En 1935 la era
de los grandes estudios estaba alcanzando su cenit. Tras un periodo de descenso
en las taquillas a causa de la depresión, la gente había vuelto a llenar los
cines de todo Estados Unidos, mientras que la implantación progresiva del
doblaje favorecía su predominio en los principales países europeos y
latinoamericanos.
La única productora
que no sufrió el desgaste de esos duros años fue Metro-Goldwyn-Mayer. La figura de Irving Thalberg, autor de una férrea
estructura donde todos los departamentos trabajaban al unísono fue determinante.
La frase emblemática del estudio “Más estrellas
que en el cielo” exponía bien a las claras su filosofía. Las películas se
realizaban para el lucimiento de estas, gastando ingentes sumas de dinero en su
promoción. Un heterogéneo equipo de guionistas elaboraba los argumentos
adecuados para cada estrella, mientras el departamento artístico de Cedric
Gibbons construía los magníficos set Art
Decó que junto a los elegantes diseños del modisto Adrian eran fundamentales en
el acabado glamuroso de los filmes.
La figura del
director en otros tiempos omnipresente, en MGM, salvo en casos excepcionales
como De Mille O Lubitsch, era tan solo una pieza más del perfecto engranaje.
Así que no sorprende nada que el encargado de dirigir esta magnífica cinta de
aventuras sea Tay Garnett, un modesto realizador del que hoy solo se recuerda
la por otra parte estupenda “El cartero siempre llama dos veces”.
Jules Furthman,
uno de los escritores con más talento del estudio, es el resonsable principal
de esta historia centrada en la apasionada relación amor-odio entre un capitán vencido por el alcoholismo
(Clark Gable) y una aventurera de turbio pasado (Jean Harlow) a bordo de un
viejo navío que lleva un importante cargamento de oro. La aparición de unos
despiadados piratas pondrá en peligro a todos sus ocupantes.
La turbadora
química sexual de la pareja protagonista, más las estelares apariciones de
nombres ilustres como Wallace Beery y Lewis Stone, junto a la aristocrática
presencia de una joven Rosalind Russell, son decisivos para que “Los mares de
China” siga entreteniendo de la misma forma que lo hizo en su estreno ocho décadas
atrás.
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