Tenía curiosidad por ver este filme,
ya que con la excepción de “Mata Hari”, no había visto ninguna película sonora
de Ramón Novarro. A diferencia de
otras muchas estrellas del periodo silente, la carrera del astro mexicano
todavía estuvo un lustro en la cresta de la ola. Es probable que su frágil
aspecto y su interpretación demasiado extrovertida, no casaran bien con los
oscuros días de la depresión, además que la irrupción de nuevos actores, muchos
de los cuales han quedado como iconos del cine, fueran una competencia
demasiado fuerte para él. No obstante sus aproximadamente catorce años de
carrera en lo más alto, ya los firmarían muchos otros actores que apenas
tuvieron un instante de gloria.
Lo cierto es que “El gato y el violín”,
basada en la opereta homónima de Jerome
Kern y Otto A. Harbach estrenada tres años antes, es una dinámica opereta
que compite e incluso supera a la mayoría de las cintas de igual signo
estrenadas a comienzos de los años treinta. Tan solo las interpretadas por el
dúo Chevalier-McDonald dirigidas por
directores de la talla de Lubitsch,
Cukor y Maoumulian la superan en calidad.
Precisamente con este título, Jeanette McDonald comenzaba su gloriosa
etapa en Metro Goldwyn Mayer. Después de haber terminado su segundo contrato
con Paramount, McDonald coincidió durante un viaje por el continente europeo
con Irving Thalberg y su esposa Norma Shearer. El brillante productor,
consiguió que Jeanette se mudara a los estudios de Culver City, con el fin de
ampliar la nómina de artistas musicales, un género que en aquel momento
lideraba Warner Brothers.
De la dirección se encargó William K. Howard, un brillante
cineasta que desgraciadamente no a merecido el reconocimiento a su obra.
Forjado en los western durante la etapa muda, fue en los primeros años del cine
hablado donde alcanzó el cenit de su maestría, siendo uno de los primeros
realizadores en utilizar la técnica del flash back en varios de esos filmes. Su
última película con Fox “Poder y gloria”
protagonizada por Spencer Tracy y
con guion original de Preston Sturges,
es considerada hoy por los historiadores como un claro precedente de la
innovadora “Ciudadano Kane” de Welles.
Sus problemas con el alcoholismo le
hicieron derivar por varios estudios de Hollywood hasta recalar en Inglaterra,
donde filmó la apreciable “Fire over
England” famosa sobre todo por emparejar por primera vez a Laurence Olivier y Vivien Leigh. Pese a
que “El gato y el violín” no deja de
ser una opereta convencional, con todo lo que eso conlleva, no impide el que
podamos disfrutar de un imaginativo uso de la cámara, ayudando a la fluidez del
relato.
Hay otros dos elementos de la
película que cabe resaltar, uno de ellos es que cuando se realizó el “Codigo
Hays” no había cobrado en vigencia. De otro modo hubiera sido imposible que los
protagonistas convivieran juntos sin estar casados y como en una divertida
escena casi al final de la cinta, Jeanette McDonald se cambia de ropa sin pudor
alguno, delante de sus dos pretendientes. El segundo elemento y es el motivo
por lo que actualmente se recuerda la cinta es por ser la primera de imagen
real que utilizó el definitivo procedimiento a tres bandas de Technicolor en la última escena de la
película. Resulta irónico que fuera Ramón Novarro, una estrella en declive que
pronto cedería su puesto, fuera el primer actor fotografiado en tan novedosa
técnica.
Una vez apuntado todo esto, tan sólo
me queda decir que he pasado hora y media muy divertida. La estupenda e irreal
ambientación europea de la película, el magnífico vestuario de Adrian, la convincente actuación de Frank Morgan como tercero en discordia,
y la simpática actuación de sus protagonistas, cantando estupendamente la
hermosa partitura de Jerome Kern, logran un estupendo espectáculo, que merece
ser conocido.
P.D. Quisiera también recordar al imperturbable Charles Butterworth, magnífico actor
secundario que aquí interpreta a un excéntrico personaje cuya máxima aspiración
es tocar el arpa. Butterworth ya había coincidido con Jeanette McDonald en “Ámame esta noche”.
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