El mismo año
que Charles Laughton recreara al sádico Capitán Bligh en “Rebelión a bordo”
protagonizó ésta amable farsa que comienza en el refulgente París de la Belle
Epoque. En ella encarna al abnegado
Ruggles que ejerce su profesión de ayuda
de cámara, con la misma lealtad y dedicación que sus antepasados. Una aciaga
mañana ve como su mundo se tambalea, cuando su decadente amo, Lord Burnstead (Roland
Young), le confiesa que la noche anterior lo ha perdido en una partida de póker
con un americano. Así que debe ponerse al servicio de un matrimonio de nuevos
ricos del Medio-Oeste, que pasa sus vacaciones en la capital francesa
con la intención de codearse con la alta sociedad.
Leo McCarey que
se había forjado dirigiendo a cómicos tan populares como Eddie Cantor, Los
Hermanos Marx y Laurel y Hardy, construye una elegante comedia en la que
sutilmente se condena al arbitrario
orden aristocrático a la vez que se aboga por una sociedad democrática donde los
individuos puedan ser dueños de su futuro. Un mensaje progresista que en boca del siempre extraordinario Charles Laughton adquiere sello de legitimidad.
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