De las grandes estrellas del
Hollywood clásico, una de las más olvidadas es Irene Dunne. Tremendamente popular durante los años treinta y buena
parte de los cuarenta del siglo pasado, hoy prácticamente nadie la recuerda.
Uno de los principales motivos a mi parecer es que de la mayoría de sus grandes
éxitos, posteriormente se hicieron versiones en color, que son las que han
quedado en la memoria de los aficionados al cine.
Así sucede con “Sublime obsesión” que en los años cincuenta volvería a rodar Douglas Sirk con Jane Wyman y Rock Hudson y “Tú y yo” que el propio McCarey retomaría con la glamurosa
pareja formada por Cary Grant y Deborah
Kerr. Uno de sus últimos éxitos es la película a la que va dedicada la
entrada de hoy y que también quedó eclipsada con el colorido musical de Rodgers
y Hammerstein protagonizada por un extrovertido Yul Brinner y una exquisita Deborah Kerr.
Si en el caso de Sublime obsesión y
Tú y yo, las diferencias entre ambas versiones son muy pequeñas, no sucede lo
mismo con este melodrama de John
Cromwell, cuyo enfoque es muy diferente del superficial musical dirigido
por Walter Lang. Basada en una
biografía de Margaret Landon que a
su vez recreaba los relatos de Anna
Leonowens, donde contaba su estancia como institutriz en la corte del Rey
de Siam, contó con un estupendo guion a cargo de dos brillantes escritores Talbot Jennings (Rebelión a bordo, Los
cuatro hijos de Katie Elder, La buena tierra) y Sally Benson (La sombra de una
duda, Cita en San Luis).
A quien no conozca sus filmes, sorprenderá
la elegante presencia de Irene Dunne quien encarna con convicción el papel de
la aguerrida institutriz. Otra de sus características era poseer una hermosa
voz de soprano, que le llevó a representar con éxito a Magnolia en el mítico
musical “Show boat”, lo que llamó la
atención de los directivos de la RKO. Posteriormente actuaría en la famosa
versión de James Whale fimada en
1936, otro título del cual se haría una nueva versión en color, igual que “Cimarrón” ganadora del oscar a la
mejor película y por la que recibió la primera de sus cinco nominaciones al
premio de la academia. De todos los actores con los que compartió cartel, su
preferido era Cary Grant junto al que brilló en “La pícara puritana”, “Mi mujer favorita” (que también tuvo su remake
en color con James Garner y Doris Day) y “Serenata nostálgica”.
Rex Harrison debutaba
en Hollywood después de una fructífera carrera en su Inglaterra natal. Con un
brillante bagaje tanto en las tablas como en el cine, afrontaba un papel
realmente complejo como lo fue el propio rey Mongkut, un hombre a caballo entre la tradición y la modernidad.
Pese a carecer de rasgos étnicos que le identificasen con el monarca, Harrison
es capaz de transmitirnos gracias a su extraordinaria interpretación los
matices precisos para hacérnoslo más cercano. Linda Darnell y Lee J. Coob también destacan en este hermoso
melodrama.
La película es fruto de una de las
etapas más brillantes de la Twenty Century Fox, que después de unos inicios en
los que emulaba a sus rivales MGM y Paramount, planteó unas producciones que
aunaban comercialidad con prestigio. Una política que desembocaría en la mítica
Eva al desnudo de Mankiewicz y que
fue posible en gran medida al gran productor Darryl F. Zanuck.
Dos días después de celebrarse el “Día
de la mujer trabajadora”, es de justicia recordar a Anna Leonowens como precursora
del pensamiento feminista. A ella y a todas las mujeres que hasta el día de hoy
siguen luchando por defender los derechos de la mujer, va dedicada esta humilde
entrada.
P.D. Desde la publicación de los dos relatos autobiográficos
de Leonowens y sus posteriores adaptaciones cinematográficas, los tailandeses
se han quejado de las inexactitudes históricas que contiene, algo por lo
general común a las novelas de evasión y a muchas pretendidamente históricas,
que no decir de las adaptaciones al cine y televisión.
Se ha elucubrado mucho sobre los orígenes y primeros años de
Leonowens, que ella apenas comentó a lo largo de su vida. Probablemente debido
a que su madre tenía sangre India, lo que le hubiera relegado en la clasista sociedad
victoriana.
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