Vicky Baum es
un claro exponente de toda una generación de escritores que después de gozar de
amplia fama durante el pasado siglo, a comienzos de los años setenta fueron
desapareciendo de forma gradual de las librerías, hasta llegar a ser a día de
hoy, perfectos desconocidos para la inmensa mayoría del público.
Una heterogénea lista en la que podíamos
incluir a Pearl S. Buck, Sinclair Lewis,
Somerset Maugham, o Stefan Zweig por
solo mencionar algunos de los más célebres. Una literatura en la mayor parte de
los casos que unía su aparente sencillez, a una calidad que ya quisieran tener
muchos best-seller contemporáneos.
Austríaca de origen judío, Baum fue
una mujer dotada de gran talento para el arte. Magnífica solista de arpa, que
le llevó a la prestigiosa Filarmónica de Viena, donde era el único elemento
femenino, se dedicó tras su segundo
matrimonio con un director de orquesta, a otra de sus grandes aficiones,
la escritura. Pese al desdén con que la trataron frecuentemente los críticos, a
lo largo de la década de los veinte, se convirtió en una de las escritoras más
populares dentro del ámbito germano. Ya en 1928 la novela "Helene Willfur, estudiante de química" había sido
traducida al inglés cosechando un gran éxito.
El 31 de marzo de 1929, apareció la
primera entrega de su nueva novela “Menschen Im Hotel”, en las páginas del
popular Berliner Illustrirte Zeitung.
Propiedad de la editorial “Ullstein”
editora de Baum desde sus inicios, era el perfecto trampolín desde el que
lanzar sus creaciones. Con una tirada que rozaba los dos millones de
ejemplares, tan solo los magazines norteamericanos la superaban en número.
El gran éxito alcanzado le lleva al
teatro de Max Reinhard, que en enero
de 1930, con una novedosa puesta en escena en forma circular, pone en pie la
obra bajo la dirección de Gustav
Grundgens, controvertido actor y director teatral que inspiró al
protagonista de la novela Mephisto de
Klaus Mann. Mientras tanto la novela es traducida a los principales idiomas
y su autora decide visitar los Estados Unidos, invitada por su editor en aquel
país.
Para entonces el avispado Irving Thalberg ha comprado los
derechos de la obra que ya ha sido puesto en escena en Broadway el 13 de
noviembre de 1930, alcanzando las 459 representaciones. Ahora solo resta
convertirla en película, para lo que utilizará a William A. Drake que ya había escrito la adaptación teatral
norteamericana y a Béla Balázs para
escribir el guión. La novela que recreaba la vida de seis personajes de
condiciones sociales diferentes, era ideal para el proyecto multiestelar que
tenía en mente la MGM.
Hasta entonces, era norma general,
que las estrellas principales del estudio aparecieran en títulos donde eran
apoyados por otros en forma secundaria. Gran Hotel, suponía reunir a los más
populares actores de la Metro, en una producción que crearía expectación desde
su misma génesis. En mayor o menor grado, los artistas principales eran
reconocidos por el gran público, en un reparto que encabezaba la divina Greta Garbo. Su personaje de la
hastiada bailarina Grusinkaya, inspirada en la mítica Paulova, le distanciaba
de su habitual rol de vampiresa. Fue en este filme donde pronunció por primera
vez su mítica frase “Quiero estar sola”.
Su paternaire en la obra, un Barón
arruinado que sobrevive como ladrón de joyas, era interpretado por John Barrymore. Galán durante los locos
años veinte, todavía mantenía su popularidad gracias al éxito creando al
siniestro Svengali. Su hermano
Lionel, por el contrario se consolidaría en el nuevo medio, dando una de las
mejores actuaciones de la cinta como el entrañable Kringelein, un empleado
desahuciado que decide pasar sus últimos días en el ambiente lujoso que su
condición social le había privado. Su jefe, el despótico Preisyng, está
magníficamente encarnado por Wallace
Beery. Beery estaba en la cúspide de su carrera tras protagonizar “El campeón” junto a Jackie Cooper. Su
secretaria es la bella Joan Crawford,
que tras encandilar a las plateas encarnando a la perfección a desinhibidas
“Flapper”, había comenzado la década de los treinta siendo uno de los valores
más seguros de MGM. Por último el siempre excelente Lewis Stone, en su papel de doctor del hotel, era el hilo conductor
de las diferentes historias que constituían el relato.
La decoración Art-Decó con que Cedric Gibbons recrea el Gran Hotel, es
otro de los motivos por los que este filme es memorable. La dirigió Edmund
Goulding: actor, músico, guionista y ante todo director, este polifacético
creador requiere una revisión de su obra, que posee títulos tan celebrados como Amarga victoria y La solterona a la
mayor gloria de Bette Davis y dos de
las mejores cintas de Tyrone Power “El
filo de la navaja y El callejón de las almas perdidas”.
La gente viene, la gente va, nunca
pasa nada…repite como un mantra el alcoholizado Doctor Otternschlag. Pero no es cierto, pasan muchas
cosas y es un placer descubrirlas. Si tenéis tiempo para leer la novela de
Baum, os aseguro que merece la pena, sino ver esta maravillosa cinta que pese a
que han transcurrido más de ochenta años de su realización, sigue cautivando a
los espectadores.
P.D. Trece
años después MGM repetiría la fórmula con “Fin de semana” localizado en el
Waldorf Astoria, con un reparto que incluía a Ginger Rogers, Walter Pidgeon,
Lana Turner y Van Johnson. Por supuesto también estaba la orquesta de Xavier
Cugat.
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