La novela del General Lew Wallace había tenido un éxito sin precedentes desde su
publicación en 1880. Sin la calidad literaria del otro gran clásico de la
literatura filo cristiana “Quo Vadis”,
obra del premio Nobel polaco Henryk
Sienkiewicz, era una novela que contaba una historia de venganza redimida
finalmente por el cristianismo.
La peripecia vital del príncipe judío
“Juda Ben-Hur” era tan intensa que sobrevivía a la pesada técnica narrativa de
su autor, empeñado en disquisiciones filosóficas fuera de su alcance, unidas a
interminables descripciones, como en el caso de la carrera de cuadrigas.
Lo cierto es que muy pronto, al igual
que otros clásicos de la literatura, fue trasladada a los escenarios y en 1907
al cinematógrafo en una versión “pirata” producida por la Kalem, que originó un
contencioso sobre los derechos de autor que sentó un precedente sobre la
protección de esos derechos en el nuevo medio.
Entretanto las películas iban
adquiriendo una mayor complejidad. Mientras en Estados Unidos, las cintas
difícilmente sobrepasaban la media hora de duración, en Europa principalmente
Italia se empezaban a rodar suntuosas producciones que nada tenían que ver con
el primigenio Ben-Hur. El estreno de estos filmes en América, especialmente
“Quo Vadis?” de Enrico Guazzoni y
“Cabiria” de Giovanni Pastrone, convencieron a directores como D. W.
Griffith de que el nuevo medio podía aspirar a presentar grandes espectáculos
en la pantalla.
Unos pocos años más tarde el cine de
Hollywood se había hecho con los principales mercados mundiales. Aprovechando
que los otrora gigantes del medio, sufrían las consecuencias de una guerra
devastadora, inundaban las pantallas de todo el planeta con sus lujosas
producciones con impresionantes decorados, protagonizadas por una pléyade de
estrellas que se hicieron enormemente populares para el público.
Situándose en esa tesitura, el
productor Samuel Goldwyn decidió
volver a llevar al cine la novela de Wallace. Para ello tuvo que asumir unas
duras condiciones con los herederos del autor, confiado en que pese a los altos
costos, el producto final sería rentable.
Desgraciadamente pese a sus
encomiables esfuerzos por mejorar la calidad artística de sus películas, la
productora de Goldwyn era un desastre desde el punto de vista financiero.
Mientras el austero director sueco Victor Sjöström, aportaba sus primeros
filmes de una manera ordenada siendo alabado por público y crítica, el
megalómano genio Stroheim acababa de
filmar un maravilloso e improyectable por su desmesurada duración, filme
llamado “Avaricia”.
El otro gran fiasco era el rodaje en
Italia de Ben-Hur. Cuando Goldwyn tiene que abandonar la compañía, que se une a
la Metro de Marcus Loew, la situación es desesperada. Para reconducir la
operación, Loew recurre a los servicios de Louis
B. Mayer, quien ha demostrado ser un eficaz gestor en su pequeña
productora. A su lado tendrá a un joven productor Irving Thalberg que con veinticinco años ya se ha ganado una
reputación en los Estudios Universal.
Ambos deberán marchar a Italia donde el
dinero se gasta a raudales sin obtener los resultados apetecidos. Lo primero
fue descabezar el proyecto, que tenía como piedras angulares al abúlico y
alcohólico director británico Charles
Brabin, la endiosada guionista June
Mathis y el inexperto protagonista George
Walsh, novio de Mathis que había sido impuesto por ella.
El nuevo director Fred Niblo tiene ya una acreditada
experiencia con cintas exitosas como La marca del zorro y Los tres mosqueteros
con Douglas Fairbanks y Sangre y arena
con Rodolfo Valentino. El plúmbeo
libreto de Mathis (pese que por un aspecto contractual aparezca como máxima
responsable en los créditos) fue sustituido por un numeroso plantel de autores,
siendo el director Rex Ingram el más
conocido de todos. Ahora el príncipe de Hur sería encarnado por Ramón Novarro, una estrella forjada por
Ingram en los antiguos estudios de la Metro pictures donde lo había dirigido en
producciones de gran tamaño como “El
prisionero de Zenda” y “Scaramouche” (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2013/12/scaramouche-1923-nous-la-liberte.html). Asimismo fue el protagonista del
anterior título de Niblo “Lirios entre espinas” un estupendo drama
romántico cuya acción se desarrollaba en Francia.
En Livorno se filmó la espectacular
batalla naval, donde un inesperado incendió provocó el que varios extras
murieran ahogados, al saltar al agua sin saber nadar. Este era un incidente más
que añadir a una larga lista, en un país que se hallaba en plena confrontación
política interna. Ante el cariz que iban tomando las cosas, Mayer decidió
trasladar la producción a Hollywood donde Cedric
Gibbons construyó unos enormes decorados, siendo el del circo el de mayores
proporciones.
Allí Niblo auxiliado por un ingente
número de ayudantes, rodó la escena más famosa de la película, la mítica
carrera de cuadrigas. A su rodaje definitivo tras una larga preparación, la
aristocracia del todo Hollywood de la época, nadie quería perderse tan fastuoso
acontecimiento. Esto le dio una gran publicidad al filme, que tras tantos
vaivenes acabó llegando a buen puerto.
Además del suntuoso vestuario, la
película contó con el nuevo sistema de dos bandas elaborado por la empresa Technicolor, utilizado en las escenas
de Cristo, la entrada victoriosa de Ben-Hur en Roma y el reconfortante final.
La línea argumental de la película difiere muy poco de la oscarizada versión de
Wyller. Más pegada al relato
original, aquí Judá no pierde sus posesiones y con ellas forma un ejército para
enfrentarse a Roma. Pero lo que más las diferencia es la inclusión de la
seductora egipcia Iras, amante de Messala e instigadora por despecho, del odio
de este a Ben-Hur.
El orgulloso romano, auténtico
villano de la función Francis X. Bushman
ya lo encarnaba en el proyecto original, siendo una de las pocas decisiones que
no se cambiaron. Para el papel de Esther que con su amor acercará al
protagonista a Cristo, se eligió a la delicada May McAvoy que poco después acompañaría al eléctrico Al Jolson en “El cantante de jazz”.
La película debido a su alto coste y
al muy elevado porcentaje que se llevaron los propietarios de los derechos, pese
a su extraordinaria recaudación, no ayudó a mejorar mucho el estado de cuentas
de la compañía, pero al menos la libró del desastre, nada más ser creada. Lo
que sí logró fue dar una imagen de prestigio, que la colocó a la vanguardia de
los grandes estudios de Hollywood.
A día de hoy, la cinta de Niblo, continúa
siendo uno de los más grandes
espectáculos jamás filmados. Tras un moroso prólogo donde se narra el
nacimiento de El Salvador, comienza una briosa narración que contiene momentos
de lirismo muy bellos, como el primer encuentro entre Ben-Hur y Esther, que pronto
se verá interrumpido por la brutalidad romana. O cuando ya en las postrimerías
del filme observamos descansar al héroe a la puerta de su casa, mientras su
madre conmovida reprime el deseo de tocar levemente su sandalia, ya que ella
junto a su hermana Tirzah son leprosas.
El Ben-Hur de Ramón Novarro es un
joven inocente, que nada conoce del mundo, por eso su desamparo ante su adversa
suerte, resulta mucho mayor que en la versión de Wyller de 1959, donde el
musculoso y maduro Heston, tiene una experiencia de la vida mayor. Acompañarlo
en esta peripecia es una maravillosa aventura que no os podéis perder.
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