viernes, 7 de noviembre de 2014

El arca de Noé (1928) "Noah's Ark". Un diluvio como Dios manda.

 

         El 6 de junio de 1926, llegaba a Nueva York un director húngaro que sería fundamental en la historia del cine. No era un novato, llevaba ya catorce años realizando películas, primero en su país natal y desde 1919 en Austria, donde sus producciones, especialmente dos epopeyas bíblicas “Sodoma y Gomorra” y “Die Sklavenkönigin” conocida en Estados Unidos como “Moon of Israel, habían llamado la atención de la Warner, quién deseaba un nuevo Cecil B. DeMille para su estudio. Su nombre era   Manó Kertész Kaminer y después de haber adoptado otros nombres menos complicados, al llegar a Hollywood sería conocido como Michael Curtiz.

 
 
         Ya en la entrevista que mantuvieron en París, Harry Warner y Curtiz, el tema de “El arca de Noé” había estado encima del tapete, pero antes de enfrentarse a este reto, Harry lo puso a trabajar en “El tercer grado” un melodrama policial con ambiente circense basado en una obra teatral escrita en 1908 por Charles Klein, previamente llevada al cine en 1913 y 1919. El magnífico uso que hace de la cámara, especialmente en las escenas circenses, le gana el respeto de la crítica y del propio estudio.
         Warner Brothers lleva pocos años en la élite de Hollywood, formada en 1918, se halla en una carrera de fondo, compitiendo en prestigio y éxito, con la todopoderosa Paramount y la nueva pero resplandeciente MGM. Por eso en 1924 habían firmado al carismático galán John Barrymore y al director Ernst Lubitsch. Mientras el apolíneo actor si compensó a Warner con sus actuaciones, las películas dirigidas por Lubitsch, no acabaron por atraer al suficiente número de público que pudiera compensar los elevados costes de producción. Tras realizar cuatro filmes, no se renovó su contrato y se buscó en Curtiz, al hombre que pudiera aunar prestigio y comercialidad.
 
         En una plantilla de directores que no estaba sobrada de brillantez, la habilidad del cineasta húngaro, rápidamente sobresalió. Después de su debut, Curtiz realizó otros tres filmes,  hasta “Tenderloin” su primera cinta con diálogos. Una nueva experiencia que Warner había propiciado con “El cantante de Jazz”, logrando un éxito sin precedente. Es posible que a las audiencias modernas, les despisten estas películas semi-habladas, pero el complicado proceso de transición al sonoro, donde la cámara se mantenía estática, propició que en un principio se utilizaran de una manera parcial, dejando las imágenes de acción con una partitura sincronizada.
         Con este método se filmó asimismo “El arca de Noé”, la más ambiciosa de las producciones hasta el momento realizada por Warner. Con un presupuesto de un millón de dólares,  muy por encima de lo habitual en el estudio, pretendía rivalizar con otros grandes espectáculos y a decir verdad que lo logró. Una empresa destinada al tiránico director cuyos malos modos, tanto con el personal técnico, como con los extras, pronto se hicieron famosos. Si autoritario era DeMille, que decir de Curtiz, quién se negaba a parar el rodaje hasta para comer. Su gran capacidad de trabajo, no obstante le dejaba tiempo para tener numerosas aventuras amorosas con actrices principiantes.
 
 
 
         Para protagonizar una película de tal magnitud, el estudio colocó a Dolores Costello, esposa de  John Barrymore y primera dama de la Warner. Costello ya había coincidido con Curtiz en tres de sus primeras cinco películas rodadas en Hollywood. En su primera película americana (El tercer grado) y en su anterior proyecto “Tenderloin” con “A million bild” entre medias. También dirigió a la hermana de Dolores, Helene, en “Goodtime Charley” donde encabezaba el reparto Warner Oland, el villano de uno de los filmes más populares de Dolores Costello “Orgullo de raza”. (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2013/11/orgullo-de-raza-1927-en-el-viejo-san.html).
 
         Su paternaire George O´Brian fue cedido por la Fox, donde había intervenido en dos cintas tan importantes como “El caballo de hierro” y “Tres hombres malos” (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2014/05/tres-hombres-malos-1926-las-apariencias.html) de John Ford, aunque su papel más recordado fuera quizás en “Amanecer” de Murnau.  Un actor que era más un atleta que un intérprete, dotado de un imponente físico, contrastaba con la delicadeza de Dolores Costello, quién al lado de Curtiz había mejorado su ya depurada técnica interpretativa.
 
         Completaban el elenco, Noah Beery el malvado de la función, Mirna Loy y el simpático Guinn 'Big Boy' Williams, prolífico secundario que terminaría su carrera como Curtiz con el western “Los comancheros”. El tono grave lo ponía Paul McAllister , en el doble papel de ministro protestante y Noé. Un desempeño dual que comparte buena parte del reparto ya que “El arca de Noé” presenta dos historias, una contemporánea que comienza el día en que se declara la gran guerra de 1914, siendo la otra el episodio bíblico del libro de Génesis.
 
         Esta combinación de historias, tiene su precedente en “Intolerancia” donde Griffith enlazaba varias historias, una fórmula luego simplificada siendo “Los diez mandamientos” de DeMille la más popular de todas, pero que Curtiz ya había empleado en “Sodoma y Gomorra” un año antes en 1922. El argumento fue escrito por Darryl F. Zanuck, un joven de Nebraska que llegaría a ser un gran productor en los años dorados de la Twenty Century Fox, y que hasta el momento había escalado peldaños dentro de la Warner, desde que empezara escribiendo bajo pseudónimo guiones para las películas del famoso can Rin-Tin-Tín. En esta ocasión Zanuck escribió un alegato pacifista, donde los protagonistas son dos jóvenes americanos de viaje por Europa y una bailarina de cabaret alemana, cuando surja una situación límite que no deseo desvelar, un ministro protestante evocará la historia bíblica del diluvio universal. Será en esta narración donde Zanuck se tomará todo tipo de licencias, extrayendo situaciones de otros lugares de la biblia, como cuando el hijo de Noé, Jafet, es condenado a tirar de una piedra de molino, con sus ojos cegados, al igual que Sansón, o que Dios se aparezca a Noé en forma de zarza ardiente y luego le dé la orden de construir el arca en unas tablas como las de Moisés.
 
 

 
         Los magníficos decorados de la cinta, fueron diseñados por Anton Grot, un reputado director artístico que ya había trabajado en producciones importantes con Douglas Fairbanks y Cecil B. DeMille. Cuando estaba en plantilla de la empresa First National, esta fue absorbida por Warner, siendo este su primer trabajo para el estudio donde continuaría toda su carrera. Otro punto fuerte fueron los magníficos efectos especiales, siendo claro está el más destacado el descomunal diluvio que se cierne sobre la ciudad caldea y sus numerosos habitantes. El cámara Hal Morh, alertó a Curtiz sobre lo peligroso que era el plan de rodaje para los extras, pero este no tenía la más mínima idea de cambiar su planificación, así que Morh dejo la película siendo reemplazado por Barney McGill.
 
 
 
         Michael Curtiz deseaba que la escena fuera retratada con el mayor realismo. En la primera versión de “Los diez mandamientos” rodada por DeMille, en la escena en que las aguas ahogaban a las tropas de Faraón, se habían utilizado muñecos, empañando la acción culminante de la película. Curtiz no estaba dispuesto a que le pasara lo mismo y  no le importó que una tremenda tromba de agua, cayera sobre los actores que pululaban sobre el inmenso set. Luego se ha dicho, que a consecuencia de esto, tres personas perecieron ahogadas, que a un extra tuvo que amputársele la pierna, que Dolores Costello contrajo una fuerte neumonía y un rosario similar de catástrofes. Lo cierto es que los últimos biógrafos de Curtiz, han intentado encontrar pruebas fehacientes de estas afirmaciones, sin hallar ninguna, por lo que quizás no debería dárselas tan alegremente por ciertas.
 
         Lo único cierto es que el impasible y cruel trabajo de Curtiz, dio como resultado uno de los momentos más impactantes rodados en el cine hasta la fecha. Una maestría que se refleja a lo largo de toda la película, donde con brillantes imágenes nos narra la primera analogía que la cinta demuestra, el culto al becerro de oro, mostrando a los antiguos sosteniendo las joyas del preciado metal, que encadena magistralmente con las delgadas tiras de papel de la cotización bursátil. Las secuencias de acción están magníficamente rodadas y las escenas dialogadas que corresponden a los momentos más íntimos, no desentonan. Eso es al menos lo que conocemos de la película que tras estrenarse con una duración de 135 minutos, se decidió expurgar en una media hora. Reestrenada en 1957 sin rótulos explicativos y con una voz en off a modo de narrador que dejaba la cinta en 75 minutos, no fue hasta el siglo XXI en que fue restaurada devolviéndole el metraje hasta los 100 minutos, más una obertura y un epílogo musical.
 
         La versión que hoy poseemos se acerca bastante a la que se estrenó mayoritariamente por todo el mundo. Mientras en Estados Unidos tuvo un resultado discreto, ante las nuevas películas completamente habladas que surgían, en Europa que todavía apenas conocía el impacto del nuevo medio, tuvo muchos mejores resultados, consiguiendo el que finalmente la película diera beneficios. Una cinta hermosa, ágil, atractiva, en suma una película de Michael Curtiz.
 
 
 
 
 
 

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