viernes, 24 de enero de 2014

Los bucaneros (1958) Un corsario de leyenda.

 

Nadie pone en duda que el granítico rostro de Charlton Heston, que parece esculpido a cincel, era el más apropiado para representar épicos personajes  históricos.  Pese a que su intervención en la cinta es secundaria, nadie mejor que el para encarnar la figura del presidente Andrew Jackson. Un personaje que ya había encarnado en el melodrama de Henry Levin “La mujer marcada”  con la hermosa Susan Hayward.

 

Aquí la acción se retrotrae a 1812, cuando los  británicos pretenden recuperar sus perdidos territorios. Al frente de un menguado ejército está el General Jackson, que debe buscar el apoyo de un corsario francés llamado Jean Lafitte y así hacer frente al enemigo común. El famoso bucanero, que es el auténtico protagonista del filme, es una de las figuras más controvertidas y enigmáticas que cualquier historiador se pueda tropezar.  No se puede afirmar con exactitud ni su nacimiento, ni tampoco la fecha de su muerte para la que hay versiones contrapuestas. Sus orígenes presuntamente sefardíes, su odio a las potencias represoras de Inglaterra y España, todo está envuelto en una nebulosa. Porque también hay informes que atestiguan por ejemplo que estuvo contratado por los españoles, durante algún tiempo. Hasta su intervención en la famosa “Batalla de Nueva Orleans”, se sostiene tras evidencias bastante endebles.


Lo cierto es que el aura romántica del personaje ya inspiró al poeta Lord Byron. En el siglo XX el escritor de Nueva Orleans, Lyle Saxon, publicó una novela en 1930 sobre el personaje. Ocho años después Cecil B. De Mille, llevaría la novela al cine con un reparto encabezado por Frederic March, Akim Tamiroff, Walter Brennan y un joven actor llamado Anthony Quinn. La película se convirtió en uno de los mayores éxitos del director y una de las cintas a las que tenía más cariño.



Casi veinte años después, tras la impresionante “Los diez mandamientos”, De Mille decide poner en marcha una nueva versión. Para ello cuenta con los dos protagonistas de su último gran éxito. Las habilidades musicales de Yul Brynner por un momento, parecen encauzar el nuevo proyecto hacía el género musical. Una solución que pronto será desechada tanto por Brynner como por el propio director, decidiéndose al final por que siguiera siendo un relato de aventuras, sin otros aditamentos.



Mas la salud de De MIlle ya muy debilitada, le imposibilita llevar a buen puerto el proyecto. Será su yerno Anthony Quinn que como vimos ya intervino en la primera versión, el encargado de dirigirla y su amigo Henry Wilcoxon será el productor. Rodada en parte en escenarios naturales de Lousiana, cuenta con una maravillosa fotografía en Technicolor y Vistavision, además de una maravillosa partitura a cargo de Elmer Bernstein.



Pese a  la peluca, Brynner convence en su papel del corsario, un hombre galante al par que intrépido, que tiene una historia de amor fou con la bella Inger Stevens. La actriz sueca rodaba con esta su tercera cinta, tras una dilatada experiencia en la televisión. Aquí encarnaba a Annette Claiborne, hija del gobernador de Louisiana y amor imposible de Lafitte. Aunque a decir verdad en la vida real, Anette no era hija sino esposa del mandatario. Claire Bloom interpreta a Bonnie Brown, criada entre los piratas y que ama en silencio.

 

Por último dejo al gran Charles Boyer. Reconozco que el actor galo es una de mis debilidades. Y este papel de Dominique You, lugarteniente del capitán, le viene como anillo al dedo. Su soltura al dibujar a este pícaro de buen corazón me encanta. Con todo la cinta no salió todo lo redonda que cabía esperar, en parte porque Quinn no era un talentoso director como su suegro. Pese a todo el cineasta logró encauzar el resultado final, logrando una maravillosa cinta de aventuras, con la que me estremezco cuando suena la música de Bernstein y la nave pone rumbo a mares ignotos.
 

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