El único fin
de este Blog, es intentar transmitiros mi pasión por el cine clásico. No
pretendo trasladaros farragosos datos que por otro lado es muy sencillo
encontrarlos en la red, sólo aspiro a contaros
lo entretenidas que pueden resultar y en algunos casos los valores que
nos aportan.
La película
que pretendo que conozcáis se llama El
pan y el perdón; un título que resume
bastante bien la sinopsis del filme,
aunque su auténtico nombre “La femme du boulanger” (La mujer del
panadero) no se le parece en nada, cosa bastante habitual en la época.
Para muchos, si os hablo de Marcel Pagnol, su nombre probablemente os suene a chino, ya
que su figura no está precisamente de rabiosa actualidad. Pues os diré que en
los años treinta su nombre en Francia era tan famoso como el de Rene Clair y
desde luego mucho más conocido que el de Jean Renoir, dos tótem del cine
clásico galo. Ya era un autor popular de teatro cuando atraído por las nuevas
películas habladas, decide primero
producir y finalmente dirigir sus creaciones, de tal forma que abandona
las bambalinas del teatro, por un
estudio en La Provenza, donde las rueda
con total libertad creativa.
Pero volvamos
a la película que al fin y al cabo es lo que os interesa. Yo la definiría como
una comedia popular que se desarrolla en la Francia meridional, una comunidad
rural bastante aislada que recibe con alborozo la llegada de un nuevo panadero. Todos están encantados con
el pan que les dispensa. El panadero al que interpreta Ramiu, actor fetiche de Pagnol, está completamente
fascinado por su joven esposa, el pan sabe tan bueno porque él está enamorado.
El conflicto
surge cuando ella decide huir con un hombre mucho más joven. En principio el panadero pretende ignorarlo,
más cuando se enfrenta a la realidad, primero se emborracha, cayendo en un
estado de abatimiento que le impide hacer más pan.
Ante tan
drástica decisión todo el pueblo se moviliza. Desde la antagónica dupla que
representan el maestro y el cura hasta la más rancia nobleza, todo por un común
empeño, poder seguir disfrutando del maravilloso pan.
En un
principio la iniciativa tiene su germen en el egoísmo, mas poco a poco irán
descubriendo la calidad humana del rústico panadero y comprenderán como
ayudando a los demás empieza a aflorar lo mejor que hay en ellos.
Pese a esta
sinopsis, no temáis que la película sea cursi o blandita. Sus personajes tienen
bondad interior, pero no se halla a flor de piel, tenemos que rascar y bien su
áspera cobertura. Ni el sacerdote es el piadoso Padre Flanagan que encarnaba
Spencer Tracy, ni el maestro se parece al Fernán Gómez de la lengua de las
mariposas. En cuanto al aristócrata ni por asomo se asemeja a los habitantes de
Downton Abbey.
Os invito a un
viaje en el tiempo por esa Francia profunda, pasareis un rato francamente
divertido y creo que llegará a conmoveros su moderno y alucinante final que
prefiero descubráis por vosotros mismos.
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