Las películas
con los llamados “niños prodigio” resultan de lo más empalagoso. Si hablamos de
cine español, los gorgoritos de Marisol y Joselito, pueden hacer perder los
nervios al más templado.
El niño del que os vengo a
hablar, ni canta, ni baila, ni habla…ya que era la brillante actriz radiofónica
Matilde Vilariño quien lo doblaba, ni es guapo o capaz de hacer habilidades
impropias de su edad. Simplemente le quiere la cámara, transmite una naturalidad
que muy pocas veces he visto en la pantalla.
En algo tuvo que ayudar, el que estuviera
detrás de las cámaras un cineasta de la talla de Ladislao Vajda, exiliado húngaro que rodó en nuestro país un
puñado de obras maestras. Tras el éxito internacional de “Marcelino pan y vino”
que convirtió a Pablito Calvo en todo un
icono de la época, empezaron a rodar una cinta de corte neorrealista titulada
“Mi tío Jacinto”.
Antonio Vico, prestigioso actor
teatral que desgraciadamente se prodigó muy poco en la pantalla grande, es
Jacinto un auténtico despojo de la sociedad. Antiguo banderillero, se ha
convertido en un alcohólico embrutecido. Malvive junto a un pequeño sobrino en
la más absoluta pobreza, incapaz de enfrentarse a la vida. Tan solo el cariño y el empeño del pequeño Pepote,
lograrán devolverle la dignidad perdida.
Fiel pintura
de un Madrid, que en nada se parece al de “Las chicas de la cruz roja”. Niños
recogiendo colillas, pícaros explotando a la infancia, arrabales depauperados,
escasez de productos. Un mundo gris en el que nuestros peculiares héroes,
buscan encontrar un camino a la esperanza.
Mucha crueldad
y un poco de ternura, en este agridulce recorrido por la trastienda de la gran
ciudad, os doy mi palabra que esta vez la película con niño, merece la pena.
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