Hay películas que convierten a un
actor en “estrella” y sin duda “El demonio y la carne” es la cinta que
convirtió en estrella a la divina “Greta
Garbo”, la más enigmática y sofisticada de cuantas criaturas habitaron el
celuloide. La actriz sueca que ya había aparecido en dos títulos inspirados en
sendas novelas del valenciano Blasco
Ibañez, para su tercera película norteamericana cambiaba de autor pero no
de personaje, la vampiresa, esa mujer fatal que es la perdición de los hombres.
Unos rasgos que en cada filme se
habían acentuado. Si peligrosa pudiera ser como la otrora famosa soprano
Leonora de “El torrente” y suscitar
pasiones desbordantes con la Elena de “La
tierra de todos” el personaje de Felicitas, superaba con mucho en maldad a
los anteriores. Cuando leyó el papel justo al final del rodaje de su segundo
filme, se negó en redondo a interpretarlo.
La película que iba a consagrar a
Garbo, era un vehículo a mayor gloria de John Gilbert, quien es el auténtico
protagonista de este melodrama. Gilbert en ese momento era la estrella
principal del estudio, tras el colosal éxito de “El gran desfile”. En poco más de dos años había pasado de su
condición de ídolo de “matinees” en la Fox, al estatus de gran estrella en el
nuevo gigante de Hollywood “Metro Goldwyn Mayer”. Precisamente Louis B. Mayer,
con el que luego tendría un gran enfrentamiento y al que muchos acusan de ser
la causa de su posterior declive, fue quién le dio la oportunidad de dar un
salto de calidad, al contratarlo en su pequeña pero prestigiosa compañía y ser
dirigido por un gran director como era King
Vidor. De la mano de Vidor había aparecido en sus tres últimos títulos, el
mencionado “Gran desfile”, “Vida bohemia”
basada en la sentimental ópera de Puccini con Lillian Gish y una divertida cinta de aventuras basada en una
novela de Sabatini “El caballero del
amor”.
Nadie parecía entender la negativa de
la actriz sueca a intervenir en un filme con la mayor de sus estrellas. De nada
sirvieron las palabras de Mayer y Thalberg para convencerla. Tuvo que ser su
abogado personal, que le informó de las desastrosas consecuencias que
supondrían incumplir su contrato, el que consiguiera que Garbo finalmente
apareciera en el plató el 17 de Agosto de 1926. Allí se vieron por primera vez
Garbo y Gilbert, que se presentó personalmente a la actriz a sugerencia del
director Clarence Brown. Todos los
que estaban en el set pudieron comprobar el amor a primera vista que surgió
entre ambos. Una pasión que su hábil director supe explotar en beneficio del
filme.
Brown tenía ya una sólida reputación
como realizador habiendo dirigido a estrellas tan famosas como Ronald Coldman, Norma Taldmage y Rodolfo
Valentino. Aquí empezaba su relación con MGM, donde tendría una larga y fructífera
carrera hasta su retiro en 1953 con “La
nave del destino”. Su tacto fue esencial para lograr la mejor actuación hasta
ese momento de Greta Garbo, dispensándola toda la atención necesaria, para que ella
pudiera sentirse a gusto durante el rodaje. El junto al operador William Daniels, lograron forjar la
imagen de Garbo de forma definitiva. Pese a ser dirigida por directores de la
talla de Sjöström, Cukor, Maomulian y Lubitsch,
fue con el director de Massachusetts, con el que se sintió más cómoda y más
veces coincidió.
Famosa por las escenas de amor de la
glamurosa pareja, la película es ante todo un canto a la camaradería masculina,
que se ve truncada por la aparición de la devastadora Felicitas. Así al menos
redujo el argumento Benjamin Glazer,
de la novela “Es War” de 1894. Su
autor Hermann Sudermann, fue muy
popular en la primera mitad del siglo veinte, dando abundante material al cine,
como muestra diremos que uno de sus relatos localizados en su Lituania natal, fue
la inspiración para la mítica “Amanecer”
de Murnau. Esa zona de la actual Lituania, pertenecía en otros tiempos a
Prusia, un ambiente militar y aristocrático que está magníficamente recreado
gracias a los decorados de Cedric
Gibbons y Fredric Hope.
Ayer después de muchos años volví a
ver esta estupenda película, que además de los valores antes apuntados, cuenta
con la excelente interpretación de Lars Hanson,
un actor sueco que tuvo una breve pero exitosa carrera en Norteamérica con
títulos tan memorables como “La letra
escarlata” y “El viento” junto a Lillian Gish y la desgraciadamente perdida
(tan sólo se hallaron nueve minutos) “La
mujer divina” con Garbo. Un inolvidable melodrama que merece la pena
descubrir, perfecto ejemplo de la maestría que había alcanzado el cine mudo,
poco antes de desaparecer.
P.D. Para satisfacer a las audiencias menos sofisticadas del
medio oeste se filmó un final más extenso del que abominaba su director.
La versión que suele visionarse actualmente cuenta con el
maravilloso acompañamiento de la partitura compuesta por el gran Carl Davis, que realza el romanticismo
del filme.
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