domingo, 31 de agosto de 2014

Fiebre en la sangre (1963) Encima las montañas tengo un nido....

 

         Earl Hamner tuvo una infancia dura y entrañable en las montañas de Virginia. Hoy es una figura reverenciada en el marco televisivo, al ser el creador de dos series tan dispares como exitosa “Falcon Crest” y “Los Walton”. Mientras las peripecias de la familia Channing obtuvieron un gran éxito en la década de los ochenta del pasado siglo, anteriormente la serie familiar “Los Walton” había sido una de las más populares de la década de los setenta.

         Los recuerdos de infancia y primera juventud, ya habían sido abordados en su segunda novela “Spencer´s Mountain” publicada en 1961. Sólo dos años más tarde el realizador Delmer Daves la llevaría a la pantalla en una gran producción, con un estupendo reparto. La crítica se ha cebado con esta última etapa del realizador, centrada en los melodramas con personajes juveniles, a raíz del enorme éxito de “En una isla tranquila al sur”. Durante catorce años Daves se convirtió en uno de los mejores guionistas de Hollywod, desde su participación en ese delirio de Erich Von Stroheim titulado “La reina Kelly”. Fue un periodo con títulos tan memorables como “El bosque petrificado” y la primera versión de “Tu y yo” de McCarey. Su salto como director en la estimable “Destino Tokio” en 1943, fue el inicio de una estimulante carrera, donde abordó especialmente películas de cine negro, de acción y especialmente western.
 
 
         La dureza de algunos de estas cintas del oeste como “La ley del talión” o “El árbol del ahorcado” su última incursión en el género, tuvo un drástico contraste con los amables guiones de sus vituperados melodramas. Es muy fácil subirse al carro de los que atacan estas películas, tratándolas casi de reaccionarias. Algo que me parece del todo injusto, si nos fijamos en la moral imperante del Hollywood de la época. Por supuesto que Daves tiene un tomo amable y paternalista en estas cintas, pero su denuncia constante del puritanismo, lo aleja completamente de cualquier atisbo reaccionario a mi entender.
 
         Fuera de estas consideraciones, para mí “Fiebre en la sangre”, absurdo título español de la montaña de Spencer, es una fantástica película familiar. Realizada visualmente con brillantez, la estupenda fotografía de  Charles Lawton jr., aprovecha las múltiples posibilidades que ofrece el Parque Natural de Grand Teton en Moose, Wyoming. Un extraordinario marco, que se erige como protagonista de la acción, por otra parte bastante anodina de la cinta.
 
         Al contrario que lo sucedido en “Parrish” y en “Susan Slade”, donde las pasiones se desataban, aquí el tono es mucho más atenuado, afable, ocupando los momentos de comedia, un lugar destacado en el desarrollo del filme. La línea argumental, centrada en los esfuerzos del mayor de los hijos, para optar a una educación universitaria, apenas tiene aristas, conformando un retrato bastante idílico de una pobre pero feliz familia. Un grupo familiar que tiene el mismo nombre de la magnífica montaña protagonista del título, a la que bautizó su abuelo.
         A los que hemos tenido la suerte de crecer en un ambiente sano y estable, no nos irrita para nada, retratos como el que Daves nos ofrece. Parece como si sólo las familias desestructuradas, conflictivas y violentas, serían las únicas merecedoras de ser retratadas por el cine. Creo sinceramente que en el medio cinematográfico hay lugar para todos, especialmente si esa familia esta encarnada por unos magníficos intérpretes.
 
         Pues si importante es el subyugante paisaje, que decir de unos actores plenos de convicción y naturalidad. Henry Fonda, se hallaba muy cerca de cumplir los sesenta, cuando interpretó con su sobriedad y exquisito talento el personaje de Clay Spencer, el más complejo de la película. Un hombre que tiene muy en cuenta la importancia de la afirmación del individuo ante la colectividad imperante. Por eso choca con sus vecinos, que no pueden comprender su manera íntima de abordar su relación con Dios, rechazando acudir a los oficios. Pese a ello, Clay es un hombre generoso que no duda en ayudar a sus semejantes, pese a que tenga algún problema con la bebida. A su lado el personaje de su esposa Olivia, encarnado por la siempre estupenda Maureen O´Hara, es mucho más esquemático, reduciéndola casi al papel de madre y esposa, sin apenas opiniones propias, uno de los aspectos más criticables de la cinta. Un ya octogenario Donald Crisp resuelve con su habitual pericia el papel del abuelo Zubulon, en el que sería su última intervención ante las cámaras. Desde 1908 estaba en el negocio y como actor apareció en 171 títulos entre largometrajes y cortos. También figuró como director en otros 72 títulos, todos durante la etapa muda, donde dirigió a Buster Keaton y Douglas Fairbanks.
 
         Junto con el de Fonda, el personaje principal del filme es el joven Clayboy, en la piel de James MacArthur, un rostro conocido con un buen bagaje tras ocho años. Un buen actor que había intervenido en dos de las mejores producciones de Disney: Fulgor en la espesura, donde interpretaba a un chico blanco criado por los indios y en la divertida “Los robinsones de los mares del sur” atractiva cinta de aventuras de índole familiar. MacArthur también era asiduo de la televisión, apareciendo en series tan emblemáticas como “Los intocables” donde interpretó a un cruel asesino. Su rendimiento en esta película es excelente, sabiendo transmitir los conflictos internos de un joven, ante un cambio crucial en su vida.
         Como curiosidad anotar que nuestra estúpida censura, también se cebó en esta cinta, estrenada justo un año después de la premier americana. Una escena donde se lleva a un toro semental para cumplir con su función, absolutamente blanca sin ninguna imagen explícita, fue totalmente eliminada por las tijeras de los ridículos guardianes de la moral pública.
         Las dos horas de peripecias de esta peculiar familia, se ven con agrado. Un cine familiar en precioso Technicolor, con una maravillosa música de Max Steiner en uno de sus últimos trabajos que bien merece conocer, aunque sólo sea por tomarnos un trago con el bueno de Clay Spencer, encarnado por el gran Henry Fonda.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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