jueves, 30 de enero de 2014

Locuras de verano (1955) El querer no tiene edad

 

Siempre que pienso en esta película, me viene a la mente su evocadora música que no puedo desasociar  de la ciudad de Venecia. Para mí que jamás he visitado la maravillosa ciudad italiana, esta melodía siempre será Venecia, al igual que las imágenes de esta cinta evocaran en mi corazón el sentimiento de soledad.


Porque la soledad es la principal protagonista del filme. La última realización de David Lean antes de embarcarse en sus gigantescas epopeyas, es la  historia de una secretaria de mediana edad llamada Jane Hudson, que ha ahorrado durante años, para poder visitar Venecia, la ciudad del amor. Pero cuando llega descubre, que por muy bello que sea un lugar, la soledad no es la mejor de las compañías. Es entonces cuando de repente llega el amor. El convulso sentimiento que viene a sustituir su apacible y aburrida existencia.



Katherine Hepburn llevaba dos años sin aparecer en las pantallas. Encarnando este maravilloso papel volvió a ser nominada al oscar a la mejor actriz. Nadie como ella para poder expresar toda esa gama de sentimientos que la protagonista experimenta a lo largo de la película. A su lado su paternaire Rossano Brazzi, hace lo que puede por estar a la altura de las circunstancias.



 El actor italiano llevaba también una larga carrera tras sí desde que empezó de galán  en las películas del periodo fascista. En una de ellas “Tosca” que empezó a dirigir Jean Renoir, compartía cartel con Imperio Argentina. Enrolado en la resistencia, cuando los alemanes quisieron obligarle a realizar películas propagandísticas, se negó a ello. Involucrado en acciones humanitarias, fue detenido por las S.S. Afortunadamente parece que ante la inminencia de la entrada de los aliados en Roma, la pena de muerte quedó sin efecto. Luego le llegó la oportunidad de debutar en Hollywood con el papel del profesor Bauer en “Mujercitas”. Su incapacidad con el inglés fue la causa de su fracaso. Así paso seis años hasta que una nueva oportunidad en la cinta romántica de Jean Negulesco, “Creemos en el amor”, le devolvió el éxito que tanto ansiaba. A partir de entonces se hizo muy popular en los papeles de galán europeo.



David Lean con esta tragicomedia volvía a rodar en color, circunstancia que no hacía desde dos de sus primeras cintas “La vida  manda” y “Un espíritu burlón”.  En esta ocasión utiliza a las mil maravillas el trabajo de Jack Hildyard, fotógrafo con el que ya había trabajado y que anteriormente había deslumbrado por su uso del color en “Cesar y Cleopatra” con la bellísima Vivien Lehig. En 1958 recibiría su único oscar por su trabajo en “El puente sobre el rio Kwai” de nuevo con Lean.



 
Y quiero acabar este post como lo empecé. Recordando la maravillosa música de Alessandro Cicognini. Uno de los compositores más prolíficos del cine italiano, con partituras tan emblemáticas como “Ladrón de bicicletas” y “Estación Termini” ambas de Vittorio De Sica. Un intenso trabajo que ha quedado difuminado ante el éxito de “Summertime in Venice” que convertida en canción, gozó de multitud de versiones, entre las que destacaría la protagonizada por los violines encadenados de Mantovani. Al talento de tantos y tantos músicos, que con sus partituras han hecho mucho más bellas las películas de nuestra vida, va dedicado este post.
P.D. El argumento está basado en una obra teatral de Arthur Laurents, un autor norteamericano autor de piezas que han inspirado títulos tan famosos como “La soga” , “West Side Story” y “Tal como éramos”. En 1965 se convirtió en musical.

 
 

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