lunes, 17 de febrero de 2014

Ben-Hur (1925) Así comenzó la leyenda de la Metro-Goldwyn-Mayer

La novela del General Lew Wallace había tenido un éxito sin precedentes desde su publicación en 1880. Sin la calidad literaria del otro gran clásico de la literatura filo cristiana “Quo Vadis”, obra del premio Nobel polaco Henryk Sienkiewicz, era una novela que contaba una historia de venganza redimida finalmente por el cristianismo.
La peripecia vital del príncipe judío “Juda Ben-Hur” era tan intensa que sobrevivía a la pesada técnica narrativa de su autor, empeñado en disquisiciones filosóficas fuera de su alcance, unidas a interminables descripciones, como en el caso de la carrera de cuadrigas.

Lo cierto es que muy pronto, al igual que otros clásicos de la literatura, fue trasladada a los escenarios y en 1907 al cinematógrafo en una versión “pirata” producida por la Kalem, que originó un contencioso sobre los derechos de autor que sentó un precedente sobre la protección de esos derechos en el nuevo medio.



Entretanto las películas iban adquiriendo una mayor complejidad. Mientras en Estados Unidos, las cintas difícilmente sobrepasaban la media hora de duración, en Europa principalmente Italia se empezaban a rodar suntuosas producciones que nada tenían que ver con el primigenio Ben-Hur. El estreno de estos filmes en América, especialmente “Quo Vadis?” de Enrico Guazzoni y “Cabiria” de Giovanni Pastrone, convencieron a directores como D. W. Griffith de que el nuevo medio podía aspirar a presentar grandes espectáculos en la pantalla.


Unos pocos años más tarde el cine de Hollywood se había hecho con los principales mercados mundiales. Aprovechando que los otrora gigantes del medio, sufrían las consecuencias de una guerra devastadora, inundaban las pantallas de todo el planeta con sus lujosas producciones con impresionantes decorados, protagonizadas por una pléyade de estrellas que se hicieron enormemente populares para el público.


Situándose en esa tesitura, el productor Samuel Goldwyn decidió volver a llevar al cine la novela de Wallace. Para ello tuvo que asumir unas duras condiciones con los herederos del autor, confiado en que pese a los altos costos, el producto final sería rentable.



Desgraciadamente pese a sus encomiables esfuerzos por mejorar la calidad artística de sus películas, la productora de Goldwyn era un desastre desde el punto de vista financiero. Mientras el austero director sueco  Victor Sjöström, aportaba sus primeros filmes de una manera ordenada siendo alabado por público y crítica, el megalómano genio Stroheim acababa de filmar un maravilloso e improyectable por su desmesurada duración, filme llamado “Avaricia”.



El otro gran fiasco era el rodaje en Italia de Ben-Hur. Cuando Goldwyn tiene que abandonar la compañía, que se une a la Metro de Marcus Loew, la situación es desesperada. Para reconducir la operación, Loew recurre a los servicios de Louis B. Mayer, quien ha demostrado ser un eficaz gestor en su pequeña productora. A su lado tendrá a un joven productor Irving Thalberg que con veinticinco años ya se ha ganado una reputación en los Estudios Universal.

Ambos deberán marchar a Italia donde el dinero se gasta a raudales sin obtener los resultados apetecidos. Lo primero fue descabezar el proyecto, que tenía como piedras angulares al abúlico y alcohólico director británico Charles Brabin, la endiosada guionista June Mathis y el inexperto protagonista George Walsh, novio de Mathis que había sido impuesto por ella.
 


El nuevo director Fred Niblo tiene ya una acreditada experiencia con cintas exitosas como La marca del zorro y Los tres mosqueteros con Douglas Fairbanks y Sangre y arena con Rodolfo Valentino. El plúmbeo libreto de Mathis (pese que por un aspecto contractual aparezca como máxima responsable en los créditos) fue sustituido por un numeroso plantel de autores, siendo el director Rex Ingram el más conocido de todos. Ahora el príncipe de Hur sería encarnado por Ramón Novarro, una estrella forjada por Ingram en los antiguos estudios de la Metro pictures donde lo había dirigido en producciones de gran tamaño como “El prisionero de Zenda” y “Scaramouche” (http://ramonnovarr.blogspot.com.es/2013/12/scaramouche-1923-nous-la-liberte.html). Asimismo fue el protagonista del anterior título de Niblo “Lirios entre espinas” un estupendo drama romántico cuya acción se desarrollaba en Francia.

 
En Livorno se filmó la espectacular batalla naval, donde un inesperado incendió provocó el que varios extras murieran ahogados, al saltar al agua sin saber nadar. Este era un incidente más que añadir a una larga lista, en un país que se hallaba en plena confrontación política interna. Ante el cariz que iban tomando las cosas, Mayer decidió trasladar la producción a Hollywood donde Cedric Gibbons construyó unos enormes decorados, siendo el del circo el de mayores proporciones.
Allí Niblo auxiliado por un ingente número de ayudantes, rodó la escena más famosa de la película, la mítica carrera de cuadrigas. A su rodaje definitivo tras una larga preparación, la aristocracia del todo Hollywood de la época, nadie quería perderse tan fastuoso acontecimiento. Esto le dio una gran publicidad al filme, que tras tantos vaivenes acabó llegando a buen puerto.
 
Además del suntuoso vestuario, la película contó con el nuevo sistema de dos bandas elaborado por la empresa Technicolor, utilizado en las escenas de Cristo, la entrada victoriosa de Ben-Hur en Roma y el reconfortante final. La línea argumental de la película difiere muy poco de la oscarizada versión de Wyller. Más pegada al relato original, aquí Judá no pierde sus posesiones y con ellas forma un ejército para enfrentarse a Roma. Pero lo que más las diferencia es la inclusión de la seductora egipcia Iras, amante de Messala e instigadora por despecho, del odio de este a Ben-Hur.
 
El orgulloso romano, auténtico villano de la función Francis X. Bushman ya lo encarnaba en el proyecto original, siendo una de las pocas decisiones que no se cambiaron. Para el papel de Esther que con su amor acercará al protagonista a Cristo, se eligió a la delicada May McAvoy que poco después acompañaría al eléctrico Al  Jolson en “El cantante de jazz”.
 
 
La película debido a su alto coste y al muy elevado porcentaje que se llevaron los propietarios de los derechos, pese a su extraordinaria recaudación, no ayudó a mejorar mucho el estado de cuentas de la compañía, pero al menos la libró del desastre, nada más ser creada. Lo que sí logró fue dar una imagen de prestigio, que la colocó a la vanguardia de los grandes estudios de Hollywood.
 
 
A día de hoy, la cinta de Niblo, continúa siendo uno de los  más grandes espectáculos jamás filmados. Tras un moroso prólogo donde se narra el nacimiento de El Salvador, comienza una briosa narración que contiene momentos de lirismo muy bellos, como el primer encuentro entre Ben-Hur y Esther, que pronto se verá interrumpido por la brutalidad romana. O cuando ya en las postrimerías del filme observamos descansar al héroe a la puerta de su casa, mientras su madre conmovida reprime el deseo de tocar levemente su sandalia, ya que ella junto a su hermana Tirzah son leprosas.
 
El Ben-Hur de Ramón Novarro es un joven inocente, que nada conoce del mundo, por eso su desamparo ante su adversa suerte, resulta mucho mayor que en la versión de Wyller de 1959, donde el musculoso y maduro Heston, tiene una experiencia de la vida mayor. Acompañarlo en esta peripecia es una maravillosa aventura que no os podéis perder.
 
 
 

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