Cuando uno se
enfrenta a una película de Cecil B. De Mille, es mejor que se olvide del rigor
histórico. Ya estemos hablando de la historia sagrada, o la guerra de la independencia norteamericana, sabemos que
encontraremos en el camino incongruencias de bulto, lances románticos
fabulados, tendencia a un gigantismo desproporcionado…y sin embargo me encanta.
Adoro a De Mille por su forma tan barroca de afrontar la épica, el delirio que
desprenden sus desmesurados espectáculos y
la sensualidad que se esconde tras su iconografía religiosa.
Cuando rueda “Las
cruzadas”, De Mille se hallaba inmerso en la producción de epopeyas históricas algo
que ya nunca abandonará. Famoso en la época muda como autor de dramas
moralizantes y comedias sofisticadas, tras sus titubeantes inicios en el
sonoro, donde cuajó obras estimables como el western “El prófugo” y la comedia “Madam
Satan”, es a partir del regreso a la Paramount con “El signo de la cruz” que
relega todos los demás géneros, especialmente la comedia. En su autobiografía “Mis
diez mandamientos”, comenta tras el poco satisfactorio resultado de una cinta
protagonizada por Claudette Colbert “Cuatro personas asustadas” que lo mejor
era dejar las comedias a Lubitsch.
El mundo
antiguo, que era el marco en el que se desarrollaban sus dos últimas cintas
épicas “El signo de la cruz” y “Cleopatra” es sustituido por la austera edad
media, periodo al que pertenecía la primera cinta espectacular de De Mille “Juana,
la mujer” (1916) biografía de la doncella de Orleans interpretada por la
célebre soprano Geraldine Farrar
La cruzada a
la que alude el título es la tercera, la más legendaria de todas, ya que en
ella participaron dos de los mayores iconos de la historia: El monarca inglés
Ricardo Corazón de León y el Sultán Saladino. Enaltecidas sus figuras desde
tiempo muy temprano, el propio Ricardo favorecía a los juglares que propagaban
sus gestas. Una tradición que no dejo de crecer con los siglos, alcanzando con
el romanticismo su máxima expresión. La
novela de Walter Scott “El talismán” (1825) acabó por dar la imagen definitiva
de ambos personajes históricos para el gran público.
La cinta
arranca vigorosa con la toma de Jerusalén por las tropas árabes, de entre los cautivos
cristianos, el arrogante Pedro el ermitaño (C. Aubrey Smith), desafía a
Saladino con predicar la cruzada entre los reinos cristianos. El caudillo
musulmán en vez de ordenar su ejecución, le deja libre para que cuente lo que
ha visto y así sirva de advertencia. Tras propagar su mensaje, la empresa es
asumida por el rey de Francia. El rey Felipe, que teme que el soberano inglés
se valga de su ausencia para invadir el reino, manda un emisario que le
recuerde el compromiso adquirido con su hermana la princesa Alicia (Katherine
DeMille). Cuando acude a entrevistarse con el rey Francés, el astuto Ricardo
que no tiene intenciones de casarse con la princesa francesa, ve la solución en
la proclama del ermitaño sobre la cruzada. Cuando el anciano le comenta que
aceptar el voto de cruzado le libra de todo compromiso, se adhiere pensando que
así se libra del matrimonio. Pero las adversidades económicas de la expedición,
le obligarán a tomar por esposa a la princesa navarra Berenguela (Loretta
Young).
Henry Wilcoxon
que desafortunadamente no tuvo una carrera en el cine a la altura de su
talento, compone un Ricardo complejo, un ser afable y violento, generoso y arrogante,
que al final tendrá que expiar sus pecados. Un retrato en claroscuro que no tienen la decidida
Berenguela, ejemplo de virtud, ni el honorable Saladino (Ian Keith).
Precisamente el respetuoso tratamiento de la figura del mítico sultán, propició
la maravillosa acogida que el presidente Nasser dio a De Mille, cuando años después
rodó en Egipto su último filme “Los diez mandamientos”, proporcionándole todo
tipo de ayuda.
El mensaje
pacifista de respeto y entendimiento mutuo entre culturas, es la rúbrica
perfecta de esta espectacular cinta de aventuras, que licencias históricas
aparte, es un magnífico exponente, de la arrebatada prosa cinematográfica, característica en De Mille.
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