jueves, 30 de octubre de 2014

Sansón y Dalila (1949) Espectáculo con mayúsculas

 

De entre todos los caudillos del pueblo de Israel, quizás sea Sansón el más políticamente incorrecto. No es un líder piadoso y de conducta recta, como la mayoría de los que pueblan el libro de los Jueces, sino más bien un antihéroe de escasa imaginación, tremenda fuerza y gran sensualidad. Este desde luego no es el Sansón que inspiró a DeMille para su antepenúltima cinta. La fuente de la que se sirvió es una novela escrita por el líder sionista Vladimir Jabotinsky, titulada “Juez y tonto” publicada por primera vez en ruso el año 1926. Jabotinsky además de su labor literaria fue un hombre de acción, formando en su juventud grupos armados para repeler los continuos ataques a los que eran sometidos por la población en la Rusia zarista. Años después formó la legión judía que ayudó al ejército británico a desalojar a los turcos de Palestina. Posteriormente fue uno de los primeros adalides del estado de Israel, e intentó en 1936 realizar un éxodo en Polonia, para evitar el exterminio de su raza que desdichamente predijo.

 
Este patriota “con mayúsculas” de la causa judía, forjó un Sansón mucho más heroico que el narrado por las fuentes bíblicas. Asimismo brindó la pátina de romanticismo que la historia necesitaba, para satisfacer a las audiencias contemporáneas. Los propios guionistas de DeMille acabaron además potenciando el personaje de Dalila, convirtiéndola en una “Femme Fatale” característica del género negro tan en boga en esa década que a punto estaba de expirar.
 
El cine ya se  había ocupado de estos dos personajes en fecha tan temprana como 1902, cuando Ferdinad Zecca realizó una versión de seis minutos. Veinte años más tarde en Austria, se rueda otra película dirigida por Alexander Korda, que tiene la característica de juntar una historia moderna, junto a la bíblica, algo muy en boga en la época y cuyo mayor exponente sería dirigido precisamente por Cecil B. DeMille “Los diez mandamientos
 
Mucho se ha hablado del casting de esta película. Algunas afirmaciones son ciertas, mientras otras no pasan de meros bulos, como el de que el musculoso Steve Reeves, amigo de gimnasio de Mature, hiciera una prueba para el personaje principal. Sí que es cierto el que Burt Lancaster, originalmente fuera el pensado para encarnar a Sansón, pero una lesión de espalda, su juventud y las pocas ganas del actor, confluyeron en que al final el personaje recalara en Victor Mature.
 
La carrera del actor había comenzado con tres cintas que habían obtenido bastante éxito “Hace un millón de años”, “El embrujo de Sanghai” y “Mi chica favorita” junto a  Rita Hayworth. Tras participar en la contienda mundial hizo sus mejores interpretaciones en “Pasión de los fuertes” de John Ford como Doc Holliday, junto a dos clásicos por antonomasia del cine negro “El beso de la muerte” cuya interpretación fue decisiva para que DeMille lo contratara y “Una vida marcada”.
 
Si hubo dudas con el personaje de Sansón, todavía fue mayor para encontrar a la actriz que encarnara a Dalila. Aquí también la lista de dimes y diretes es amplia. Desde una joven Jane Simons, a actrices consagradas como Rita Hayworth y Lana Turner, cuyos respectivos estudios (Columbia y MGM) se negaron a cedérselos a Paramount. Hedy Lamarr contaba en sus memorias que supo de la oportunidad de interpretar el papel, gracias a un cazatalentos de dudosa reputación a quién nombra bajo el pseudónimo de Sidney, que conoció en Romanoff, uno de los locales con más ambiente de la época en Los Ángeles.
 
El reparto se completó con una joven Angela Lansbury, que ejercía de eficaz secundaria como ya lo había hecho en otros filmes notables (Fuego de juventud, Luz que agoniza, El retrato de Dorian Gray Los tres mosqueteros), interpretando a Semadar, la hermana mayor de Lamarr/Dalila, aunque esta fuera diez años más joven que esta. Hedy Lamarr que se había hecho famosa, por su desnudo en la película “Éxtasis” llevaba ya mucho tiempo en Hollywood, donde su belleza había sido reconocida no tanto así su talento. Una vez finalizado su contrato con MGM donde compartió cartel con sus mejores estrellas: Clark Gable, Robert Taylor, Spencer Tracy, pero sin ningún filme que realmente quedara como un clásico imperecedero, su carrera cinematográfica comenzaba a declinar. Sería con esta bella y seductora Dalila, con el que pasaría a la memoria de las siguientes generaciones.
 
 
 
Los otros dos papeles de relieve, el poderoso Sarán de Gaza y la humilde judía Miriam, recayeron en George Sanders y Olive Deering. Mientras el primero fue petición expresa de DeMille, quién no ignoraba, estaría perfecto en el papel, tuvo en cambio sus más y sus menos con la designación de Deering. Sería la insitencia de Jesse Lasky jr, quién deseaba a toda costa que ese personaje lo interpretara una actriz judía, lo que acabó ablandando al duro director, quién tras las pruebas de cámara, la había dado como imposible. Si bien es cierto que luego, cuando se la relacionó con una lista de simpatizantes comunistas, el veterano director la defendió.
 
Como sibilinamente comenta Bret Wood, en su magnífica reseña de la cinta en la webb de TCM, DeMille defendía a los suyos de todos, menos de sí mismo. Si duros fueron sus enfrentamientos con Lamarr, apenas fueron una animada charla, comparados con los que tuvo que afrontar con Victor Mature, afectado de una cobardía fuera de lo común. Pese a su aspecto rudo, Mature era un hombre lleno de temores, de pelear con un león manso y sin dientes y hasta del ruido que provocaban las máquinas que producían los efectos especiales. DeMille llegó megáfono en mano, a humillar al actor delante de todo el reparto, diciendo que nunca había conocido un hombre como él  que tuviera miedo por todo. El león en cuestión se llamaba “Old Jackie” quien actuó con un doble, mientras que para los primeros planos con Mature, se utilizó una cabeza de peluche.
 
 
El rodaje comenzó el 4 de octubre de 1948, habían pasado dieciséis años desde que DeMille pensara en llevar a la pantalla la historia. Entonces ya había encargado a Harold Lamb un tratamiento sobre la historia, que no satisfizo al director, como dijimos al principio sería la novela de Jabotinsky, la base sobre la que se configuraría el guion de Jesse L. Lasky jr. y Fredric M. Frank. En cuanto a la concepción visual de la película, volvió a utilizar la inspiración del artista californiano,  Dan Sayre Groesbeck, cuyos bocetos y acuarelas son fuente de inspiración en las películas de DeMille. En su autobiografía publicada poco antes de su muerte el veterano director, no tiene empacho en señalar la importancia de su trabajo, en el resultado final de sus películas.
 
 
Finalizada en Febrero de 1949, la película se completó con escenas filmadas en el norte de África (Argelia y Marruecos) y en la más cercana Durango. El resultado final es un filme de gran belleza plástica, con el gran cámara George Barnes, sacando el máximo partido al Technicolor. Dos piezas fundamentales del estudio, la diseñadora de vestuario Edith Head y el músico Victor Young, contribuyeron de manera sustancial a mantener el empaque de la obra. Los decorados magníficos, incluían un fastuoso templo de Dagón, que requirió de dos intentos para realizarse convenientemente, en uno de ellos, Henry Wilcoxon mano derecha del director, sufrió una aparatosa herida en la cabeza. No sería el último percance que sufriera el veterano actor británico rodando con DeMille, en su último filme juntos “Los diez mandamientos” estuvo a punto de perecer ahogado, en la mítica escena en que Moisés, abría y cerraba el Mar Rojo. También veremos en escena a un jovencísimo Russ Tamblyn, en el papel de Saul, que sería el último juez de Israel, Tamblyn años más tarde se convertiría en  un estupendo bailarín, interviniendo en dos de los musicales más famosos de la historia “Siete novias para siete hermanos y West Side Story”.
 
 
Como solía ser habitual la crítica fue desdeñosa con el filme de Cecil B. De Mille. Una opinión luego repetida por historiadores tan prestigiados como Roman Gubern, que en su famosa historia del cine, no dedicaba comentarios elogiosos precisamente. Afortunadamente, a día de hoy, la crítica cada vez coincide más con el juicio público que siempre fue fiel a DeMille. Ahora además gracias a una reciente restauración, podemos gozar en todo su esplendor de este maravilloso cocktail de sensualidad, aventuras, un poquito de religión y con una bellísima mujer fatal. Espectáculo con mayúsculas.
 
 
P.D. Parece que ya en 1935 DeMille ya se había planteado rodar la cinta con Henry Wilcoxon como Sansón y Miriam Hopkins haciendo de Dalila. Al final se decantó por “Las cruzadas” contando la historia de Ricardo Corazón de León, Saladino y Berenguela de Navarra.
 
 
La música de Victor Young sirvió de base a esta canción que grabó Nat King Cole
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

lunes, 20 de octubre de 2014

Otro amanecer (1937) Kay Francis la gran estrella olvidada

 

         Cuando mi amigo Luis Ramón Sánchez en sus estupendos post, publicados en el maravilloso grupo de Face “Cineastas amateurs”, nos trae el recuerdo de estrellas hoy lamentablemente olvidadas, me viene a la memoria uno de los casos más notorios. Una actriz que fue una auténtica estrella, compartiendo cartel con actores de la talla de Cary Grant, William Powell, George Brent y Errol Flynn y que protagonizó junto a Miriam Hopkins y Herbert Marshall, una de las comedias capitales en la historia del cine “Un ladrón en la alcoba” de Ernst Lubitsch.    
 
         En 1937 estaba en el punto crucial de su carrera. El momento en que estaba en su punto más álgido, desde el que se despeñaría para acabar en producciones de serie b. Todo se debió en gran parte al auge de estrellas nuevas como Bette Davis, y a su complicada relación con los estudios. Algo que venía padeciendo desde que comenzó su andadura en los estudios Astoria, donde la Paramount rodaba sus cintas en Nueva York. Una de esas cintas fue su debut y el de los Hermanos Marx ante las cámaras con “Los cuatro cocos”. Después de ser cedida una y otra vez a diferentes estudios, acabó firmando un contrato con la Warner, donde sería la actriz mejor pagada del estudio.
 
         En aquellos primeros años de la década de los treinta, Kay Francis con su espléndida figura era la musa de los mejores diseñadores de moda de Hollywood, con los que colaboraba estrechamente. Su fama iba en aumento, pese a las zancadillas que Warner Brothers le ponía, para que reconsiderara su salario. Pese a todo, el estudio transigió para que la actriz descansara después de que se iniciara el rodaje de la cinta a finales de septiembre de 1936. Unas vacaciones que la estrella pasó por Europa a lo largo del otoño e invierno.
 
         Cuando regresó al set de rodaje en febrero de 1937, había sucedido algo que cambiaría el devenir de la película. Concebida desde un principio como un vehículo para Francis, el resonante triunfo de la segunda película de Errol Flynn “La carga de la brigada ligera”, daría mayor protagonismo al actor australiano, modificando el final de la cinta, para que se quedara con la chica. Esta circunstancia hizo que la cinta tuviera una conclusión mucho más acorde con los estándares actuales, que las rígidas convenciones habitualmente usadas por el código moralista imperante y no cuento más, porque este blog huye en todo momento de spoiler.
 
         Lo cierto es que pese a la paralización del rodaje durante casi medio año, la cinta no se resintió en absoluto en su estructura. Algo que hay que agradecer principalmente al escritor Laird Doyle quién es el responsable de la historia (inspirada en un relato de Somerset Maugham “La mujer del embajador”) y el guión. Doyle falleció antes de que volviera a reanudarse el rodaje el 2 de noviembre de 1936, a causa de un accidente del avión que el mismo pilotaba.  Precisamente un aeroplano cruzando un fuerte enclavado en las exóticas tierras de Arabia, es el inicio de este filme, que se desarrolla desde un principio con gran agilidad, diálogos brillantes y coherencia en su desarrollo. El guionista pese a fallecer con tan sólo 29 años, nos dejó excelentes muestras de su talento en títulos como “Jimmie the gent” con James Cagney, “La que apostó su amor” protagonizada por Bette Davis y “Príncipe y mendigo” la anterior cinta de Errol Flynn.
 
         A los mandos de la nave, un capitán del talento de William Dieterle, dio muestras de un talento que aún hoy no es suficientemente reconocido. Dieterle que había comenzado de galán en su Alemania natal, interviniendo en películas remarcables como “El hombre de los muñecos de cera” de Paul Leni y “Fausto” de Murnau, se inició en el mundo de la dirección en 1923, emigrando a Estados Unidos al comenzar la década de los treinta, para dirigir versiones alemanas de las cintas de la Warner. Poco a poco fue ganando peso en el estudio, hasta el punto que su siguiente película “La vida de Emilio Zola” ganaría el oscar al mejor filme de 1937.
 
 
 
         Lo mismo que sucedió con Francis, “Another Dawn” cayó progresivamente en el olvido. Al igual que esta tubo un excelente rendimiento en la taquilla, consiguiendo más de un millón de dólares de beneficio. Por eso es de justicia reivindicar este filme más que estimable, con doble ambientación en casa de campo británica y exóticos parajes del desierto. Una magnífica partitura de Erich Wolfgang Korngold y una fantástica fotografía de Tony Gaudio, ambos junto a Errol Flynn y al estupendo actor secundario de gran vis cómica Herbert Mundin, coincidirían el año siguiente en “Las aventuras de Robin Hood”, una de las cintas más famosas de todos los tiempos. Hoy sin embargo nos quedamos, con esta estimulante película a caballo entre la comedia ligera, el melodrama y la aventura colonial, que os recomiendo efusivamente.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
     

jueves, 16 de octubre de 2014

Trece por docena (1950) Mr. Belvedere, padre de famila numerosa

         El día de nochebuena de 1951, se estrenó en la capital de España, esta comedia familiar realizada a mayor gloria de Clifton Webb. El actor estadounidense estaba en su máximo momento de popularidad tras encarnar al excéntrico Mister Belvedere. Realizada en medio de la trilogía del personaje: Niñera moderna (1948), Mister Belvedere estudiante (1949) y El genio se divierte (1951), en esta ocasión también interpretaba a un ser bastante peculiar.

         Un personaje que además no era fruto de la ficción, Frank Bunker Gilbreth fue un experto en eficiencia, sus investigaciones contribuyeron a aumentar la producción de las empresas, reduciendo el esfuerzo de los trabajadores. Hoy junto a su esposa Lillian siguen siendo reconocidos en su esfuerzo, pero la película que hoy nos ocupa nada tiene que ver con una biografía de esas que rodó la Warner en la década de los treinta interpretadas por Paul  Muni, o la cinta de Mervin LeRoy “Madame Curie” interpretada por los señores Minniver “Greer Garson y Walter Pidgeon”. A la que se parece y mucho es a una cinta rodada por Michael Curtiz titulada “Life with father” donde William Powell interpretaba a otro patriarca de numerosa familia, que administraba su hogar como si fuera una empresa.
 
         El éxito de esta cinta, fue la que impulsó a la Fox a producir este vehículo para Webb y así darle un personaje que se diferenciara algo del excéntrico Belvedere. Porque lo cierto es que el guion obra de Lamar Trotti, resalta la excentricidad del personaje, permitiendo al actor desarrollar su vis cómica en escenas como en la que filma la operación de amígdalas de todos sus hijos, o en la que acompaña al baile a su hija mayor, donde Webb se luce en sus dotes de bailarín, empeño en el que triunfó en Broadway en sus años mozos.
 
         Todas estas anécdotas proceden del libro escrito por dos de los hijos de Gilbreth: Frank y Ernestine. Publicado por primera vez en 1948 ha sido objeto de numerosas reediciones, en el que se mostraba el empeño del patriarca en llevar a cabo sus experimentos de eficacia con su propia familia. El estilo del relato, a base de simpáticas viñetas da un conjunto algo deslavazado al resultado final, lo mismo que sucedió al ser llevada al cine.
 
         Para interpretar a la esposa Lillian, se eligió a Mirna Loy, que por supuesto está perfecta en la piel de esta abnegada e inteligente mujer. Después de su arrolladora carrera en la década de los treinta, donde fue coronada como reina de Hollywood junto a su rey Clark Gable, tras consulta popular, había seguido en candelero tras la segunda guerra mundial, con títulos tan prestigiosos como “Los mejores años de nuestra vida” y refrescantes comedias del tino de “Los Blanding ya tienen casa”.
 
 
         El tercer papel más importante de la cinta, la mayor de las hijas Ann, recayó en Jeanne Crain, que llevaba siete años en la Fox desde que debutara con un pequeño papel en “Toda la banda está aquí”, colorido musical protagonizado por Carmen Miranda y dirigido por Busby Berkley. Además de ser la hermana buena en “El cielo la juzgue” y una de las tres esposas posibles destinatarias de una carta en la cinta de Mankiewicz, en su anterior filme había sido candidata al oscar a la mejor actriz por su dramático papel en “Pinky” de Elia Kazan. Nada que ver con el agradable rol de niña casadera que encarna en esta cinta.
 
 
         El personaje de Crain, al igual que el de Mirna Loy, aumentaría considerablemente en la secuela filmada dos años después “Bellezas por casar”, donde se contaban las experiencias de la familia Gilbreth tras el fallecimiento del padre y que usaba como base, el segundo libro de memorias publicadas por sus hijos en 1950. Cincuenta años después la Twenty Century Fox, volvió a utilizar el conocido título de “Cheaper by  the dozen” para una comedia interpretada por Steve Martin que tuvo su consabida segunda parte y que está a la espera de rodarse una más para cerrar la trilogía, cuya única coincidencia con las originales son las andanzas de un padre “algo especial” con una docena de chicos.
 
 
 
         Pero como dijera Moustache, el polifacético camarero de “Irma la dulce” esa es otra historia. Hoy tocaba hablar de esta amable comedia, interpretada por estupendos actores y dirigida por Walter Lang, un estimado artesano que había comenzado un cuarto de siglo antes su andadura como director. Vinculado desde mediados de la década de los treinta a la Fox, dirigió en su carrera a estrellas del estudio tan populares como Shirley Temple. Además de dirigir numerosos musicales para Betti Grable y Alice Fay, fue el responsable de dirigir “Niñera moderna” la cinta que convirtió en estrella a Clifton Webb. Aunque “Trece por docena” no sea tan hilarante como esta, creo que merece la pena verse, es hora y media de agradable entretenimiento familiar, en bello Technicolor ¿Acaso no es suficiente?.