollywood. En su primera película americana (El tercer grado) y en su anterior proyecto “Tenderloin” con “A million bild” entre medias. También dirigió a la hermana de Dolores, Helene, en “Goodtime Charley” donde encabezaba el reparto Warner Oland, el villano de uno de los filmes más populares de Dolores Costello “Orgullo de raza”. (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2013/11/orgullo-de-raza-1927-en-el-viejo-san.html).
 
         Su paternaire George O´Brian fue cedido por la Fox, donde había intervenido en dos cintas tan importantes como “El caballo de hierro” y “Tres hombres malos” (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2014/05/tres-hombres-malos-1926-las-apariencias.html) de John Ford, aunque su papel más recordado fuera quizás en “Amanecer” de Murnau.  Un actor que era más un atleta que un intérprete, dotado de un imponente físico, contrastaba con la delicadeza de Dolores Costello, quién al lado de Curtiz había mejorado su ya depurada técnica interpretativa.
 
         Completaban el elenco, Noah Beery el malvado de la función, Mirna Loy y el simpático Guinn 'Big Boy' Williams, prolífico secundario que terminaría su carrera como Curtiz con el western “Los comancheros”. El tono grave lo ponía Paul McAllister , en el doble papel de ministro protestante y Noé. Un desempeño dual que comparte buena parte del reparto ya que “El arca de Noé” presenta dos historias, una contemporánea que comienza el día en que se declara la gran guerra de 1914, siendo la otra el episodio bíblico del libro de Génesis.
 
         Esta combinación de historias, tiene su precedente en “Intolerancia” donde Griffith enlazaba varias historias, una fórmula luego simplificada siendo “Los diez mandamientos” de DeMille la más popular de todas, pero que Curtiz ya había empleado en “Sodoma y Gomorra” un año antes en 1922. El argumento fue escrito por Darryl F. Zanuck, un joven de Nebraska que llegaría a ser un gran productor en los años dorados de la Twenty Century Fox, y que hasta el momento había escalado peldaños dentro de la Warner, desde que empezara escribiendo bajo pseudónimo guiones para las películas del famoso can Rin-Tin-Tín. En esta ocasión Zanuck escribió un alegato pacifista, donde los protagonistas son dos jóvenes americanos de viaje por Europa y una bailarina de cabaret alemana, cuando surja una situación límite que no deseo desvelar, un ministro protestante evocará la historia bíblica del diluvio universal. Será en esta narración donde Zanuck se tomará todo tipo de licencias, extrayendo situaciones de otros lugares de la biblia, como cuando el hijo de Noé, Jafet, es condenado a tirar de una piedra de molino, con sus ojos cegados, al igual que Sansón, o que Dios se aparezca a Noé en forma de zarza ardiente y luego le dé la orden de construir el arca en unas tablas como las de Moisés.
 
 

 
         Los magníficos decorados de la cinta, fueron diseñados por Anton Grot, un reputado director artístico que ya había trabajado en producciones importantes con Douglas Fairbanks y Cecil B. DeMille. Cuando estaba en plantilla de la empresa First National, esta fue absorbida por Warner, siendo este su primer trabajo para el estudio donde continuaría toda su carrera. Otro punto fuerte fueron los magníficos efectos especiales, siendo claro está el más destacado el descomunal diluvio que se cierne sobre la ciudad caldea y sus numerosos habitantes. El cámara Hal Morh, alertó a Curtiz sobre lo peligroso que era el plan de rodaje para los extras, pero este no tenía la más mínima idea de cambiar su planificación, así que Morh dejo la película siendo reemplazado por Barney McGill.
 
 
 
         Michael Curtiz deseaba que la escena fuera retratada con el mayor realismo. En la primera versión de “Los diez mandamientos” rodada por DeMille, en la escena en que las aguas ahogaban a las tropas de Faraón, se habían utilizado muñecos, empañando la acción culminante de la película. Curtiz no estaba dispuesto a que le pasara lo mismo y  no le importó que una tremenda tromba de agua, cayera sobre los actores que pululaban sobre el inmenso set. Luego se ha dicho, que a consecuencia de esto, tres personas perecieron ahogadas, que a un extra tuvo que amputársele la pierna, que Dolores Costello contrajo una fuerte neumonía y un rosario similar de catástrofes. Lo cierto es que los últimos biógrafos de Curtiz, han intentado encontrar pruebas fehacientes de estas afirmaciones, sin hallar ninguna, por lo que quizás no debería dárselas tan alegremente por ciertas.
 
         Lo único cierto es que el impasible y cruel trabajo de Curtiz, dio como resultado uno de los momentos más impactantes rodados en el cine hasta la fecha. Una maestría que se refleja a lo largo de toda la película, donde con brillantes imágenes nos narra la primera analogía que la cinta demuestra, el culto al becerro de oro, mostrando a los antiguos sosteniendo las joyas del preciado metal, que encadena magistralmente con las delgadas tiras de papel de la cotización bursátil. Las secuencias de acción están magníficamente rodadas y las escenas dialogadas que corresponden a los momentos más íntimos, no desentonan. Eso es al menos lo que conocemos de la película que tras estrenarse con una duración de 135 minutos, se decidió expurgar en una media hora. Reestrenada en 1957 sin rótulos explicativos y con una voz en off a modo de narrador que dejaba la cinta en 75 minutos, no fue hasta el siglo XXI en que fue restaurada devolviéndole el metraje hasta los 100 minutos, más una obertura y un epílogo musical.
 
         La versión que hoy poseemos se acerca bastante a la que se estrenó mayoritariamente por todo el mundo. Mientras en Estados Unidos tuvo un resultado discreto, ante las nuevas películas completamente habladas que surgían, en Europa que todavía apenas conocía el impacto del nuevo medio, tuvo muchos mejores resultados, consiguiendo el que finalmente la película diera beneficios. Una cinta hermosa, ágil, atractiva, en suma una película de Michael Curtiz.