El cine como propaganda bélica ha
dado fruto a filmes de lo más diverso. Ya en 1898 el “Hundimiento del Maine” fue motivo de diversas películas donde se
recreaba el suceso, o en otra famosa de Edison en el que se retrataba el
cortejo funeral de sus víctimas. Estos pedestres cortometrajes contribuyeron a
crear un ambiente favorable que propiciara la invasión de Cuba por parte de los
Estados Unidos.
Durante la primera guerra mundial,
películas como “The Little American”
dirigida por De Mille y protagonizada
por la novia de América, Mary Pickford,
habían servido para crear un clima favorable para la intervención
estadounidense. Casi un cuarto de siglo después, la sociedad norteamericana que
empezaba a salir de una depresión sin precedentes, era muy poco favorable a
volver a intervenir en la nueva confrontación mundial. Los comités que velaban
por la neutralidad del país tenían mucho peso. Así que cuando Alexander Korda, empezó a fraguar el
proyecto de “Lady Hamilton” en amplios sectores del mundillo de Hollywood no
encontró demasiadas simpatías.
El propio director de origen húngaro,
tenía sus propios motivos para realizar el filme. Su marcha a Norteamérica para
realizar sus producciones, no habían sentado nada bien en su país de adopción,
acusándole de cobarde y traidor. Que mejor manera de reivindicarse que
orquestar esta biografía a mayor gloria de uno de los más legendarios héroes británicos,
Horatio Nelson.
En lugar de referirse directamente al
conflicto actual, como la vieja cinta de De Mille, donde se retrataba a los
alemanes como crueles villanos con amplios bigotes, la película intentaba hacer
un paralelismo entre las potencias dictatoriales del eje con el ambicioso
Bonaparte. Un año antes Warner Brothers ya había utilizado el mismo recurso en
la cinta de aventuras “El halcón del mar”
donde Flora Robson como la reina
virgen, encarna los valores de la libertad que Felipe II intenta destruir, el
discurso que pone fin a la película no puede ser más esclarecedor:
No tenemos nada en contra de España o de otro país
Pero cuando la ambición desmedida de un hombre amenaza al
mundo, es obligación de todos los hombres libres, reafirmar que la tierra no
pertenece a un solo ser humano, sino a toda la humanidad. Y que la libertad es
el derecho a la tierra sobre la cual vivimos.
Pese a todo el guion de Walter Reisch (Ninotchka, Luz que agoniza,
Niágara) y R.C. Sherriff (El hombre invisible, Las cuatro plumas, Larga es la
noche) se centra decididamente en la figura de su amante Lady Hamilton,
dejando con frecuencia en sordina las proclamas patrióticas. Porque con mucho que
la cinta se haya filmado en unas circunstancias muy particulares, es ante todo
un melodrama de corte romántico a mayor gloria de la pareja en la vida real
formada por Vivien Lehig y Laurence
Olivier.
Olivier y Lehig al igual que Nelson y
Hamilton se habían enamorado estando ambos casados, una relación que finalmente
había desembocado en su matrimonio el año anterior. La popularidad de la pareja
era inmensa, especialmente la de Vivien cuyo personaje de Escarlata había
calado en el corazón del público. A lo que se añadió las magníficas cintas
rodadas por uno u otro en ese interludio, Laurence
Olivier “Rebeca” y “Más fuerte que el
orgullo”, Vivien “El puente de Waterloo” (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2013/12/el-puente-de-waterloo-1940-el-vals-de.html).
Incluso Korda desempolvó una cinta que había protagonizado la pareja un par de
años antes titulada “21 días juntos”
y que había dejado sin estrenar al no estar satisfecho con su resultado (su
primer título juntos “Five ore england”
un melodrama de aventuras ambientado en la época isabelina si había tenido
mucho éxito).
La película comienza con un flash
back en el que una Emma Hamilton, destrozada por el alcohol es detenida en
Calais. En el oscuro calabozo empieza a relatar su historia que comienza en
Nápoles, donde conoce al ya maduro cónsul Hamilton. Abandonada por su sobrino,
Emma toda una arribista que ha sido danzadora sicalíptica logra convertirse en
esposa del Lord. En ese ambiente de elegantes mármoles diseñado por Vincent Korda, conocerá al marino
británico que cambiará su vida. La relación adulterina de ambos, propició
ciertas reservas por parte del código censor, que recomendó limitar las
efusiones entre la pareja. Pese a las recomendaciones, es palpable a lo largo
de todo el filme, la apasionada comunión que en ese momento vivía la pareja,
donde es palpable que su relación va más allá de una interpretación formal.
Un filme que sin ser una obra
maestra, merced al buen hacer de su pareja protagonista, sigue manteniendo su
encanto, cuando ya no quedan rescoldos del conflicto bélico que originó su
creación. Al final el amor es lo que perdura, para todos los que viven con
intensidad el amor, por difíciles que sean sus circunstancias va dedicada esta
entrada.
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