miércoles, 9 de octubre de 2013

El pan y el perdón (1936) Una ONG gastronómica


El único fin de este Blog, es intentar transmitiros mi pasión por el cine clásico. No pretendo trasladaros farragosos datos que por otro lado es muy sencillo encontrarlos en la red, sólo aspiro a contaros  lo entretenidas que pueden resultar y en algunos casos los valores que nos aportan.

La película que pretendo que conozcáis  se llama El pan y el perdón;  un título que resume bastante bien la sinopsis del filme,  aunque su auténtico nombre “La femme du boulanger” (La mujer del panadero) no se le parece en nada, cosa bastante habitual en la época.

Para muchos,  si os hablo de Marcel Pagnol,  su nombre probablemente os suene a chino, ya que su figura no está precisamente de rabiosa actualidad. Pues os diré que en los años treinta su nombre en Francia era tan famoso como el de Rene Clair y desde luego mucho más conocido que el de Jean Renoir, dos tótem del cine clásico galo. Ya era un autor popular de teatro cuando atraído por las nuevas películas habladas, decide primero  producir y finalmente dirigir sus creaciones, de tal forma que abandona las bambalinas del teatro,  por un estudio en La Provenza,  donde las rueda con total libertad creativa.

Pero volvamos a la película que al fin y al cabo es lo que os interesa. Yo la definiría como una comedia popular que se desarrolla en la Francia meridional, una comunidad rural bastante aislada que recibe con alborozo la llegada de  un nuevo panadero. Todos están encantados con el pan que les dispensa. El panadero al que interpreta Ramiu,  actor fetiche de Pagnol, está completamente fascinado por su joven esposa, el pan sabe tan bueno porque él está enamorado.

El conflicto surge cuando ella decide huir con un hombre mucho más joven.  En principio el panadero pretende ignorarlo, más cuando se enfrenta a la realidad, primero se emborracha, cayendo en un estado de abatimiento que le impide hacer más pan.

Ante tan drástica decisión todo el pueblo se moviliza. Desde la antagónica dupla que representan el maestro y el cura hasta la más rancia nobleza, todo por un común empeño, poder seguir disfrutando del maravilloso pan.

En un principio la iniciativa tiene su germen en el egoísmo, mas poco a poco irán descubriendo la calidad humana del rústico panadero y comprenderán como ayudando a los demás empieza a aflorar lo mejor que hay en ellos.

Pese a esta sinopsis, no temáis que la película sea cursi o blandita. Sus personajes tienen bondad interior, pero no se halla a flor de piel, tenemos que rascar y bien su áspera cobertura. Ni el sacerdote es el piadoso Padre Flanagan que encarnaba Spencer Tracy, ni el maestro se parece al Fernán Gómez de la lengua de las mariposas. En cuanto al aristócrata ni por asomo se asemeja a los habitantes de Downton Abbey.

Os invito a un viaje en el tiempo por esa Francia profunda, pasareis un rato francamente divertido y creo que llegará a conmoveros su moderno y alucinante final que prefiero descubráis por vosotros mismos.

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