lunes, 28 de octubre de 2013

El hombre que ríe (1928) Freaks en el siglo XVII


Basada en una novela de Víctor Hugo, “El hombre que ríe” nos traslada a la Inglaterra de finales del siglo XVII. El rencoroso monarca Jacobo II decide vengarse de su enemigo  Lord Canchlarney  deparándole una atroz muerte con el instrumento de tortura conocido por “La Dama de hierro”. Antes de producirse el suplicio, le informa que su único hijo ha sido entregado a un cirujano que le ha deformado el rostro. La pobre criatura es vendida a unos gitanos que lo emplearán en sus barracas de feria. Pero cuando el propio rey ordena que estos sean expulsados del reino, dejan al niño abandonado a su suerte.

Mientras camina a través de la nieve en pos de ayuda, se topa con una joven muerta que porta en sus brazos un bebé. Viendo que aún está con vida le recoge,  hasta encontrar  refugio en la carreta del bondadoso Ursus. El titiritero dará cobijo al niño de sonrisa forzada y a la recién nacida que es ciega.

Con el paso de los años Gwynplaine, (Conrad Veidt), merced a su condición física se ha convertido en el payaso más popular del país. Pero la amargura que siente escuchando las burlonas risas del público, solo es mitigada por el amor que le profesa Dea (Mary Philbin) la hermosa invidente que salvó de una muerte segura.

El encuentro fortuito con Hardquanonne (el médico causante de su desdicha,  que ahora se dedica a exhibir criaturas deformadas, trastocará sus vidas.

Hasta época bien reciente, reírse de los defectos físicos del prójimo no estaba mal visto por la comunidad. Costumbre que en este magnífico melodrama practican las embrutecidas masas que acuden a la feria. Una válvula de escape al férreo control ejercido por la aristocracia disoluta.

Una represión, a la que no se someterá el cómico apelando a su condición de ser humano. El reconocimiento de una dignidad, por la que todavía se lucha en muchos rincones de este planeta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario