El “Star System” no es en absoluto un
sistema circunscrito a los estudios de Hollywood. Cinematografías como la
italiana, la alemana, la francesa o la inglesa, explotaron con mayor o menor
fortuna esta fórmula basándose en los artistas locales, con los que el público
se identificaba más fácilmente.
Ya en los tumultuosos años de la
República, el cine español contó con actores que alcanzaron una fama sin
precedentes. Figuras tan populares como Imperio
Argentina o Miguel Ligero, ya eran populares desde las iniciales
producciones sonoras realizadas en Joinville por la Paramount. El fenómeno que
supuso el debut del cantaor vallecano “Angelillo”
en el remake sonoro, de “El negro que
tenía el alma blanca”, quisieran tenerlo hoy cualquiera de nuestras
estrellas actuales. Fue tal el impacto que tuvo, que al volver del exilio casi
década y media después de terminar la guerra civil, Angelillo seguía
manteniendo indemne su popularidad.
Mientras que en la década de los
treinta, los artistas más populares eran por lo general cantantes o actores
cómicos, la nueva década trajo consigo el advenimiento de un tipo de
estrella más identificado con los
galanes y damas del cine norteamericano. A su semejanza se formaron parejas
románticas que encandilaron a las plateas. De todas ellas, Amparito Rivelles y Alfredo Mayo lograron una repercusión sin
precedentes.
Cuando se rodó “Malvaloca”, Alfredo
Mayo se hallaba en la cúspide de la fama, al interpretar tres de los filmes
“patríoticos” de más éxito Harka, Raza y
A mí la legión. La jovencísima Amparito Rivelles, acababa de rodar dos
filmes menores en Barcelona con el director Iquino, entonces asociado a la
firma CIFESA. Cuando ambos se conocieron, surgió una historia de amor que
trascendió las cámaras. Una publicidad extra, en la pacata España de
postguerra. Pero a diferencia de otros romances divulgados por la prensa,
Amparo y Alfredo sí que fueron novios. La oposición de la madre de “La
Rivelles”, la eximia actriz de teatro María
Fernanda Ladrón de Guevara, fue clave para que Amparo rompiera el
compromiso, sólo cinco días antes de celebrarse la boda, cuando ya estaban
cursadas las invitaciones. Una decisión que Mayo se tomó muy mal, disolviéndose
una pareja que tanto éxito había proporcionado a ambos. Cuando se volvieron a
reencontrar siete años después en “La
leona de Castilla”, Amparo Rivelles era la máxima diva del cine nacional,
mientras que el papel asignado al actor aunque importante, distaba de ser el
protagonista.
Pero volvamos a los inicios, a ese
drama moralizante, nacido de los inefables Serafín
y Joaquín Alvarez-Quintero que lo llevaron a la escena en 1912 con la gran María Guerrero. Ya en 1926 se estrenó
una versión muda a cargo de Benito Perojo. Ya en los años treinta Luis Marquina
planeaba rodar una nueva adaptación. El cineasta hijo del otrora famoso
dramaturgo Eduardo Marquina, había
dirigido en la época republicana dos películas muy exitosas “Don Quintín el amargao” y “El bailarín y
el trabajador”. Tras la guerra dirigió a Estrellita Castro en la divertida “Torbellino” junto a Manuel Luna. Un actor que brillaba
tanto en la comedía como en el drama, aquí representa la imagen del hombre
cruel y machista, causante de la desgracia de la pobre Malvaloca, que será
regenerada gracias a la intervención de un hombre bueno que la hará su esposa.
Este es el argumento de esta hermosa película, con un mensaje moral avanzado, para la retrógrada época en que fue
filmada.
Rodada con profusión de exteriores en
la provincia de Sevilla, contó con la participación de la maravillosa cantaora “Gracia de Triana” que con su
prodigiosa voz, ilustra los pasajes musicales de la cinta, incluyendo una
estremecedora saeta en la escena cumbre del drama. Muchos son los motivos, para
disfrutar de esta película que oportunamente restaurada, nos devuelve el amor
apasionado, de una de las parejas míticas de nuestro cine.
P.D. Gracia de Triana, que incomprensiblemente no goza de la
estima de muchos otros artistas coetáneos, es para mí una de las cimas de la
canción. Brillante en el flamenco y la copla, su hermosa voz de carne y sangre,
nos hace evocar a esa Andalucía, a la que tanto amamos.
En 1954 Paquita Rico volvió a protagonizar una nueva versión
de Malvaloca dirigida por Ramón Torrado. En 1949 el prodigioso trío de la copla
Quintero-León y Quiroga compusieron un pasodoble del mismo título, grabado por Pepe Blanco y Paquita Rico cuyo
argumento no tiene nada que ver con la obra de los Álvarez-Quintero.
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