La primera vez
que tuve la oportunidad de leer a Scott Fitzgerald, fue en una recopilación de
cuentos titulada “El precio fue demasiado alto”. En el prefacio el autor de la
compilación, afirmaba que el exceso de producción de relatos, para mantener su
tren de vida, había terminado por minar al talentoso escritor. El y su esposa
fueron dos glamurosos personajes cuya fama excedía el ámbito de la literatura. El
matrimonio Fitzgerald era una auténtica celebridad en aquel París de los años
veinte, igual que Oscar Wilde había epatado a la sociedad europea a finales del
siglo XIX.
Todo eso se
rompió cuando Zelda tuvo que ser internada en un hospital psiquiátrico y el
mundo de Scott se desmoronó. Urgido por los problemas económicos marchó a
Hollywood donde podría ganar dinero como guionista. Es en ese preciso momento
de su vida, cuando mermadas sus capacidades por su adicción al alcohol, entra
en escena Sheilah Graham, una
escritora inglesa especializada en difundir chismes sobre los famosos.
Aquí comenzaría
la acción de la película de Henry King, un director que estaba al final de su
carrera que terminaría con la figura de Fitzgerald. Aquí contaba su vida y en
su siguiente y último trabajo adaptaría una de sus mejores novelas “Suave es la noche”. La acuciante
necesidad de fondos por parte del escritor le hizo vender casi inmediatamente
los derechos de sus novelas y relatos al medio cinematográfico. Ya en 1926 solo
un año después de publicada, Paramount produjo la primera versión de “El gran Gatsby” con Warner Baxter como
protagonista. Uno de los más famosos filmes perdidos.
Pese a todo
este pórtico glosando la vida de Scott Fitzgerald, lo cierto es que “Días sin
vida” es en esencia un melodrama romántico, género donde se había especializado
Jerry Wald. El productor que había
comenzado con duras cintas al servicio de
Bogart, Cagney y Bette Davis durante
su estancia en la Warner, había tenido sus más aclamados éxitos produciendo una
serie de brillantes melodramas en Technicolor y Cinemascope en la Twenty
Century Fox. Con libertad total por parte del estudio, sus películas entre
ellas títulos tan famosos como “Tu y yo”
y “Vidas borrascosas” eran la respuesta de la Fox a los melodramas que realizaba
en Universal el genial Douglas Sirk.
Esta apuesta
decididamente sentimental, hizo que el proyecto pasara de puntillas, por la actividad
creativa de Fitzgerald, centrándose como he dicho en la relación sentimental
entre Graham y el afamado escritor. Para encabezar el reparto se eligió a dos
de los actores más famosos del momento, obviando el nulo parecido físico con
los personajes reales. Lo cierto es que tanto Gregory Peck como Deborah Kerr están muy convincentes en sus
respectivos papeles. Tanto en las escenas más relajadas, bordeando la comedia,
como en las más dramáticas originadas por las crisis alcohólicas de Scott,
ambos mantienen su nivel. Peck incluso está muy gracioso, cuando empieza a
lanzar su verborrea de borracho y Kerr luce espléndida en las luminosas escenas
de la playa de Malibú.
Eddy Albert raya a gran altura en el
papel de Bob Carter, un remedo del personaje real Robert Benchley, estilizado escritor humorístico que alcanzó cierta
fama con sus cortos de Como….(Como comportarse, Como pasear un perro, Como
dormir) que se han convertido en clásicos. En el filme intenta mostrar una
manera muy especial de como abrir una lata. Albert ya había coincidido con Peck
en una de sus películas más exitosas “Vacaciones
en Roma” donde interpretaba a Irving Radovich su inseparable amigo
fotógrafo.
La excelsa
fotografía de Leon Shamroy junto a
la brillante partitura de Franz Waxman,
contribuyen al impecable acabado del filme. Un hermoso melodrama que se ve con
agrado, ideal para las calurosas tardes de estío.
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