Para muchos
Harold Lloyd es uno de los mejores
cómicos del cine mudo. Sé que lo que voy a decir puede levantar ampollas, pero
para mí es el mejor. Perdón por la rotundidad de la afirmación, pero el que
suscribe, después de haber visto todos los largometrajes de Chaplin, Keaton y
Lloyd, además de buena parte de sus cortos, con ninguno he disfrutado tanto,
como con el cómico de las gafas de concha.
Me imagino que
la mayoría conoceréis “El hombre mosca”,
al menos la famosa escena en que escala un edificio, sin duda la imagen
con la que Harold ha pasado a la historia del cine. Pero no siempre lo más
conocido es lo mejor, por lo que mi propuesta de hoy, es este filme ambientado
en el salvaje oeste y que supuso su penúltima película muda. ¿Muda? Sé que a algunos
esta palabra de cuatro letras, les echa para atrás. Os puedo asegurar que hay
pelis mudas mucho más divertidas que
algunas rodadas en 3D y tecnología digital. Esta es una de ellas.
El argumento
por supuesto, no es lo más original del mundo. Desde David y Goliat el
enfrentamiento entre la fuerza bruta y el ingenio ha sido un tema recurrente.
En este caso la rivalidad existe en el seno de una misma familia, donde el
sheriff local se enorgullece de sus dos hijos mayores, fornidos y rudos, despreciando al endeble
pequeño, al que por supuesto encarna Harold. Todo el mundo se ríe de él, hasta
que el amor de una forastera y la situación desesperada de su padre, acusado de
robar a la comunidad, logrará que su actitud cambie, demostrando a toda la
comunidad su valía.
Yo diría que
la auto-superación, es el principal tema de la película. Teniendo confianza en
nosotros mismos, somos capaces de alcanzar cotas, que nos pueden parecer tan
elevadas como el rascacielos que escalaba en su filme más popular.
La película contiene
muchos de los mejores gags de Harold Lloyd, mientras que el retrato de los personajes
está muy bien definido, destacando a Jobyna Ralston que encarna a la chica del
protagonista.
Disfrutad de
esta gozosa comedia y no le tengáis miedo al cine llamado mudo, al fin y al
cabo, nos pasamos el día escuchando demasiadas tonterías.
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