Pese a las
reticencias iniciales debido a su alto costo, el brillante Technicolor se había
hecho un hueco en la producción del Hollywood clásico. El abrumador éxito de “Blancanieves
y los siete enanitos” y “Robín de los bosques”, más la espectacular acogida que
obtuvo la película más mítica de todos los tiempos “Lo que el viento se llevó”,
acabaron logrando que las cintas en color fueran cada vez más habituales en las
pantallas.
Este proceso
paulatino, evolucionó de forma diferente dependiendo de la política de cada
estudio. De las grandes mayor norteamericanas: MGM, Twenty Century Fox, Warner,
que dominaban el mercado, la mayor de todas Paramount fue la que mostró menos entusiasmo por el
nuevo proceso. Aunque en sus inicios había distribuido la producción de Walter
Wanger “El camino del pino solitario” primera producción en Technicolor rodada
en exteriores, había relegado este sistema, salvo excepciones, a las superproducciones de
Cecil B. De Mille.
Una de estas
raras cintas es “El pirata y la dama” una preciosa obra de Mitchell Leisen que
combina la comedia con el cine romántico. Pese al título con el que se estrenó
en España, el filme no es en absoluto, la habitual aventura de piratas, al
estilo de las que protagonizaran Errol Flynn y Tyrone Power.
Ambientada en
el tumultuoso periodo de la restauración de los Estuardo, nos cuenta la
agobiante existencia de una dama de la alta sociedad, Dona St. Columb (Joan Fontaine)
casada con un estúpido petimetre (Ralph Forbes) que va siempre acompañado por
un disoluto personaje Lord Rockingham (Basil Rathbone) que sólo pretende seducirla
ante la indiferencia de su esposo. Hastiada de este ambiente simplón y
enfermizo, decide huir junto a sus dos hijos hasta la mansión que posee en
Cornualles. Cuando cree haber alcanzado la paz, es raptada por un marino y
llevada al barco pirata que capitanea un francés llamado Jean Benoit Aubrey
(Arturo de Córdova) cuya personalidad poética y soñadora, fascinará a la dama inglesa.
Salpicada de
divertidos momentos a cargo del genial Nigel Bruce que interpreta a Lord Godolphin, aristócrata local, es en los
momentos de romanticismo donde el filme gana en altura. Escenas dotadas de un
aura mágica, donde la belleza serena de Joan Fontaine y la viril apostura de
Arturo de Córdova, logran una armónica simbiosis entre dos personajes venidos
de esferas tan dispares. Una hermosa historia de amores imposibles, creada por
uno de los directores más sensibles que haya dado Hollywood.
Arturo de Córdova tuvo una corta carrera en los Estados Unidos, pero en su
México natal fue uno de los galanes más populares, uno de sus mayores éxitos fue esta adaptación de El Conde de Montecristo
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