martes, 11 de febrero de 2014

La reina Cristina de Suecia (1933) La esfinge del norte

Muchos ríos de tinta se han vertido sobre la contradictoria personalidad de la reina de Suecia. Pero que su personaje, siga de alguna manera de actualidad, se lo debe a la extraordinaria caracterización que de la monarca hizo la sublime Greta Garbo. El personaje histórico en cuanto es fagocitado por la criatura novelesca, deja de serlo para convertirse en el sujeto que la imaginación del autor ha creado.
Así es como el público en general, no conoce al auténtico Don Carlos, hijo de Felipe II, sino al protagonista del drama de Schiler posteriormente convertido en “Grand Opera” por Verdi. Lo mismo podíamos decir del Cardenal Richelieu, convertido en villano por obra y gracia de Alejandro Dumas.
 

En líneas generales la historia que propone la escritora Salka Viertel, íntima amiga de Garbo, no difiere en muchos aspectos de la auténtica reina sueca. Su costumbre de vestir como  un varón, la afición por el saber y las relaciones amatorias con personas de su mismo sexo, están reflejadas en la cinta. Lo más novelesco de la historia es el idilio que mantiene con el embajador español Antonio Pimentel, que ni acabó de manera trágica y bien puede que no excediera los límites de la amistad. El tema más espinoso, y por lo que realmente fue conocida, su conversión al catolicismo, fue totalmente eliminado de la película. Una astuta decisión que permitió que la película fuera aclamada en todo el mundo, independientemente del credo que profesaran los espectadores.


Rouben Maomulian acababa de terminar su etapa en Paramount dirigiendo a la otra diosa del cinema “Marlene Dietrich” en la por lo general minusvalorada “El cantar de los cantares” una historia basada en una novela alemana, que nada tenía que ver con el libro de poemas bíblico, atribuido al Rey Salomón. Su siguiente proyecto consistía en dirigir a la actriz más famosa del mundo, quién después de litigar mucho con su estudio, conseguía un papel diferente al de la vampiresa que tanta fama le había dado.


El director ruso consiguió la interpretación más recordada de la “Divina”, logrando que su cámara habitual William Daniels consiguiera las instantáneas más hermosas de su carrera. El afecto que Garbo tenia por su en otros tiempos amante John Gilbert, propició que este encarnara al romántico embajador español. Pese a que la presencia de la actriz sueca, oscurece a todos los que están a su alrededor, Gilbert logró una interpretación convincente, el canto del cisne de una carrera que se precipitaba vertiginosamente. Como tercero en discordia Ian Keith, está muy bien en su papel del malvado Magnus. La anterior cinta de Keith había sido encarnando al maligno Tigelino,  en “El signo de la cruz” de De Mille. El excelente reparto contaba además con Lewis Stone, un habitual en las películas de Garbo y el magnífico C. Aubrey Smith, como el fiel criado Aage.



Como todo el mundo las conoce, no voy a hablar de los dos momentos culminantes de la cinta, el encuentro amoroso de Garbo y Gilbert, donde se hace patente la complicidad de los amantes, y que tan familiar resulta para todo enamorado, y el maravilloso plano final con Garbo encaramada como si de un mascarón de proa se tratase, con sus cabellos al viento, mientras la cámara se va acercando más y más a su rostro de esfinge.



La Reina Cristina de Suecia, es un magnífico ejemplo de lo que podía crear una gran fábrica de sueños, conocida como Metro-Goldwyn-Mayer. A todos sus empleados, desde los altos ejecutivos hasta el trabajador más humilde, todos responsables de tantas horas de felicidad, va dedicada la entrada de hoy.
 

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