A veces la
crítica tanto profesional, como la que ejercemos los legos gracias al invento
maravilloso de los blog, parece caracterizarse por el seguidismo a una
consigna. Si en una de estas publicaciones vemos una crítica adversa para una
película, las probabilidades de que ese juicio se repita en la mayoría de
ellos, son muy altas.
En ocasiones
la cinta es tan mala, o buena, que es muy lógico que esto ocurra. Pero hay en
ocasiones que no encuentro lógica para sostener ciertas afirmaciones. Cuando me propuse hacer un breve recordatorio
de esta típica película de aventuras, me extraño el abundante número de páginas
que versaban sobre ella. Por lo general cuando veo tanto material, suelo
decidirme por no incluirla en el blog, cuya misión principal es descubrir un
tipo de cine no muy frecuentado. Pero cuando descubrí las poco entusiastas
valoraciones que sobre la película se hacían, cambié de opinión.
Ante todo debo
decir que siento gran admiración por la obra del director John Cromwell, al que quizás no daría la categoría de autor, pero
que tampoco puedo calificar de artesano impersonal. La mayoría de sus películas
tienen una factura impecable y poseen un estupendo ritmo narrativo. Desde sus
primeras producciones para RKO en las que destacaría los comprometidos para su
época melodramas “Ann Vickers” y “Cautivo
del deseo”, basados en obras de Sinclair
Lewis y Somerset Maugham respectivamente, hasta uno de sus últimos éxitos
la fantástica “Ana y el rey de Siam”
la filmografía de Cromwell posee un nivel más que notable.
Es una pena que
el uso excepcional del Technicolor en la época, impidiera al igual que la
anterior “El signo del zorro” su
uso. Hubiera sido maravilloso para esta película que para mi está por encima de
muchas otras cintas de aventuras contemporáneas. Sin querer dar nombres, diría
solamente que resiste perfectamente la comparación con otras obras de Curtiz, King o Walsh.
El mismo año
de su publicación, Twenty Century Fox
compró los derechos de la última novela
de Edison Marshall “La historia de
Benjamin Blake”. Un autor de novelas tremendamente popular que propiciaría
el argumento de otra gran cinta de aventuras “Los vikingos” de Richard Fleischer con Kirk Douglas y Tony Curtis.
Para convertirlo en película se recurrió al prestigioso guionista Philip Dunne, cuyo anterior trabajo
había sido el extraordinario drama de John
Ford “Que verde era mi valle”. La historia ideada por Marshall es más
adulta que las habituales narraciones del género, la procedencia ilegítima del
protagonista o el sadismo de su aristócrata tío eran elementos poco habituales
en el cine de mera diversión.
Su mayor
atractivo reside sin duda en el fantástico elenco, protagonizado por un brioso Tyrone Power como el desdichado
Benjamin, al que hay que añadir un George
Sanders que encarna toda la vileza de la que es posible Sir Arthur Blake.
Las dos damas del filme Frances Farmer y
Gene Tierney destacan por su hermosura y buen hacer. En papeles de menos
enjundia están sobresalientes John
Carradine y Elsa Lanchester.
Una cinta de
aventuras con toques dramáticos, que logra mantener el interés del espectador
durante toda la proyección, con un final idílico realzado por la excelente partitura
del gran Alfred Newman. Una muestra
de ese gran director que fue John Cromwell al que dedico la entrada de hoy.
P.D. Esta fue la última película que terminó la desdichada
actriz Francis Farmer, cuya vida narró en 1982 el drama “Frances” dirigido por Graeme
Clifford y protagonizado por Jessica
Lange.
En 1953 se rodó con algunas alteraciones en la historia, una
nueva versión en color titulada “El
tesoro del cóndor de oro” dirigida por Delmer
Daves y protagonizada por Cornel Wilde
y Costance Smith.
John Cromwell
alternó su labor como director, con la de actor de teatro donde destacó tanto
en obras contemporánea como en la interpretación de los grandes clásicos de Sakespheare
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