jueves, 5 de junio de 2014

Guerra y paz (1956) La Natasha más encantadora de la historia del cine

 

         Otra vez nos topamos con una novela del siglo XIX, gran caladero del medio cinematográfico desde sus inicios. Algo lógico pues la novela durante ese siglo, fue en gran medida, el vehículo de esparcimiento por antonomasia. Publicadas muchas de ellas, en forma de entregas periódicas, tuvieron una enorme difusión, manteniendo muchas de ellas su fama hasta la actualidad.

 

         La lengua rusa, durante muchos años subestimada por sus élites, que preferían expresarse en francés, empezó a ser utilizada por una magnífica generación de escritores que a lo largo del siglo, lograron ponerla en primera línea de la literatura mundial. Pudovkin, Gogol, Dostoievsky, Chejov, por citar algunos de los más célebres, escribieron obras maestras que han sido frecuentadas por el cine. A todos los he leído, pero sigo prefiriendo a Tolstoi, el ambiguo y contradictorio aristócrata, autor de magníficas novelas.

 

         Novela de gran envergadura, sobrepasando las mil quinientas páginas., “Guerra y paz” escrita a partir de 1863 durante casi cinco años, es una obra titánica, de gran complejidad que suma los momentos intimistas y los más espectaculares, formando un gran fresco historico que tiene como telón, las guerras napoleónicas entre Rusia y Francia a comienzos del siglo XIX. Desde 1915 ha contado con varias adaptaciones al cine, televisión y ópera. La película que hoy propongo ha sido denostada por numerosos críticos, acusándola de mil y uno defectos, algo que pretendo rebatir desde este modesto blog.

 

         Esta animadversión hacía el filme, sinceramente no la entiendo. Es un maravilloso espectáculo, magníficamente concebido, que logra mantener su interés a lo largo de las casi tres horas y media de proyección. Sus instigadores fueron los  productores Carlo Ponti y Dino de Laurentis, quienes venían trabajando juntos desde 1949. En ese periodo habían logrado escalar a lo más alto de la cinematografía trasalpina, mezclando cintas comerciales con obras maestras como Europa 51 de Rossellini y La Estrada de Fellini. Con el apoyo financiero de la Paramount, dedicaron casi dos años a poner en pie este colosal filme, tan de moda en su época. No hay que olvidar que ese año de 1956, fue el de la apoteosis del cine de gran formato con títulos tan emblemáticos como “Gigante”, “La vuelta al mundo en ochenta días” y “Los diez mandamientos”.

 
 

         Para encargarse del proyecto, se requirieron los servicios de King Vidor, un cineasta de gran experiencia, autor tanto de dramas intimistas (“Stella Dallas” y “Cenizas de amor”) como de otros que requerían escenas de acción (Paso del noroeste, Duelo al sol), por lo que parecía el director adecuado para trasladar a imágenes la inmortal obra rusa. Vidor había rodado en su Galveston (Texas) natal en1913, su primer largometraje en el cine y acababa de cumplir los sesenta cuando se le ofreció la oportunidad de llevar al cine su novela favorita. Por supuesto que no se iba a arredrar, tras la tumultuosa filmación de “Duelo al sol” casi diez años antes, estaba curado de espanto y los jóvenes productores italianos por muy insufribles que fueran, seguro que no tendrían parangón con David O´Selznick.

 

         En adaptar, las más de mil quinientas páginas del libro se empleó un nutrido equipo de guionistas. En el heterogéneo grupo destacaba Bridget Boland, esta escritora era hija de un célebre político irlandés que en su juventud se dedicó al deporte, ganando una medalla en los primeros juegos olímpicos modernos John Pius Boland. Artista versátil autora de novelas y obras de teatro, su segundo trabajo para el cine “Luz de gas” fue uno de los grandes éxitos del cine británico de los años 40, hasta el punto de llegar a volverse a rodar en Hollywood con Ingrid Bergman y Charles Boyer. En 1955 acababa de adaptar al cine una de sus mejores piezas de teatro “El prisionero”, con Alec Guinness en el papel de un Cardenal húngaro represaliado por los comunistas, por lo que se hallaba en su mejor momento. El también británico Robert Westerby llevaba casi diez años escribiendo guiones, en cintas de aventuras por lo general menores. También contribuyeron a elaborar el extenso guion otros cinco escritores de nacionalidad italiana: Ennio De Concini, Ivo Perilli, Gian Gaspari Napolitano, Mario Soldati y Mario Camerini. Este último más conocido por su faceta de director, acababa de rodar para Ponti y De Laurentis una de sus cintas más populares “La bella campesina” (basada en El sombrero de tres picos de Alarcón) con tres de las estrellas más famosas de Italia: Sophia Loren, Vittorio De Sica y Marcello Mastroianni.

 

         Aunque si hablamos de estrellas, la película contaba con la más prometedora de Hollywood. Ganadora del oscar a la mejor actriz por su primera cinta en la meca del cine, Audrey Hepburn había refrendado con “Sabrina” todas las esperanzas que en ella había depositado la Paramount. En “Guerra y paz” se enfrentaba a su primer papel dramático encarnando a la joven y ensoñadora Natasha. Su presencia cautiva desde el primer instante y es uno de los mejores valores del filme. A su lado, el Andrei representado por el marido de Audrey “Mel Ferrer” empalidece, pese a que intenta adaptarse al torturado personaje. Lo que es evidente, era lo muy enamorados que estaban ambos durante el rodaje, algo que se traslada a la pantalla.

 
 

         Los tres actores principales venían después de haber intervenido en una gran película, Audrey en la anteriormente citada “Sabrina”, Mel Ferrer acababa de trabajar a las órdenes de Renoir en “Helena y los hombres” y Fonda de interpretar quizás su personaje más popular “Mr. Roberts” que tanto brilló dio sobre los escenarios de Broadway. Es cierto que quizás era demasiado mayor para encarnar a Pierre, el personaje más complejo de la novela, lo que no implica que su interpretación ralle a gran altura, insuflando la bondad y la grandeza que tiene la criatura nacida del genio de Tolstoi.

 
 

         En roles secundarios, podemos disfrutar de la apostura de un joven Vittorio Gassman en el papel del seductor Anatol y de la belleza de Anita Ekberg como Helena, la caprichosa esposa de Pierre. Todos ellos se movían por los magníficos decorados de Cinecitta diseñados por Mario Chiari, un estupendo director artístico que como otros en Italia había comenzado su tarea en el mundo de la ópera. Después de este filme trabajaría en otras importantes producciones como Barrabás, La Biblia y Ludwig. El lujoso vestuario fue ideado por Maria De Matteis, la florentina  había empezado en el mundo del cine con la épica “Escipión el Africano”, donde fue asistente del diseñador de vestuario Vittorio Nino Novarese. Como titular del vestuario intervino en 87 filmes, entre ellos varios de los famosos péplum italianos.

 
 

         Dejo para el final la reseña de dos nombres que intervinieron en el filme. Hablar de Jack Cardiff, es de uno de los magos de la fotografía en color. Durante años recorrió medio mundo filmando las más bellas imágenes en numerosos documentales, lo que le permitió experimentar con el sistema Technicolor. En el momento de incorporarse al rodaje de Guerra y paz, ya contaba con una magnífica trayectoria, con títulos memorables como “Las zapatillas rojas”, “La reina de África” y “La condesa descalza”. La hermosa e inolvidable partitura es obra de Nino Rota. El compositor milanés ya había sido un niño prodigio escribiendo sus primeras partituras con menos de doce años. Autor de óperas y ballets su contribución al cine es legendaria, comenzó en 1933 su larga trayectoria con  filmes tan notables como “El gatopardo” y “El padrino”.

 
 
 

         Muchos afirman que la interminable versión rusa dirigida en 1968 por Sergei Bondarchuk, es la mejor adaptación de la  obra de Tolstoi. Para gustos los colores, yo prefiero el sencillo arte de narrar de Vidor, junto a la presencia de Audrey, en un gran espectáculo de masas en suntuoso Vistavision, que junto a brillantes escenas bélicas, guarda exquisitos momentos sentimentales, como cuando Pierre en medio del fragor de la batalla, recoge ensimismado una pequeña flor amarilla. Un instante de belleza, en un campo regado de sangre.

 
 
 
 
 
 
 

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