Muchos ríos de
tinta se han vertido sobre la contradictoria personalidad de la reina de
Suecia. Pero que su personaje, siga de alguna manera de actualidad, se lo debe
a la extraordinaria caracterización que de la monarca hizo la sublime Greta Garbo. El personaje histórico en
cuanto es fagocitado por la criatura novelesca, deja de serlo para convertirse
en el sujeto que la imaginación del autor ha creado.
Así es como el
público en general, no conoce al auténtico Don Carlos, hijo de Felipe II, sino
al protagonista del drama de Schiler posteriormente convertido en “Grand Opera”
por Verdi. Lo mismo podíamos decir del Cardenal Richelieu, convertido en
villano por obra y gracia de Alejandro Dumas.
En líneas generales
la historia que propone la escritora Salka
Viertel, íntima amiga de Garbo, no difiere en muchos aspectos de la
auténtica reina sueca. Su costumbre de vestir como un varón, la afición por el saber y las
relaciones amatorias con personas de su mismo sexo, están reflejadas en la
cinta. Lo más novelesco de la historia es el idilio que mantiene con el
embajador español Antonio Pimentel, que ni acabó de manera trágica y bien puede
que no excediera los límites de la amistad. El tema más espinoso, y por lo que
realmente fue conocida, su conversión al catolicismo, fue totalmente eliminado
de la película. Una astuta decisión que permitió que la película fuera aclamada
en todo el mundo, independientemente del credo que profesaran los espectadores.
Rouben Maomulian acababa de terminar su
etapa en Paramount dirigiendo a la otra diosa del cinema “Marlene Dietrich” en la por lo general minusvalorada “El cantar de los cantares” una
historia basada en una novela alemana, que nada tenía que ver con el libro de
poemas bíblico, atribuido al Rey Salomón. Su siguiente proyecto consistía en
dirigir a la actriz más famosa del mundo, quién después de litigar mucho con su
estudio, conseguía un papel diferente al de la vampiresa que tanta fama le
había dado.
El director
ruso consiguió la interpretación más recordada de la “Divina”, logrando que su
cámara habitual William Daniels
consiguiera las instantáneas más hermosas de su carrera. El afecto que Garbo
tenia por su en otros tiempos amante John
Gilbert, propició que este encarnara al romántico embajador español. Pese a
que la presencia de la actriz sueca, oscurece a todos los que están a su
alrededor, Gilbert logró una interpretación convincente, el canto del cisne de
una carrera que se precipitaba vertiginosamente. Como tercero en discordia Ian Keith, está muy bien en su papel
del malvado Magnus. La anterior cinta de Keith había sido encarnando al maligno
Tigelino, en “El signo de la cruz” de De Mille. El excelente reparto contaba
además con Lewis Stone, un habitual
en las películas de Garbo y el magnífico C.
Aubrey Smith, como el fiel criado Aage.
Como todo el
mundo las conoce, no voy a hablar de los dos momentos culminantes de la cinta,
el encuentro amoroso de Garbo y Gilbert, donde se hace patente la complicidad
de los amantes, y que tan familiar resulta para todo enamorado, y el
maravilloso plano final con Garbo encaramada como si de un mascarón de proa se
tratase, con sus cabellos al viento, mientras la cámara se va acercando más y
más a su rostro de esfinge.
La Reina
Cristina de Suecia, es un magnífico ejemplo de lo que podía crear una gran
fábrica de sueños, conocida como Metro-Goldwyn-Mayer. A todos sus empleados,
desde los altos ejecutivos hasta el trabajador más humilde, todos responsables de
tantas horas de felicidad, va dedicada la entrada de hoy.
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