lunes, 21 de abril de 2014

El demonio y la carne (1926) Así surge una leyenda

 

Hay películas que convierten a un actor en “estrella” y sin duda “El demonio y la carne” es la cinta que convirtió en estrella a la divina “Greta Garbo”, la más enigmática y sofisticada de cuantas criaturas habitaron el celuloide. La actriz sueca que ya había aparecido en dos títulos inspirados en sendas novelas del valenciano Blasco Ibañez, para su tercera película norteamericana cambiaba de autor pero no de personaje, la vampiresa, esa mujer fatal que es la perdición de los hombres.

 

Unos rasgos que en cada filme se habían acentuado. Si peligrosa pudiera ser como la otrora famosa soprano Leonora de “El torrente” y suscitar pasiones desbordantes con la Elena de “La tierra de todos” el personaje de Felicitas, superaba con mucho en maldad a los anteriores. Cuando leyó el papel justo al final del rodaje de su segundo filme, se negó en redondo a interpretarlo.


La película que iba a consagrar a Garbo, era un vehículo a mayor gloria de John Gilbert, quien es el auténtico protagonista de este melodrama. Gilbert en ese momento era la estrella principal del estudio, tras el colosal éxito de “El gran desfile”. En poco más de dos años había pasado de su condición de ídolo de “matinees” en la Fox, al estatus de gran estrella en el nuevo gigante de Hollywood “Metro Goldwyn Mayer”. Precisamente Louis B. Mayer, con el que luego tendría un gran enfrentamiento y al que muchos acusan de ser la causa de su posterior declive, fue quién le dio la oportunidad de dar un salto de calidad, al contratarlo en su pequeña pero prestigiosa compañía y ser dirigido por un gran director como era King Vidor. De la mano de Vidor había aparecido en sus tres últimos títulos, el mencionado “Gran desfile”, “Vida bohemia” basada en la sentimental ópera de Puccini con Lillian Gish y una divertida cinta de aventuras basada en una novela de Sabatini “El caballero del amor”.

 
 

Nadie parecía entender la negativa de la actriz sueca a intervenir en un filme con la mayor de sus estrellas. De nada sirvieron las palabras de Mayer y Thalberg para convencerla. Tuvo que ser su abogado personal, que le informó de las desastrosas consecuencias que supondrían incumplir su contrato, el que consiguiera que Garbo finalmente apareciera en el plató el 17 de Agosto de 1926. Allí se vieron por primera vez Garbo y Gilbert, que se presentó personalmente a la actriz a sugerencia del director Clarence Brown. Todos los que estaban en el set pudieron comprobar el amor a primera vista que surgió entre ambos. Una pasión que su hábil director supe explotar en beneficio del filme.

 
 

Brown tenía ya una sólida reputación como realizador habiendo dirigido a estrellas tan famosas como Ronald Coldman, Norma Taldmage y Rodolfo Valentino. Aquí empezaba su relación con MGM, donde tendría una larga y fructífera carrera hasta su retiro en 1953 con “La nave del destino”. Su tacto fue esencial para lograr la mejor actuación hasta ese momento de Greta Garbo, dispensándola toda la atención necesaria, para que ella pudiera sentirse a gusto durante el rodaje. El junto al operador William Daniels, lograron forjar la imagen de Garbo de forma definitiva. Pese a ser dirigida por directores de la talla de Sjöström, Cukor, Maomulian y Lubitsch, fue con el director de Massachusetts, con el que se sintió más cómoda y más veces coincidió.

 

Famosa por las escenas de amor de la glamurosa pareja, la película es ante todo un canto a la camaradería masculina, que se ve truncada por la aparición de la devastadora Felicitas. Así al menos redujo el argumento Benjamin Glazer, de la novela “Es War” de 1894. Su autor Hermann Sudermann, fue muy popular en la primera mitad del siglo veinte, dando abundante material al cine, como muestra diremos que uno de sus relatos localizados en su Lituania natal, fue la inspiración para la mítica “Amanecer” de Murnau. Esa zona de la actual Lituania, pertenecía en otros tiempos a Prusia, un ambiente militar y aristocrático que está magníficamente recreado gracias a los decorados de Cedric Gibbons y Fredric Hope.

 
 

Ayer después de muchos años volví a ver esta estupenda película, que además de los valores antes apuntados, cuenta con la excelente interpretación de Lars Hanson, un actor sueco que tuvo una breve pero exitosa carrera en Norteamérica con títulos tan memorables como “La letra escarlata” y “El viento” junto a Lillian Gish y la desgraciadamente perdida (tan sólo se hallaron nueve minutos) “La mujer divina” con Garbo. Un inolvidable melodrama que merece la pena descubrir, perfecto ejemplo de la maestría que había alcanzado el cine mudo, poco antes de desaparecer.

 

P.D. Para satisfacer a las audiencias menos sofisticadas del medio oeste se filmó un final más extenso del que abominaba su director.


La versión que suele visionarse actualmente cuenta con el maravilloso acompañamiento de la partitura compuesta por el gran Carl Davis, que realza el romanticismo del filme.
 

 
 
 

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