La llegada del cine sonoro, supuso la
creación de una barrera idiomática que hasta entonces no había aceptado al
cine. En esos instantes parecía que iba a propiciar el que las industrias
nacionales, pudieran desembarazarse del agobiante peso de los estudios de
Hollywood, que desde el final de la primera guerra mundial se habían hecho con
el control de los principales países exhibidores.
Era un tiempo donde la industria del
cine alemana y francesa, que una década después combatirían en trincheras diferentes,
se unió para crear una serie de películas que hicieran frente al enemigo común
de allende los mares. Aunque más reticente también los estudios ingleses
participaron en estas coproducciones, que intentaron mantener el pulso con las
lujosas producciones norteamericanas.
Cuando el cine comenzó a hablar,
nació un nuevo género que obtuvo el respaldo unánime de la audiencia, “la
comedia musical”. Dentro de los diversos subgéneros que lo componían, la
opereta, seguramente por afinidad cultural gozó de gran éxito en el viejo
continente. La popularidad lograda por el primer filme de Jeanette McDonald y Maurice Chevalier, “El desfile del amor” fue
enorme, lo que propició el que la industria europea también realizara sus
propias operetas.
La prestigiosa UFA productora
hegemónica alemana, ya en Febrero de 1930 estrenaba “El vals del amor”
protagonizada por la pareja más famosa de la opereta “Lilian Harvey y Willy Fritsch. Meses después estrenaba “El trio de la bencina” de ambientación
contemporánea y que obtuvo un gran éxito y la definitiva consagración que
supuso “El congreso se divierte”.
La acción transcurre durante las
jornadas del Congreso de Viena, ciudad al que acuden monarcas y estadistas tras
la derrota de Napoleón y su confinamiento en la isla de Elba. A diferencia de
las más edulcoradas operetas realizadas en Hollywood, el filme no solo se
centra entre la imposible historia de amor que viven el zar Alejandro I y la
joven Christel modesta vendedora de guantes. También hace un retrato nada
favorecedor de una aristocracia inoperante, que es manejada hábilmente por el
astuto Metternich. El arquitecto de la llamada “Europa de hierro” que
preservaba los intereses del antiguo régimen, fue magníficamente interpretado
por Conrad Veidt. El gran actor
alemán había regresado a su patria con el advenimiento del sonoro,
lamentablemente solo dos años más tarde, debió dejarla definitivamente al
enterarse de que los nazis iban a asesinarlo. Irónicamente el papel por el que
hoy es más recordado, es el del Mayor Heinrich Strasser, en la mítica Casablanca.
El exilio fue algo que compartieron
el director de la película Erik Charell,
judío y homosexual, y finalmente la diva del cine alemán Lilian Harvey. Nacida
en Gran Bretaña de padre alemán, recibió una educación cosmopolita lo que le
permitió protagonizar las tres versiones que se hicieron del filme, alemana,
francesa e inglesa. Su pareja en tantas películas Willy Fritsch, siguió siendo
una estrella durante todo el periodo nazi. Su conducta apolítica le permitió
seguir participando en el cine tras la caída de Hitler.
Un futuro que nadie preveía cuando
toda Europa se rindió a esta sátira histórica, cuya canción “Das gibt's nur einmal, das kommt nie
wieder”, conoció multitud de versiones, sólo en España la grabaron Marcos Redondo, Tino Folgar y Carmencita
Aubert. Bailemos, descorchemos la botella de champán y a disfrutar de la
vida queridos amigos.