El aislamiento proverbial de oriente,
unido a la eclosión a mediados del siglo
XIX, de una inmigración mayoritariamente china en Gran Bretaña y los Estados
Unidos, produjo una reacción frecuentemente adversa por el resto de los
ciudadanos occidentales.
En varias de las cintas que hemos
comentado en este blog, se habla a menudo del mito del malvado oriental, cuyo
máximo exponente es el personaje de Fu-Man-Chu, que muy pronto se trasladó de
las novelas baratas al cinematógrafo. A la par cada vez se producía la
aparición de personajes positivos de esta etnia, como el famoso detective
Charlie Chan, o en el cine gracias a cineastas como Frank Capra (El amargo té del General Yen) o Harold Lloyd (La garra del
gato).
Pese a estas bienintencionadas
aportaciones, estas obras de ficción se quedaban en la epidermis de una cultura
desconocida para los occidentales. Por eso tuvo especial importancia la
aparición de la escritora norteamericana Pearl
S. Buck, hija de misioneros se trasladó a China a los tres meses de edad.
Ella merced a las experiencias vividas fue capaz de hacer un retrato más fidedigno
y respetuoso del gran país asiático de sus gentes y sus tradiciones.
Publicada en 1931 “La buena tierra”
constituyó un éxito sin precedentes. En ella describía los avatares de una
familia china en las primeras décadas del siglo XX, cuando el otrora imperio
feudal sufre grandes transformaciones que se verán reflejadas en sus
personajes. La novela obtuvo el prestigioso premio Pulitzer y la Medalla Howells y su escritora
obtuvo en 1938 el premio Nobel de literatura, cuando no había pasado una década
desde que escribiera su primera novela “Viento
del este, viento del oeste”.
Al comenzar la cinta hay un
conmovedor tributo a Irving Thalberg,
cuyo proyecto no pudo ver finalmente plasmado en la pantalla, a su memoria está
dedicada esta superproducción típica de MGM, producida y dirigida por el eficaz
Sidney Franklin, que desarrollaría
desde 1926 su actividad en los estudios de Culver
City hasta su retirada treinta años después del mundo del cine.
Para interpretar a los roles
principales se eligió a dos actores que hoy para gran parte del público son
desconocidos pero que en aquel entonces se hallaban en la cresta de la ola.
Paul Muni, que había alcanzado el estrellato interpretando al pérfido Scarface en la cinta de Hawks, se había
especializado en cintas biográficas de prestigio, ganando el oscar en la anterior
edición por su papel de Louis Pasteur.
En la misma ceremonia su compañera de reparto Luise Rainer obtuvo el de mejor
actriz por su conmovedora interpretación de Anna Held en El gran Ziegfeld. Rainer que repetiría al año
siguiente por su interpretación de la sufrida O-Lan, en la cinta que hoy nos
ocupa. Utilizando un maquillaje muy poco marcado, fueron sus maravillosas dotes
interpretativas las que dieron autenticidad a su personaje, una joven y poco
agraciada esclava, vendida al ambicioso campesino Wang (Paul Muni) para ser su
esposa. La conmovedora creación de Rainer sigue siendo lo más remarcable, de
este lujoso filme, de duración prolongada, con estupendas escenas de masas e
innovadores efectos especiales.
“La buena tierra” sigue siendo un
magnífico ejemplo, del cine realizado por el sistema de estudios, donde una
enorme maquinaria se ponía en marcha, con el fin de contar una buena historia.
Y esta lo es, si nunca han tenido el placer de ver este filme, les aseguro que
no les defraudará.
Este post va dedicado a Luise Rainer
que el 12 de Enero ha cumplido 104 años. Activa partidaria de la República,
recaudó fondos para su causa y rehabilitó un castillo para acoger a niños
republicanos en Francia, gracias a su iniciativa pudo rodarse el filme
documental Spanish Earth (Tierra de España), de Joris Ivens. Fue además la
encargada de entregar el oscar a José Luis Garci por “Volver a empezar”.
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